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Cerámica para moldear la igualdad

El Centro de Cerámica de los campamentos de refugiados saharauis da oportunidades a las mujeres para que salgan de sus casas, trabajen y conquisten autonomía

Cerámica para moldear la igualdadAsier Aldea Esnaola

Una urna con una jaima y la bandera de la República Árabe Saharaui Democrática. Aquella era la primera obra de cerámica que Jadiya Lehbib vendía. “Fue muy especial para mí que algo que me había gustado le gustase a otra persona. Estuve muy orgullosa”, recuerda. Han pasado tres años desde aquello e incontables figuras de barro que ha creado en el Centro de Cerámica en Smara, una de las cinco wilayas de los campamentos de población refugiada saharaui, en Tinduf (Argelia).

Tras graduarse en Telecomunicaciones, volvió a los campamentos sin perspectivas de encontrar un trabajo relacionado con lo que había estudiado. “Aquí no hay telecomunicaciones”, se consuela con una sonrisa. Y precisa: “Aquí el título no sirve”. No es una frase aislada o particular, sino una realidad contagiada en todos los campamentos. Para la mayoría de jóvenes saharauis que regresan a su exilio tras formarse en ArgelOrán o en España, principalmente, el diploma significa papel mojado. La falta de oportunidades causadas por estar en un campamento de refugiados se trata de uno de los problemas más urgentes. La Misión de Evaluación Conjunta 2022, realizada por PMA y ACNUR, reveló que el 60% de los refugiados saharauis son “económicamente inactivos y un tercio sin ninguna fuente de recursos”. En el informe se constataba que “la escasez de oportunidades de empleo en los campamentos es especialmente preocupante para los jóvenes”.

Proyectos como este centro de formación suponen un respiro para la situación laboral de las mujeres. La escuela abrió sus puertas en el año 2004, con la idea de sacar a las mujeres de casa y ofrecerles una alternativa. Se trata de un centro dirigido y mantenido por mujeres exclusivamente. El centro tiene dos ramas principales: formativa y profesional. Por un lado, se proporciona una formación de un año impartida por varias veteranas para que las recién llegadas aprendan el oficio. A continuación, si la estudiante lo desea, puede continuar ya como una trabajadora más y dedicarse por completo a su nuevo puesto. “Nuestra escuela siempre da oportunidades a todas las mujeres que quieren aprender la cerámica”, explica Doria Hamudí, directora de la escuela desde 2008. Sin embargo, a ellas muchas veces les han cerrado las puertas.

Un largo camino por el desierto

Al igual que la tónica general de la vida en este lugar, la escuela ha vivido su particular travesía por el desierto, sobre todo, a partir del año 2008, cuando la asociación valenciana que apoyaba el proyecto se bajó debido a la crisis. “Encontramos muchísimas dificultades. Nos quedamos solas”, narra Hamudi. El barro y las pinturas que utilizan proviene de fuera de los campamentos, incluso de Argelia. “Probamos una vez con arcilla de Argelia, pero tenía muchas piedras y no es fácil trabajar con ella”, rememora la directora. El taller comenzaba a enflaquecer, pasando de 30 trabajadoras hasta menguar a tan solo 5. En ese momento, Hamudi repetía una palabra: aguantar. “Les insistía en que había que seguir, les decía que teníamos que aguantar y seguro que iba a mejorar todo”, cuenta. A base de resistir, consiguieron contactar con una fábrica española que les regaló barro y pintura y que todavía a día de hoy continúa proveyendo. Rápidamente, volvieron a abrir las clases de formación. Querían que otras mujeres supieran de la posibilidad de aprender a trabajar la cerámica. Lanzaron el mensaje a través de los altavoces de las dairas (municipios) y otras se animaron a ingresar. El centro estaba salvado.

Doria Hamudi, directora de la Escuela de Cerámica de Smara.

En la actualidad, trabajan alrededor de 15 mujeres, aunque es difícil saber con precisión debido a las entradas y salidas permanentes, en parte, por el nacimiento de un hijo que suele suponer desvincularse al menos temporalmente. Las obras creadas se exponen en la tienda dentro del edificio. Es ahí donde se encuentra la fuente de donde extraen sus ingresos. Los extranjeros que visitan los campamentos son los clientes más habituales. De esta forma, pueden contribuir a la economía del hogar y que adquieran cierta autonomía. También son las encargadas de confeccionar el repertorio de medallas que reciben los mejores atletas del Sahara Marathon, celebrado a finales de febrero. “Este trabajo nos ha abierto una puerta, no podemos estar siempre pidiendo a nuestros padres, hermanos o amigos. Tenemos que salir y tener nuestro propio empleo”, afirma. Llevar dinero a casa sirve de escudo también para aquellos que no ven con buenos ojos lo que hacen en el centro. Según explica Hamudi, la cerámica no formaba parte de la cultura saharaui hasta que llegaron ellas, un paso que todavía algunos, especialmente los hombres, se resisten a dar. “Hay mucha gente que le gusta el trabajo, pero no pueden continuar por sus familias, dicen que no les gusta trabajar en el barro (sonríe tímidamente) que se ensucian…”. Y continúa: “La cerámica era algo nuevo para los saharauis, decían, mira a estas chicas que están jugando con arena… pero en los últimos años ya veo que están cambiando las cosas y cada vez a las chicas les gusta más trabajar aquí”.

