María del Mar Larraza (Pamplona, 1962) hace las veces de portavoz de un libro donde siete historiadores repasan cinco siglos de migraciones navarras. Sagrario Anaut, Pilar Andueza, Mikel Aramburu, José Javier Azanza, Jesús M. Usunáriz, Ainara Vázquez y Ana Zabalza dan cuerpo a este estudio publicado por Mintzoa.
Larraza, por su parte, es directora de la Cátedra de Lengua y Cultura Vasca de la Universidad de Navarra, implicada en el ensayo. Como coordinadora de la compilación y autora introductoria, ofrecer en esta entrevista una síntesis sobre la emigración navarra, fenómeno poliédrico, pero en muchos casos una vía de escape ante la miseria. Como ocurre ahora en sentido sobre todo inverso, así que también sirve para repensar el presente, trazar paralelismos, y ganar empatía con perspectiva histórica y antropológica.
La cuestión migratoria, hoy tan en el foco, forma parte de nuestra historia. Y es un retrato de aspiraciones y realidades en Navarra.
–Efectivamente. Este importante fenómeno marca nuestra trayectoria desde la conquista y colonización de América prácticamente hasta hoy. El libro pretende dar una visión panorámica de esa aventura americana durante cinco siglos, desde el XVI hasta el siglo XX. En tanto tiempo el perfil de los emigrantes fue variando, pero siempre hubo unas constantes, motivaciones y problemas comunes, con influencias en su doble sentido. Todas eso se replantea en este libro, que reúne a siete historiadores y pretende dar una visión global. No somos exhaustivos, pero sí ofrecemos datos que permiten una mirada conjunta.
Se desmiente el estereotipo del indiano triunfador per se que regresa exitoso. Hubo de todo.
–Sí, es una de las principales aportaciones de todos los autores. Este movimiento migratorio cada vez se mira más con perspectiva microhistórica. Entre quienes emigraron de los siglos XVI al XIX, las cartas que enviaban a los que se quedaban nos ofrecen muchísimos datos, y nos acercan a peripecias, penurias o situaciones que les tocó vivir. También la historia oral en el siglo XX. Por el libro desfilan personas con importantes cargos, que son los más conocidos, como los virreyes. Pero también gentes que simplemente sobrevivieron, lo pasaron mal o hicieron una pequeña fortuna sin estar en los primeros escalafones de ilustres. Cuanto más se estudia ese flujo migratorio, las historias nos ensanchan nuestra percepción acerca de causas y motivaciones, aclimatación...
“Los emigrantes llevaron consigo el modo de vivir y de pensar de donde habían nacido. Los lazos y vínculos eran muy importantes”
Lo que remite a su vez una Navarra religiosa, con guerras o epidemias, y un sistema de único heredero o heredera, que dejaba al resto de hermanos fuera.
–Una combinación de factores motivaba a las personas a decidirse a dar ese paso tan valiente. Con ese sistema de heredero único, en muchas casas el resto de hermanos se quedaba en una situación precaria. A esa precariedad económica se sumaron a veces circunstancias especialmente difíciles de guerras, aunque también se les abrían nuevas posibilidades con un mundo recién descubierto. A medida que esa emigración a América se hizo más constante, fue mucho más decisiva la fuerza del efecto llamada, la importancia que tuvieron personas que ya se habían asentado allí y cantaban las alabanzas de su situación a los que estaban aquí, y les impulsaban a que dejaran todo.
Algo muy humano...
–Ese efecto ya no tenía tanto que ver con la economía, sino con razones personales o familiares. Todos los que llegaban allí, en general, lo hacían buscando fortuna, pero también, como dice Mikel Aramburu, queriendo que no se les olvidase en su lugar de origen. La ilusión era labrarse un futuro mejor, en algunos casos porque la situación aquí era insostenible, y en otros porque suponía una mejora trasladarse allí y tener más oportunidades.
Pudiendo enviar remesas o donaciones, y manteniendo así la conexión con familiares y convecinos.
