Ordizia se protege con autoconfinamientos voluntarios y el uso total de la mascarilla, un escenario algo impensable hace tan solo dos días

N un solo palmo de terreno cambia todo. A solo 200 metros de la muga con Ordizia, los niños juegan en un parque. Muy pocos y son pequeñitos. "No toquéis tanto las cosas, que hay mucho coronavirus", alerta la madre, sin mascarilla. Un coche de la policía municipal de Beasain recorre el pueblo lanzando por megafonía mensajes de advertencia y reclamando responsabilidad a la población, que se cumpla la obligatoriedad de vestir mascarilla si no se garantiza la distancia mínima entre las personas de diferente unidad convivencial: un metro y medio. La pandemia, tras el brote de la vecina Ordizia, pesa en el ambiente, pero sigue dominando el número de personas que no llevan mascarilla. Tres de cada diez la llevan. Quizá un poco más.

Lo mismo sucede en Lazkao (unos 5.700 habitantes), otra localidad colindante con Ordizia, la tercera más poblada de Goierri. Poca gente en la calle y más mascarillas que hace unos días, sí, pero insuficientes. Menos incluso que en Beasain, a simple vista. Así es la psicología de la pandemia, compleja, con gente sensible, sí, pero necesitada de algo, de un shock, para despertar en la nueva realidad. O todo, o nada; sin punto intermedio.

Ordizia era igual que el resto hace nada, antes de ayer, pero sus vecinos están ejecutando con un sobresaliente lo que debería ser la nueva normalidad. Relaciones sociales sí, pero protegidos con mascarilla. Prácticamente el 100% de la población la vestía ayer. Solo dos personas vimos sin mascarilla, en zonas alejadas del centro.

El Ayuntamiento está apretando la tuerca poco a poco. A pesar de que ayer se pusieron once multas por no viajar con mascarilla en coche y se anunció que también "se impondrán sanciones a los viandantes", al Consistorio no le ha hecho falta ponerse demasiado duro. Mantuvo el cierre de los edificios públicos, piscina, polideportivo, biblioteca, parques infantiles... y añadió alguna restricción más, al suspender la programación del cine para el fin de semana y extender las normas restrictivas de la hostelería al parque de Oiangu, una zona de esparcimiento muy frecuentada y que antes de ayer aún mostraba imágenes chocantes.

La gente, ayer aún, aunque poca, disfrutaba de metros de espacio, del verde, y lo hacía sin mascarilla. Niños jugando, una decena de ellos, felices, echándose agua de la fuente. Y adultos relajados, ajenos a las normas que se han impuesto unos metros más abajo, en el casco urbano.

Pero lo que más llama la atención es la naturalidad y la responsabilidad con la que sus 10.000 ciudadanos han abordado semejante cambio. Familias enteras se han autoconfinado en casa durante estos días y eso se percibe en las calles. Y quienes salen, lo hacen protegidos. Con una naturalidad inquietante.

En los móviles, de nuevo vídeos; imágenes captadas desde balcones de la calle Etxezarreta, el epicentro, una semana antes. Imágenes que impactan hoy, con grupos de jóvenes apelotonados, pegados unos a otros, tomando tragos, cercanos.... con sus amigos, como siempre. Como antes. Justo entre los tres bares cerrados por estar en el foco del brote.