l Eje que todo el mundo conoce es la alianza formada durante la II Guerra Mundial por Alemania, Italia y el Japón, pero desde primeros de septiembre de este año existe un nuevo Eje: el Eje de la Resistencia, formado por Hamas y Hizbolá.

No hace falta decir que lo de la resistencia va a cuenta de Israel y, en cierta medida, también contra los Emiratos Árabes por haber reconocido al Estado judío. Esta última alianza de los radicales musulmanes tiene una clara fachada teológico-nacionalista y sin embargo, la razón principal de la aproximación de las dos organizaciones es económica en última instancia.

Porque mientras Hizbolá, asentada en el Líbano, sigue contando con el apoyo económico, militar y político del Irán chiita -prácticamente, es el brazo ejecutor de Teherán en el Oriente Próximo-, la palestina Hamas lleva tiempo notando que las subvenciones de los Estados sunitas va disminuyendo en la misma medida en que se acusa la crisis coyuntural mundial y baja el precio del petróleo. Pero la crisis económica y las confrontaciones con los EEUU afectan también la economía iraní y as Hizbolá le vendría de perlas ahora poder contar con los efectivos y la logística de Hamas en las acciones militares y políticas inspiradas por Teherán y encomendadas a la organización libanesa.

En realidad, en el complicado y sumamente inestable escenario político del Oriente Medio, la economía ha sido siempre uno de los pocos puntos de referencia fiables de la conducta de los protagonistas. Ni siquiera la aparición de Rusia y Turquía como nuevos e importantes actores de la zona ha variado la ultima ratio de la conducta de las fuerzas en liza: la creación de un Estado palestino en los territorios ocupados por Israel y el precio de su eventual destrucción.

Las guerras civiles de Libia y Siria son costosísimas y de excesiva duración. Ninguna de las grandes y medianas potencias implicadas en los conflictos de la zona quiere -ni puede- seguir financiado una crisis de nunca acabar. Desde un punto de vista contable, todo el mundo desea la paz. Pero las pasiones en danza son enormes, al igual que el precario equilibrio de poder imperante desde la definitiva victoria israelí sobre los musulmanes. Y, consecuentemente, casi todo el mundo va dando palos de ciego a ver si se vislumbra una solución.

Teherán, Moscú, Ankara, Washington, Riad o Bruselas no pueden tomar iniciativas atrevidas porque un eventual -y muy posible- fracaso tendría consecuencias funestas en la política nacional y muy graves, en la internacional. De ahí que hayan sido las comparsas -Emiratos, Hizbolá y Hamas- las que hayan dado pasos atrevidos, aunque cada uno en una dirección diametralmente opuesta€ Cosa casi obligada en la política del Oriente Medio.