El edificio ya acumula años y a Hamudi le encantaría reformarlo, sobre todo el techo y las ventanas, que son las partes que más sufren las embestidas de las tormentas de siroco. “Cuando estamos trabajando y hay siroco, se escucha con tanta fuerza que parece que el techo va a salir volando. También con las lluvias la escuela se llena de agua”, cuenta Hamudi. De vez en cuando reciben alguna ayuda, como ocurrió a finales del año pasado, cuando la ONG Oxfam les proporcionó un horno eléctrico y un torno.

Seguir trabajando

“¡Has elegido a la mejor trabajadora!”, asegura Hamudi sonriente. Faknah Maulud no es solo la mejor valorada por la directora, también es la más veterana, con 41 años y más de una década en el taller. Hamudi, quien intercede para traducir la conversación, se refiere a ella como alguien que hace “cosas impresionantes y cada día crea nuevas”. Maulud entró en el taller ante la necesidad de salir de su casa, donde pasaba la mayor parte de su tiempo. Al igual que el resto de compañeras, recibió el apoyo de su familia. Casada y con un hijo de 20 añosMaulud reconoce que no es tan frecuente ese apoyo, pero que “con el tiempo lo van aceptando”. Maulud ha intentado acercar su pasión a su hijo, aunque el experimentó no cuajó. Comentarios como “este trabajo es para las mujeres” todavía se resisten a desaparecer, como se comenta entre las trabajadoras. Esto no parece importarle demasiado a Maulud, aunque reconoce que le da un poco de pena no haberle enseñado a su vástago.

Una mujer moldea una vasija con barro.

Gabanaha Brahim tampoco le da más importancia. Para ella, ya tiene el apoyo más importante. “Mi familia me respalda, así que lo demás no me importa. Si al resto le gusta o no me da igual, es mi vida”, reivindica. Brahim achaca parte del rechazo al desconocimiento. “La gente que no entiende nuestro trabajo es porque no lo conoce, si vinieran y pasaran unos días con nosotras lo verían”, señala. Las ganas de aprender de Brahim van más rápido que el material que dispone. Toma como referencias vídeos y fotos que ve en el móvil, pero hay algunos que todavía no es posible por la falta de algunas herramientas. Tanto BrahimMaulud y Lehbib coinciden en el mismo deseo cuando se les pregunta qué objetivos tienen de cara al futuro. La respuesta es simple: seguir trabajando.

La causa en una vasija

Una de las aspiraciones de la escuela también pasa por llevar la causa de su pueblo a través de las piezas de cerámica e instalarlas de manera definitiva en la sociedad. Cada cuencovasijateteraplato o vaso busca contribuir a la reivindicación de los saharauis: volver a su tierra. La mayoría de objetos cuenta con una referencia, un guiño a la causa. En cierta forma, plasman la historia de su pueblo a través del barro, el mismo material sobre el que se cimentaron las primeras casas cuando se vieron obligados a huir de su país hace medio siglo y que todavía forman parte del paisaje arquitectónico de las wilayas.

Pero también recogen el testigo de las generaciones de mujeres anteriores, quienes levantaron los campamentos durante los comienzos de la guerra contra Marruecos. Los hombres se fueron al frente y ellas se aseguraron de que la vida pudiera continuar en esta residencia nueva y forzada. “Nuestras madres y abuelas trabajaron muchísimo en aquellos años. Las guarderías y escuelas donde ahora estudian los niños las hicieron ellas, también las casas de adobehospitales… Esas mujeres nos han dado un ejemplo para que nosotros podamos seguir adelante”, agradece Hamudi.

Su ejemplo lo tiene muy cerca, su madreTapra, quien la levantó en aquellos momentos de crisis en los que la escuela parecía destinada a enterrarse bajo la arena. “Cuando le decía que iba a dejarlo porque estaba muy cansada por todas las dificultades, ella me decía que tenía que seguir”, manifiesta. Y a base de hacerle caso, el Centro de Cerámica ha logrado mantenerse, moldeando una resistencia paciente para alcanzar la igualdad y que a día de hoy se eleva como un testimonio más de la lucha de las mujeres saharauis.