o va a cambiar ni su forma de trabajar ni su día a día, pero la vacuna contra la covid-19 ha traído un halo de esperanza al personal sanitario, que lleva ya un año entero dejándose la piel para hacer frente a la pandemia y que ahora empieza a ver la luz al final de este largo túnel. El proceso de inmunización del personal sanitario se encuentra en sus fases finales justo cuando -hoy- se cumple un año desde que se detectara el primer caso de coronavirus en Navarra. Ni siquiera entonces alguien podía haberse imaginado todo lo que sucedería en los meses siguientes ni en las oleadas que se han ido sucediendo hasta día de hoy.

La llegada de la pandemia paralizó por completo la actividad ordinaria del sistema sanitario -desde Atención primaria a las UCI- que se readaptó para luchar contra un virus nuevo que siempre ha ido por delante. Fueron semanas de un caos tremendo, en el que la improvisación fue la tónica dominante en todos los ámbitos. Los centros de salud prácticamente cerraron sus puertas salvo para casos excepcionales y los hoteles se ofrecían a Salud para acoger casos leves en caso de que la situación empeorase y que, en efecto, empeoró.

Parecen más lejanos de lo que en realidad están aquellos días de largos aplausos a las 8 de la tarde que hicieron resurgir al Dúo Dinámico con la mítica Resistiré. Por aquel entonces, sumidos en un confinamiento domiciliario que se prolongaba cada 15 días, los sanitarios luchaban contra el coronavirus con esperanza, algo que poco a poco han ido perdiendo en favor de un cansancio acumulado que arrastran todavía a día de hoy. El sistema sanitario público y el privado se convirtieron en un sistema integrado para hacer frente a la que se venía encima, que ya se intuía apabullante pero que acabó siendo peor que cualquier expectativa. El servicio de hospitalización a domicilio recorría las casas ataviados con EPI para atender a pacientes covid-19 y también con otras patologías que requerían atención. En los hospitales la ingente cantidad de contagios desbordó plantas y UCI, que se habilitaron en salas de endoscopias, urpas, etc., y el CHN-B (antiguo Virgen del Camino) se convirtió en un hospital covid, con cuatro de sus seis plantas dedicadas a esta enfermedad. Fue lo más duro de la crisis sanitaria. Marzo y abril, los meses negros de la pandemia, en los que los fallecidos no podían despedirse de sus familias y muchos de ellos ni siquiera fueron casos confirmados de covid-19 por la escasez de PCR. Pero no era la única carencia. El mundo entero estaba sumido en una crisis sin precedentes y los problemas se incrementaban por la falta de material sanitario y de protección. Fruto de ello, alrededor de 900 profesionales se contagiaron durante aquellos dos meses. Literalmente se jugaban, y se juegan, la vida por salvar las de otros.

Precisamente por ello han sido el segundo grupo prioritario en recibir la ansiada vacuna, después de las residencias de mayores, donde el virus hizo sus mayores estragos.

Ahora, un año después del inicio de la pandemia y con todo su personal prácticamente inmunizado, la situación de los sanitarios es bien distinta. El cansancio acumulado tras doce meses de lucha ininterrumpida ha hecho mella en los profesionales, que si en lo peor de la pandemia se aferraban a la esperanza de salir de aquella situación, ahora un cierto pesimismo se ha apoderado de ellos. Porque tras la relativa calma del verano, los fantasmas de marzo y abril volvieron a los hospitales en otoño, con una segunda ola que fue arrolladora. Tras ella vino la tercera, como consecuencia de la Navidad, que supuso la puntilla para unos profesionales que acumulan jornadas maratonianas y vacaciones suprimidas. Ahora su esperanza es la vacuna, y la inmunidad de rebaño que traerá consigo, para superar de una vez por todas esta pesadilla.