Dicen que las mujeres nacen con el instinto de ser cuidadoras, como si de forma natural y biológica se les hubiera impuesto la condición de velar por sus seres queridos, de contar con una libertad supeditada a las necesidades del otro. Se trata de una exigencia por la que muchas mujeres –sobre todo si son migrantes– creen que su única salida laboral debe relacionarse con el sector de los cuidados de personas dependientes y limpieza del hogar; trabajos que se encuentran denostados y que, en muchos casos, incumplen con el máximo de horas o con el SMI –la retribución por 40 horas semanales debería ser de 1.134 euros al mes–. Pero de esto ya están hartas. Y ahora es el momento de gritar, luchar y reivindicar su oficio y su condición de mujer. A pesar de que muchas de ellas se encuentren entre la espada y la pared y no siempre puedan sumarse a las manifestaciones debido a que reciben amenazas de sus superiores. “Tenemos derecho a hacer huelga, pero nos dicen que nos quitarán 100 euros del sueldo o que nos van a echar a la calle. Y, aunque sea un despido improcedente, es algo que no nos podemos permitir”.

Un sector “limitante”

Biki García. Unai Beroiz

Cuando nació su hijo, Biki García, pamplonesa de 57 años, se vio obligada a recurrir a trabajos a tiempo parcial para asumir todos los cuidados que requería el niño y llegar a fin de mes. Hace 14 años, ofreció sus servicios como “chica para todo” en la Ciudad Deportiva Amaya. “Me ofrecieron media jornada, pero yo buscaba algo a tiempo completo. “Allí me dieron el teléfono para trabajar como cuidadora de una persona dependiente, que tiene una discapacidad”, explica. Y, desde entonces, trabaja 30 horas semanas –de lunes a viernes, de 8.20 a 14.30 horas, pero también realiza otros trabajos puntuales los fines de semana–, cobra los “novecientos y pico euros que dicta la ley” y no ha vuelto a cambiar de trabajo. En ese sentido, se siente afortunada, pero también “limitada” porque “con 57 años una ya no puede pensar en que me va a salir algo mejor. Porque tengo una serie de obligaciones con las que cumplir, como cuidar de mi hijo o llegar a fin de mes. Y no nos queda otra que seguir”, expresa.

Natalia Les. Unai Beroiz

Por su parte, la pamplonesa Natalia Les, de 51 años, lleva 20 años trabajando en el sector, a pesar de haberse formado para ser administrativa porque “no surgió la posibilidad de trabajar en lo mío”, y en esta larga experiencia ha cuidado de niños y limpiado en centros y en casas. “Cada situación ha sido muy diferente, desde gente que me miraba por encima del hombro, como si yo fuera menos que ellos, hasta personas que me trataban como si fuera de su familia. Por ejemplo, estuve ocho años en una casa en la que me exigían que limpiara de rodillas, y aguanté hasta que la situación se me hizo insostenible”, rememora. De esa mala experiencia, pasó a trabajar por horas en una empresa de limpieza, en donde, a pesar de la cercanía, resulta muy difícil llegar al salario mínimo: “Día que no trabajo, día que no cobro. En mi caso, es algo más complicado porque no tengo una jornada normal y eso me limita mucho para hacer algunas cosas. Pero prefiero esto a que me traten mal, como lo hicieron en su día”.

Mujeres migrantes

Ada Marina Cruz.

García reconoce que ella, dentro del sector de los cuidados y limpieza del hogar, es una mujer afortunada. “Las mujeres migrantes lo tienen más difícil. En muchos casos se quieren aprovechar de ellas”, apunta. Ada Marina Cruz, de 70 años, viajó desde Honduras, de donde ella es oriunda, hasta Getaria para huir la difícil situación económica de su país y por los problemas de seguridad. Allí estuvo un tiempo cuidando a dos personas mayores durante 20 horas semanales a cambio de 300 euros. “No me bastaban para vivir, así que me busqué un trabajo de fin de semana, también como cuidadora. Tan solo quería trabajar a cambio de comida y un sitio en el que dormir dos días”, recuerda. Ada Marina puso rumbo a Pamplona, en donde, primero, estuvo cuidando a un señor con alzhéimer, pero en cuanto les pidió que regularizaran su condición laboral, le echaron. “A veces me he sentido menospreciada, como si fuera menos que ellos por ser mujer migrante y trabajar como cuidadora".

Erika Ríos. Unai Beroiz

En el caso de Erika Ríos, peruana de 41 años, llegó a Pamplona hace apenas un año y dos meses. Y, desde entonces, se dedica al cuidado de una persona de 90 años con el objetivo de empezar de cero. “En mi país era odontóloga, pero al venir tenía que avanzar de alguna manera porque al principios empiezas sin documentos. Dependes de la familia para que te reconozcan o te ayuden en el camino. Yo he tenido suerte, pero hay mujeres migradas que lo han tenido mucho más difícil. Más bien imposible”, menciona.

Reivindicación de derechos

En Navarra, según un estudio realizado por el INAI, cerca de 9.000 hogares cuentan con una empleada del hogar. Sin embargo, solo hay 6.600 dadas de alta en este oficio; de las cuales, un 39,3% son mujeres. Con estos datos se demuestra que, a pesar de que se trate de una situación que ha mejorado con los años, todavía hay casos en donde no hay una regularización. Por esto, desde THYCNA (Trabajadoras del Hogar y Cuidados de Navarra), la Asociación de Empleados y Empleadas del Hogar y la asociación Juntas Nos Cuidamos animan a que las mujeres reclamen sus derechos, que denuncien o que pidan ayuda. “Con un mensaje, es posible demostrar las irregularidades que se están cometiendo”, señala García.

 En su opinión, la sentencia del TSJN que se ha conocido esta semana y que concede que las empleadas del hogar puedan percibir el subsidio de desempleo a pesar de no tener seis años cotizados “es uno de los grandes avances para ser reconocidas. Estamos muy contentas porque la lucha en la calle está teniendo resultados”, menciona Les. Con todo, “las mujeres internas trabajan 60 horas en lugar de 40, no les dan comida, les coartan toda su libertad bajo amenazas y hay quienes han sufrido intentos de abusos sexuales. Y no pueden salir de esto porque es su única solución; o ser trabajadora interna o sexual. Antes la sociedad nos tenía en un zulo, ahora va a costar que nos vuelvan a meter y que estemos calladas. Aunque no estemos todas porque faltarán las internas, no hay 8M sin 30M”, denuncia Biki. “Solo nos queda conseguir el convenio colectivo que regule los salarios, las vacaciones y los contratos. Como con el resto de trabajadores. Que la igualdad está para todos”, concluye Les.