–Las personas que emigraron llevaron consigo el modo de vivir y de pensar de donde habían nacido. Y en esa cultura era muy importante los lazos de parentesco, los vínculos de paisanaje y vecindario. Esas relaciones sólidas muchas veces eran las que les permitían ir allí, y se seguían manteniendo donde había una cierta conciencia de estar unidos por ese común origen con la tierra que habían dejado.
Las raíces marcaban...
–Los dos historiadores del arte que intervienen al final de la obra, Pilar Andueza y José Javier Azanza, hablan de la influencia de esa emigración en el país de partida. Cómo revirtió en forma de remesas, dinero o piezas valiosas, lo que en algún momento significó muchísimo para el patrimonio cultural, material e inmaterial navarro. Esos indianos tuvieron un gran orgullo y el objetivo de rescatar sus casas y engrandecer su linaje, al que se sentían muy unidos, como parte de esa idea profunda de comunidad y parentescos que existía.
Se generó una acusada brecha demográfica desde finales del siglo XIX hasta los años treinta.
–En el siglo XIX, el flujo migratorio ya no fue de personalidades tan notables, sino de gente mucho más humilde. Hubo una auténtica sangría demográfica. El segundo momento intenso fue en los años cincuenta y sesenta, en pleno franquismo. Pero en ese tiempo de intersiglos se fueron los mejores brazos, de hombres y mujeres. Una sangría para una tierra que necesitaba salir fuera, lo mismo Navarra que el País Vasco, porque era pobre hasta que llegó la industrialización. Era un tiempo de pobreza y de necesidad en los países de destino de nutrirse de inmigrantes. Había auténticas agencias para captar jóvenes hacia esos territorios, porque querían una repoblación con europeos, y navarros y vascos eran muy apreciados, por ser personas muy trabajadoras, que conocían muchos oficios y se adaptaban muy bien tanto al terreno sudamericano como norteamericano. Entonces existían los llamados ‘enganchadores’, personas que se dedicaban a cantar las excelencias y a prometer oportunidades económicas aquí inexistentes. Eran muy criticados por las autoridades eclesiásticas y civiles de nuestro entorno, que creían que suponían una sangría demográfica.
“Los ‘enganchadores’ eran personas dedicadas a cantar las excelencias y a prometer oportunidades económicas aquí inexistentes”
Habría euskaldunes para quienes sería más costoso.
–Efectivamente, los que emigraban del Baztan, una de las zonas que tradicionalmente ha tenido más migración a América Latina, incluso a EEUU, muchas veces prácticamente no sabían más que hablar en euskera. Pero muchos daban el paso porque algún pariente o vecino les llamaban. Y aunque el viaje era costosísimo, los primeros tiempos de hasta varios meses, eran ayudados con el pasaje, a su llegada o a la hora de buscar un trabajo. Entiendo que les sería de ayuda tener a esas personas que hablaban en la misma lengua y podían actuar de intermediarios con una realidad social y lingüística a la que tendrían que acabar acostumbrándose.
Unos y otros contarían con escasísima información sobre su destino. Llegar allí tendría que suponerles un choque muy potente.
–Las cartas descubren la impresión causada a algunos. Para ellos América era un mundo inabarcable, fantástico o terrible, pero es verdad que era desconocido, y con unas costumbres, una fauna y una vegetación diferente. Muchos volvieron. Como repite Sagrario Anaut, hay que entender este fenómeno como un circuito de largo recorrido de ida y de vuelta en muchas ocasiones. Muchos se hicieron allí con un nombre o un negocio, pero otros regresaron y se hicieron construir aquí sus casas. Hubo todo tipo de situaciones.
Queda una intensa huella de esa diáspora...
–Un asociacionismo, con las casas navarras, las eusko etxeak o centros vascos, lugares de sociabilidad fundamentales, de conexión con los orígenes, donde se mantienen las costumbres con los hijos. Es una memoria compartida fundamental para su manera de integrarse en ese territorio sin perder sus orígenes.