La acción discurre en Merzouga, el umbral de las dunas de Erg Chebby, en Marruecos, en aquel enclave norteafricano en el que la piedra y el asfalto no pueden ganar espacio a la fina arena de dominante marrón anaranjado. Ahí comienza el desierto hasta su frontera con Argelia. De hecho, las luces del país anejo se divisan en la inmensidad del horizonte ondulado.

Despertamos con el canto de los gallos del pueblo, en la casa de los Ouagzizi, lejos de la algarabía de las ciudades, e incluso del Alto Atlas. Aquí, en el sureste marroquí, el último bostezo es más tranquilo. Sosegado entre la calma. El trato, eso sí, igual de hospitalario. Intachable allá donde nuestros pies pisen.

Hoy visitaremos un pueblo singular. Se llama Khamlia, y también puede aparecer escrito como El Khamlia. Sin embargo, todos lo conocen como El pueblo de los negros. Y tiene su razón.

Nuestra furgoneta ha aparecido con unas letras escritas. Sobre los cristales sucios del polvo de la carretera y primeras dunas, se aprecian símbolos del alfabeto tifinagh, del idioma tamazight, de los amazih. Es decir, lo que de forma mal denominada se dice ya por costumbre bereber. Un antiguo profesor de colegio nos detalla en su hogar que fueron los romanos quienes les llamaron bereberes como traducción de bárbaros. Y a nadie le gusta que califiquen de bárbaros a su cultura ancestral y a sus personas. Bárbaros serán únicamente los que se prodigan en insultar a otros.

Por desgracia, los vencidos son aquellos perdedores que hacen suyo el discurso de los ganadores, y a día de hoy ellos mismos utilizan, lamentablemente, el calificativo de bereber. Pero quedan perdedores de otros tiempos que no son vencidos, sino únicamente perdedores. Hoy en día, a fin de cuentas, son ganadores, personas que luchan por el orgullo del pueblo amazigh, con idioma propio -y sus dialectos- e incluso alfabeto propio que casi no se utiliza. No obstante, ahí permanece. En nuestra furgoneta, mismamente.

Arranca el motor Volkswagen y pone rumbo a Khamlia después de un imponente desayuno. Son escasos minutos de un trayecto de siete kilómetros sobre una carretera que hace veinte años casi ni existía, pero que en la actualidad su asfalto lo hace todo más cómodo.

La puerta al océano de arena está ahí en todo momento. Nuestro amigo Moha pide que detengamos el motor. Una persona se acerca para que podamos conocer un zorro del desierto. "Puedes tocarlo", espeta, "no hace nada". El zorro, de grandes orejas para su pequeño tamaño, se muestra tranquilo, acostumbrado y lleva en su cuello un collar de hierro. "Es como un perro", sonríe para restar importancia al hecho. Y por el momento y tras la foto de rigor, algún dirham, moneda oficial del Reino de Marruecos. Cien dirhams son al cambio casi un euro.

El amigo Moha, junto a un zorro del desierto.

Cultura musical

De nuevo en marcha, nuestro amigo nos indica dónde estacionar. Por entre los cristales y letras alfabeto tifinagh un hombre de raza negra se pone bien su pañuelo en la cabeza. Hemos llegado. De nuevo la algarabía, la celebración. Nos presentan a Said e Ibrahim, dos de los componentes de uno de los grupos de música existentes en la localidad de folclore tradicional llamado Bambaras. Han preparado su espectáculo sonoro y de Dar Gnaoua, es decir, en la casa de los nauas, esclavos negros subsaharianos que se refugiaron en este enclave, de ahí que Khamlia sea conocido como el pueblo de los negros.

Said fue el primero en crear es espacio para las culturas y también cofundador de una asociación "para mantener este tipo de música y enseñarla a los niños y niñas, y del mismo modo tener trabajo para los jóvenes del pueblo, que de este modo pueden vivir del turismo", detalla Moha, quien en la actualidad reside en Azpeitia con una mujer guipuzcoana.

Antes de presenciar el espectáculo conocemos que en Khamlia hay algunas tiendas y una escuela primaria mixta. "¡También hay luz y agua!", subrayan los propios habitantes con orgullo. Se estima que el número de casas es únicamente de alrededor de 80 viviendas familiares, donde residen un máximo de 300 personas. Hay una cafetería y restaurante, Nora -conocido por sus pizzas a modo de empanadas amazigh-, así como un pequeño hostal.

Son varios ya los grupos que funcionan tocando música gnaoua (también escrita como gnawa), muy diferente a la tradicional amazigh o a la árabe. Para ellos, el momento en el que comienzan a tocar sus instrumentos y bailar se convierte en un ritual. Está considerada como una especie de sofisma. De hecho, creen que tiene beneficios curativos, de sanación de personas o animales enfermos. Aseguran que en ocasiones pueden incluso entrar en trance.

Hay festivales de música gnaoua. El más conocido, de forma paradójica, se lleva a cabo en el punto cardinal contrario, en el oeste, en Essaouira, a 700 kilómetros de distancia. Está previsto que la próxima edición -la vigesimocuarta- del Festival Gnaoua de la ciudad que en un tiempo se llamara Mogador se celebre en junio de este 2022.

Aquí, en Khamlia, también hay una fiesta que se oficia en agosto llamada de limosnas, que se lleva cabo desde tiempos pretéritos. En este lugar la música no deja de sonar. Si no es en grupo organizado, son espontáneos con sus tambores o instrumentos propios. Viven lo que cantan, son lo que cantan, lo que bailan. En este último caso lo hacen moviendo todo el cuerpo salvo la cabeza. Y recuerdan a sus antepasados esclavos de Sudán, Malí, Senegal o Mauritania llegados a este enclave, en el que se afincaron y sobrevivieron como pastores la mayoría. Hoy lo hacen del patrimonio cultural que han heredado. Desde otros pueblos como Hassilabied, Tanamoust, Takoujt o Tisserdmine también se acercan a tomar parte en estas actividades que aglutinan la cultura, las costumbres y lo espiritual y místico.

En sus conciertos actúan con instrumentos propios: laúd de cuerda de percusión (hajhouj o guembri), tambores para los que suelen valerse de bidones o percusión actual (ganga) y unas castañuelas gnaoua (qraqeb). Son metálicas, lo que, según explican, les evoca el ruido de las cadenas de cuando eran esclavos. Y las melodías o un mismo mensaje se repiten a modo de mantra, ilustrando claramente en Marruecos su africanidad. La africanidad subsahariana sí existe en Marruecos, pero uno se sube a la furgoneta y se va pensando sobre otra falta. Las mujeres. ¿Dónde están las mujeres de Khamlia?