Una carretera junto a la frontera de Portugal, junio de 1977. Juan y Rosa, apenas adolescentes, tienen cita en una clínica abortista clandestina, pero un accidente les impedirá llegar a su destino. Casi veinte años después, Rosa y su hijo Iván comienzan el que será el proyecto de su vida, la recuperación de un camping en la Costa Dorada, en el otro extremo de la península. Desde que Iván nació han vivido en diferentes lugares, siempre de forma provisional, siempre solos, huyendo de un pasado que no tardará en alcanzarlos. No es la crónica de un suceso, es la historia de Fin de temporada, la última novela de Ignacio Martínez de Pisón, una historia que recorre a lo largo de dos décadas muchos secretos familiares y cómo estos pueden cambiar la perspectiva de toda una vida.

Con Fin de temporada

Mis novelas suelen tener como tema los conflictos familiares, sí. Desde que empecé a publicar era algo que me interesaba y tengo que reconocer que 36 años después no he cambiado tanto.

No cambia su interés por la familia, pero aborda conflictos diferentes que están enfocados desde distintos puntos de vista.

Es que un mismo conflicto no es igual en una familia que en otra, y por otro lado me gusta narrar diferentes situaciones, lo que me lleva a ver problemas distintos. Fin de temporada es el relato sobre una madre soltera que le ha ocultado a su hijo durante veinte años las circunstancias de su origen.

Unas circunstancias familiares que tienen que resultar tan sorprendentes como dolorosas para él.

Sí. La madre y el joven de quien estaba enamorada iban a desembarazarse de ese bebé que esperaban, tienen un accidente y él muere. La chica, que sale indemne del accidente, cambia de opinión, decide no abortar y tener a su hijo. A partir de ahí hay un gran secreto que se instala en la vida de Rosa, la madre. Y el joven, veinte años después, va a averiguar el secreto y su vida cambia radicalmente.

¿Se puede entender que la muerte del padre es la vida del hijo?

Sí, y es lo paradójico. El chico siempre había fantaseado con la posibilidad de una vida final en la que estuvieran juntos padre e hijo. Al descubrir la circunstancia sobre su nacimiento descubre también que esa vida alternativa nunca hubiera podido existir. Su muerte es lo que hace que el chaval esté vivo.

Tiene que doler que la fantasía de poder estar juntos nunca hubiera sido posible.

Mucho, tiene que ser un dolor profundo. Pensar que tu vida y la de tu padre son incompatibles en un mismo plano temporal tiene que ser muy doloroso.

¿Una injusticia?

Quizá sea el destino el que juega las cartas en una situación de este tipo.

Usted juega con dos tiempos diferentes, 1977, cuando todo comienza y una época donde el posfranquismo está en pañales, y finales de los 90, cuando España es ya una democracia.

En 1977 ni se había aprobado la Constitución, era una España a medio hacer, no era ni una democracia ni nada parecido. Imagínate en lugar de provincias, en la Extremadura de aquellos años, una mujer madre soltera y que hubiera intentado abortar.

Un infierno, ¿no?

Lo tenía muy difícil para salvar su reputación. Ella sabía que estaba condenada a aguantar murmuraciones, malas miradas, malos gestos, insultos€ Veinte años después todo ha cambiado: una madre soltera no va a ser estigmatizada y tampoco lo sería una mujer que hubiera querido abortar, porque para entonces el aborto ya era legal en España.

Con esta historia hace realidad la frase de "el pasado siempre vuelve".

A mí no me parece que el destino sea una ley que rija nuestras vidas, pienso que el ser humano tiene libertad de elección. Somos dueños de nuestras decisiones y debemos ser responsables de nuestras elecciones, pero es verdad que en las novelas el destino te ayuda a estructurar la historia. Antes del nacimiento de Iván ocurre un accidente dramático en el que muere Juan, el padre. Ese hecho marcará para siempre lo que va a ocurrir a esa mujer y a ese chaval.

Parece que el destino arrolla a Rosa y a su hijo.

En este caso sí, es un destino escrito que les va a alcanzar y que les va a cambiar la vida. Rosa huye del pasado y va a vivir en diferentes sitios: Bilbao, Torrelavega, Gijón, Logroño, Jaca y, finalmente, en un camping en la Costa Dorada. Cree que va a dar esquinazo al destino y no es así: el destino le acaba localizando e impone su rigor.

