Amparo Terán, de 64 años, llegó a Pamplona en 2004 porque su vida en Ecuador se encontraba en jaque: tenía problemas económicos, unos hijos a los que cuidar y no tenía un techo bajo el que dormir. Y en la capital navarra, en donde creía que todo iba a ser mejor, la engañaron. En 2005, comenzó como interna en la casa de una mujer con alzhéimer –de domingo a sábado, por un salario de 840 euros–, pero no le contaron nada acerca de la enfermedad. “De hecho, no contaba con ayudas técnicas, como una grúa para levantarla. Todo dependía de mí. Y sufrí mucho estrés y dolores musculares. Pero no tenía más opción que aguantar porque las deudas y los hijos no esperan”, relata. Estuvo allí durante siete años en los que aprendió mucho acerca de cómo tratar con las personas que padecen esta enfermedad. “En aquel entonces, no sabía que te pueden agredir, insultar o dejarte fuera de casa. Me fui acostumbrando y aprendí a manejarme”, reconoce.

Durante los siguientes años, repitió como interina en Burlada –en donde estuvo dos años– y en otros hogares de la capital navarra. En concreto, Amparo rememora los seis años –entre 2014 y 2020– que cuidó de una mujer mayor y de su hijo, que era una persona dependiente. “Con la señora era fácil, pero no podía soportar el acoso de su hijo. Me miraba de manera lasciva, me hacía propuestas sexuales; me decía que le tocara las bolas, que me desnudara, que le enseñara el pecho... Era insoportable, sobre todo porque nadie hizo nada al principio. Y te hacen creer que es normal porque está enfermo o que es tu culpa porque le estás provocando. Pero no era así”, dice con la voz entrecortada.

Con el tiempo, se dio cuenta de que no podía permitir este acoso y procuró establecer límites en la casa. “Mientras yo atendía a la señora, le obligaba a que se fuera a otro salón. Y me daba igual si me despedían porque tenía que velar por mi integridad”, expresa. Y, por fin, cuando la madre falleció y Amparo se quedó sin trabajo, probó en distintas agencias para continuar en el sector del cuidado y limpieza del hogar, pero para ese entonces ya había llegado a los 60 años y comenzó la discriminación por su edad. “Si la sociedad entiende que las mujeres somos cuidadoras por naturaleza, ¿por qué con 60 años ya nos subestiman y creen que no estamos en condiciones de trabajar?”, reflexiona.

Juntas nos cuidamos

Amparo tuvo que aprender a ser más fuerte, a no someterse a lo que le exigieran sus superiores por el simple hecho de tener una relación de jerarquía laboral. Este fue el motivo por el que nació en octubre de 2024 la Asociación Trabajadoras del Hogar y Cuidado, Juntas Nos Cuidamos. “Cuando eres interina, necesitas hablar, desahogarte y reírte porque la vida dentro de una casa es bastante complicada. Y así se construye la sororidad”. Por otro lado, aunque reconoce los baches que todavía existen en el sector, Amparo admite que se están produciendo ciertos avances que se convierten en pequeños logros. “Estamos dejando de ser las esclavas que fuimos en el siglo XX”.