la familia de pablo, “sin palabras”. Cándido, el padre de Pablo Ibar, dijo tras conocer el veredicto que “no hay palabras” y que lo ocurrido “no es aceptable”, aunque lo tienen que “aceptar”. “No se puede entender que hayan fallado por unanimidad”, señaló. En estas imágenes, Pablo esposado tras conocer el veredicto, y los gestos de dolor de su padre Cándido, su mujer Tanya y su hermano Michael. Foto: Efe

el vascoestadounidense Pablo Ibar volvió ayer a ser declarado culpable de tres asesinatos cometidos en Florida hace 24 años, cuando él tenía solo 22, los únicos de su vida en los que no ha estado preso por un crimen que dice no haber cometido.

El veredicto que le acerca de nuevo a la pena de muerte lo recibió con mayor entereza que sus familiares e incluso que sus abogados, según se vio hoy en el tribunal de Fort Lauderdale (Florida), precisamente la ciudad donde Ibar nació en 1972.

Por haber vivido fuera de la sociedad tanto tiempo, poco se sabe de Ibar salvo que se casó en la cárcel con su novia de la adolescencia, Tanya Quiñones, hace 20 años y que tiene un padre, Cándido Ibar, que es un puntal para él, y un hermano menor, Michael, que tiene un negocio de transporte de camiones en Florida.

Después de tres juicios, los dos primeros nulos, en el año 2016 la Corte Suprema de Florida anuló la pena de muerte que le fue impuesta en el año 2000 y ordenó un nuevo juicio con jurado que está ahora en su recta final en Fort Lauderdale, la ciudad del sureste de Florida donde Ibar nació el 1 de abril de 1972.

El veredicto del jurado de este cuarto juicio retrotrae la situación al punto en el que estaba en el año 2000.

Después de haber pasado casi 16 años en el “corredor de la muerte”, la Corte Suprema de Florida anuló la sentencia y ordenó celebrar un nuevo juicio, que es el que llega a su fin ahora.

El jurado le ha encontrado culpable de los seis cargos que se le imputan, por homicidio, robo y robo a mano armada, y le corresponderá al juez Dennis Bailey decidir en febrero próximo si vuelve al “corredor de la muerte” o se queda el resto de su vida en prisión.

La libertad está descartada para este hombre serio, siempre limpio y bien vestido y de semblante decidido, que acudía al tribunal cargado de carpetas y no paraba de hacer anotaciones.

Ibar, que, además de la estadounidense, tiene la nacionalidad española desde 2001, contó en este juicio que tantas expectativas despertó en los que creen en su inocencia con la ayuda de una fundación en el País Vasco que ha realizado campañas de recolección de fondos para pagar una defensa adecuada en Estados Unidos.

De familia de deportistas, entre ellos su tío, el fallecido boxeador José Manuel Ibar Urtain, antes de que ocurrieran los asesinatos de 1994, el joven Pablo se estaba encaminando en la cesta punta, la disciplina deportiva de su padre, Cándido Ibar.

pacífico y de fe Cándido Ibar lo recuerda como un muchacho pacífico, de fe, que nunca tuvo armas y muy atlético.

Después de que Pablo recibiera un fuerte pelotazo en el rostro, mientras ambos vivían en Connecticut, Cándido, que estaba ya divorciado de la madre de su hijo, Cristina Casas, de origen cubano, decidió enviarle a Florida con ella, que entonces estaba enferma de un cáncer, del que murió años después, para que la acompañara.

De nuevo en su natal Florida, Ibar celebró el 1 de abril de 1994 sus 22 años en el club nocturno Casey’s Nickelodeon de Hallandale Beach, cuyo dueño, Casimir Sucharski Jr., le ofreció una botella de champaña para suavizar una pequeña discusión que había tenido antes con una de las camareras.

El 26 de junio de ese mismo año Sucharski, Sharon Anderson y Marie Rogers fueron asesinados a tiros y por la espalda en casa del empresario por dos hombres que entraron a robar. Sus aspiraciones de dedicarse al deporte de la pelota vasca se esfumaron.

Ibar y su amigo Seth Peñalver, de origen mexicano, que en su día también fue condenado a muerte, pero ganó una apelación y fue absuelto en un nuevo juicio, fueron detenidos y acusados de ser los asesinos.

Desde entonces la vida de Ibar ha transcurrido en la cárcel, donde analiza con lupa las transcripciones de los juicios y contesta cartas de apoyo que recibe desde España a través de la Fundación Pablo Ibar.

En la cárcel del condado de Bradford, en el norte de Florida, donde pasó los 16 años que estuvo esperando ser ejecutado, llegaba cada sábado su novia y después esposa Tanya Quiñones, que lo ha acompañado sin descanso en su vida como reo y ayer no pudo ocultar su tristeza por el veredicto.

Además de estas visitas, los días transcurrían entre el ejercicio físico y el sueño, las cuales eran sus actividades favoritas porque le permitían “mantener la salud mental”, según escribió en una carta a la fundación con su nombre.

“Si no hace mucho calor, intento dormir. Me encanta dormir porque en este sitio no me pueden quitar mis sueños”, afirmó.

El 2016 abrió una luz de esperanza para Ibar, cuando la Corte Suprema de Florida anuló la condena a la pena de muerte. Una luz ahora apagada.

visitas a través de una pantalla Lejos del pabellón de la muerte y más cerca de su familia en el sur de Florida, los dos últimos años Ibar solo ha podido recibir en la prisión, ubicada en Fort Lauderdale, visitas a través de una pantalla de computador.

Después de que la Corte Suprema de Florida anulase la condena a la pena de muerte, fue trasladado a una cárcel común en el condado de Broward, donde en los últimos años ha podido hablar con su familia a través de una pantalla de computador.

“Yo no merezco ni un día en prisión por este crimen, yo no lo hice”, señaló Ibar en una entrevista concedida hace años cuando estaba en el “corredor de la muerte”.

Sobre el veredicto se pronunció el portavoz de la Asociación contra la Pena de Muerte de Pablo Ibar, Andrés Krakenberger, quien señaló que las evidencias de su inocencia “son clarísimas”. Krakenberger anunció que seguirá “luchando” para que Ibar tenga la “mejor defensa letrada posible” en las siguientes fases del proceso. La asociación estudiará los pasos a seguir una vez que se determine si es pena de muerte o cadena perpetua.