Todas las familias guardan un cadáver en el armario. ¿Cree que es bueno abrir los armarios y orearlos un rato o sería mejor cerrar las puertas a cal y canto?

No, yo no dejaría un cadáver en el armario porque se acaba pudriendo, y guardar secretos acaba siempre intoxicando las relaciones. Tú lo has dicho: el pasado siempre vuelve. Es la historia de cómo el pasado alcanza a esa mujer, pero es también la historia de cómo esa relación entre la madre y el hijo se acaba intoxicando. En definitiva, esa mujer vive solo para el hijo. Ella no vuelve a tener novio, su hijo duerme con ella hasta los 18 años€

Parece una relación incestuosa.

Lo parece, pero no lo es. Lo que Rosa quiere es retener en el nido a su hijo y él a cierta edad quiere su vida, algo que a ella no le gusta porque ha formado con él una especie de unidad compacta. El hijo se parece tanto al padre muerto que Rosa no puede dejar de verlo como al novio que perdió años atrás.

Si hablamos de sus libros y de su trayectoria, podríamos decir que ha coqueteado con el cine, pero se retiró de la adaptación para televisión de su novela El día de mañana

Y me gustó mucho la versión que hizo con su guionista Alejandro Hernández. Me gustó que aportaran cosas suyas al texto que yo había hecho.

Es raro que un autor sea tan complaciente con las libertades que se pueden tomar los guionistas a la hora de adaptar un texto.

La novela yo ya la había escrito y había escrito lo que quería contar. El día de mañana fue una novela que como guion no resultaba fácil de adaptar. Cuando decidieron hacer una serie de seis capítulos habría podido hacerlo, pero se habría parecido mucho a mi novela.

¿Y no se trataba de eso?

Sí y no. El hecho de que a un trabajo de adaptación lleguen personas nuevas era mucho más enriquecedor, porque aportan elementos nuevos, y cuando vi la serie me di cuenta de cómo cada cual hace una lectura diferente del libro y cómo la recrea, la construye a su medida y a su manera. Mariano y Alejandro hicieron una muy buena serie y estoy orgulloso de que mi nombre esté ligado a ese trabajo de televisión.

Sin embargo, sí hizo la adaptación para cine de Carreteras secundarias

En aquel momento, y estamos hablando de 1996, me hacía mucha ilusión trabajar para el cine. Yo mismo le pedí al director, Emilio Martínez Lázaro, que me dejara probar a escribir el guion. Le gustó la primera versión, hubo que corregir algunas cosas pero salió adelante. Digamos que con esta adaptación había cumplido un sueño de infancia.

¿Quiso en su infancia dedicarse al cine?

Sí, quería trabajar para el cine. Después hice algún proyecto más y de los encargos que me han ido llegando, algunos me han gustado y otros no. Me encantó hacer Las 13 rosas, un encargo de un productor ya fallecido, Pedro Costa, y me parece que fue una bonita y dramática historia sobre la primerísima posguerra. También me gustó el proyecto al que me invitó a participar Fernando Trueba, el musical Chico & Rita. Era una cosa rara y sabes que no te van a llamar muchas veces para que hagas los diálogos de un musical de dibujos animados lleno de jazz y de música cubana.

¿Y vería esta novela, Fin de temporada

Esta novela transcurre en poco tiempo, no hay muchos secundarios porque no hay muchos personajes y por la historia, por su carga dramática, ya ha habido un par de directores que se han interesado en ella. No me extrañaría que se hiciera de ella una película. También hay un proyecto para hacer una serie con otro libro mío, Derecho natural.

Tiene muchas proposiciones dentro del mundo audiovisual...

Ja, ja, ja€ Sí, y todas ellas muy honestas. Soy un narrador bastante clásico a la hora de contar historias, y normalmente los directores cuando las leen encuentran facilidades para su adaptación. Hay escritores muy buenos, pero son tan literarios que sus historias resultan muy difíciles de trasladar a la pantalla.

¿Y no es usted literario?

Más que literato soy narrador. Mis novelas son más sencillas de adaptar y por eso quizá inspiran más a los directores. A mí lo que me gusta es contar historias.

Aunque la historia no es la misma, usted también perdió la referencia paterna muy joven, a los nueve años. ¿Hay paralelismos con Iván, su protagonista de la última novela?

