La tendencia de denuncias es creciente y los especialistas hablan de que la violencia está yendo a más en cuanto a gravedad.

-Sí, esa percepción creo que es común entre las personas que trabajamos en este ámbito. Creo que como sociedad seguimos fallando mucho en la base y en la educación. Aquí nos encontramos violencia que tiene todo tipo de procedencia, no depende del estatus social, porque hay desde personas universitarias hasta quien no tiene el mínimo vital, y no tiene edad, de hecho tiene una edad cada vez más joven. Y lo que observamos en los últimos meses es que se normalizan y banalizan ciertas conductas tóxicas, prácticas sexuales peligrosas. Hay jóvenes que no son conscientes del riesgo que entraña mandar fotos y vídeos íntimos, por ejemplo, en el caso de que luego esa pareja se rompa. Porque ese tipo de cosas se utilizan luego para chantajear, para amenazar, como arma para retomar la relación y eso es muy peligroso y cada vez más común. El consumo de pornografía es otro de los factores influyentes, que destacan los expertos, en este tipo de relaciones sexuales banalizadas, en las que todo está muy distorsionado. Se está viviendo una involución educacional en ese sentido, cada vez más jóvenes que no aguantan una negativa, no saben encauzar sus frustraciones. Hay que trabajar mucho la autoestima con esas personas.

Los delitos sexuales están volviendo a niveles de prepandemia y lo que más alerta es que se produce sin que haya ocio, ni Sanfermines, ni fiestas. ¿Está cambiando la realidad a la que se enfrentan?

-En un juzgado como este ves muchas cosas nuevas, muchas de ellas relacionadas con la tecnología. Los delitos contra la intimidad, a través de los medios online, son también una forma de ejercer la violencia. Hay parejas que no son capaces de ver las consecuencias tan graves de mandar esas imágenes practicando sexo, aunque piensen que solo se lo mandan a su novio, pero todo eso deja un rastro y supone un riesgo. Antes, por ejemplo, el bullying se producía en el colegio, había una violencia física pero, al llegar a casa, esa víctima estaba segura. Ahora, no es así, porque estamos interconectados todo el tiempo. Y ocurre igual en el ámbito de la violencia sobre la mujer. El riesgo está en que en el momento que esas imágenes escapan de tu control y se difunden, luego esclarecer ese delito es mucho más difícil, hay que mandar oficios a empresas como Google, Instagram, Facebook que tardan muchísimo en responder o ni contestan y realizar periciales informáticas es también un trabajo costoso. Por eso no hay que relacionar solo la violencia con el consumo de alcohol y de tóxicos. No siempre se busca esa excusa para una agresión. Las especialistas en ciberdelincuencia observan que hay más consecuencias para las víctimas en el caso de estos delitos contra la intimidad porque llega a más personas y es muy difícil de perseguir el delito. Aquí, en el juzgado, hay un día de la semana que dedicamos íntegramente a los cotejos de la información de los móviles, a comprobar los datos de los whatsapps, de los correos, de las redes. Eso no ocurría antes. Incluso he visto parejas que se han llegado a denunciar por amenazas y chantajes sin llegar a conocerse en persona.

¿Cómo se combate esto?

-Es un reto que hace que sea muy necesaria la educación. El mundo digital ofrece unas posibilidades pero abre también un campo peligroso que dificulta la investigación, siempre deja rastro y ese tipo de información llega a todos los rincones y no conoce fronteras. Tienes que saber las consecuencias de lo que mandas antes de hacerlo. Cuando le das a la tecla de enviar, entonces pierdes el control.

El móvil es el origen de muchas discusiones y agresiones.

-Y a través del teléfono es como se perciben cada vez más situaciones de dominio y control. Incluso en relaciones efímeras, porque si ves una relación de seis meses aquí, eso es ya una relación larga. Muchas jóvenes relatan como si fuera normal que su pareja le exige que le mande fotos a ver dónde está, que si está en línea y con las dos flechitas azules en el mensaje porque no contesta de inmediato, le cuestiona con quien está hablando, si le está engañando u ocultando algo. Esas relaciones de posesión y celos están a la orden del día y normalizar esas actitudes es muy peligroso. Muchas discusiones se originan por el control del teléfono, porque la víctima no le deja ver el whatsapp al agresor. En esas relaciones hay algo que falla desde el inicio. Cometen delitos sin ser conscientes de ello, porque parece que esa es su normalidad.

Un 40% de las denunciantes del 2021 tenían menos de 30 años.

-Desde luego que por este juzgado pasa muchísima gente joven y eso es algo que me preocupa como jueza, como ser humano y como madre. Se percibe una mayor violencia, irascibilidad, habituales faltas de respeto y situaciones más fuera de control y sin límites, relaciones sin protección...