En cuanto a las peripecias, ningún paralelismo, pero sí hay algo de ese sentimiento de orfandad cuando de niño pierdes a tu padre. Esa pérdida es una herida difícil de cerrar, es algo doloroso, pero a los dos días vas al colegio y la vida vuelve a ser normal.

¿Y salen a la luz a través de una novela?

Es una forma de ver esa realidad. Hay heridas que nunca terminan de cicatrizar y si eres escritor, ese dolor que nunca supiste que sentías acaba saliendo por otro lado. En muchas novelas mías sale esa sensación de pérdida de una persona importante.

¿Una salida consciente?

Creo que no, y en este caso, el de Fin de temporada, es una situación de pérdida paradójica, porque el chico nunca conoció a su padre. Nunca lo echa de menos, pero en el momento en el que empieza a ver cosas sobre su origen o sobre su figura empieza a sentir curiosidad y a sufrir la pérdida de alguien a quien nunca pudo tener.

Ya sabe lo que son las etiquetas y las nominaciones por estilos. ¿Se le podría meter dentro de la escritura costumbrista?

Pienso que no, soy un escritor realista y creo que mis historias están perfectamente ancladas en épocas y procesos determinados. La sociedad de la que formo parte se transparenta a través de mis personajes. El valor que tiene el costumbrismo es el hacer historias de las cosas pequeñas de una época, y a mí no me interesa tanto meterme en ese tipo de historias. Eso no quiere decir que no aparezcan costumbres y usos muy significativos en mis textos.

¿Qué costumbres refleja usted en sus libros?

Algunas que no son ajenas a una parte de la gente de mi generación, como el año que apareció el yo-yo y todos los niños jugábamos con él. Pero no forma parte de una visión costumbrista de la literatura, sino de la necesidad que tiene un narrador de fijarse en los detalles.

Sin detalles la novela podría ser más universal...

Por curiosidad, ¿por qué nunca salta de siglo? ¿Por qué no ha llegado al siglo XXI?

En Fin de temporada he estado muy cerca, he estado a punto de hacerlo.No estoy de acuerdo, pero sí es cierto que mucha gente lo consideraría así. Pienso que una novela es más universal cuanto más local es. Hace poco me comentaba un amigo: ¿Te acuerdas de la época en la que todo el mundo entraba a los bares con una radio extraíble del coche? Pues sí, era la época en la que te rompían la ventanilla del coche para llevarse la radio. Este detalle lo tendría que haber metido en alguna novela y nunca lo he hecho.

¿Pero?

Me he quedado en 1999. Me daba miedo. Los teléfonos móviles e internet han cambiado tanto nuestras relaciones que tendría que cambiar de historias. Antes alguien buscaba a alguien y te servía de historia. Ahora ya nadie busca a nadie porque le llama por teléfono o le ve en las redes, así que te has ahorrado la excusa. Además, tengo la idea de que había una época que me pertenecía más y por eso he contado tantas historias de los tiempos de mi juventud, de los años 70 y de principios de los 80.

PERSONAL

Edad: 59 años (27 de diciembre de 1960).

Lugar de nacimiento: Zaragoza, pero reside desde hace tiempo en Barcelona. Cataluña es el escenario de muchas de sus novelas.

Familia: Está casado y tiene dos hijos.

Formación: Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza. Tras terminar esta carrera acabó la de Filología Italiana en Barcelona.

Trayectoria: Es un narrador que centra sus historias en los años 70 y 80. En el último libro, Fin de temporada, ha rozado el siglo XXI, pero se quedó en 1999. Su obra es extensa y muy reconocida. En 2015 fue galardonado con el Premio Nacional de Narrativa por La buena reputación. También ha coqueteado con el cine. En 1996 adaptó su libro Carreteras secundarias para una película dirigida por Emilio Martínez Lázaro. Junto a este director escribió el guion de Las 13 rosas. Fernando Trueba le dio la oportunidad de escribir los diálogos de Chico & Rita.

Libros: La ternura del dragón (1984), Alguien te observa en secreto (1985), Nuevo plano de la ciudad secreta (1992), El fin de los buenos tiempos (1994), Carreteras secundarias (1996), Foto de familia (1998), María bonita (2001), El tiempo de las mujeres (2003), Dientes de leche (2008), El día de mañana (2011), La buena reputación (2014), Derecho natural (2017), Filek, el estafador que engañó a Franco (2017) y Fin de temporada, la novela que ahora promociona, entre otras.