PAULA Vázquez acabó la final del Número 1 con la garganta rota. Su excitada pronunciación ¿será por exigencias de guion o pura improvisación? Es muy buena sí, pero se pasa de rosca porque no puede estar en la procesión y bandeando. En sus presentaciones tanto de danza, como de cantantes parece que quisiera paliar su falta de ritmo o de voz con una exagerada presentación. Nadie habla ni piensa más. Es la más rápida a ese lado del Mississippi de la televisión. Y así les fue. El final quedó tapado por los aplausos y los gritos. La voz de Paula Vázquez pasó a ser tan inaudible que nadie en aquel caótico final supo si entrevistaba, hacía el típico agradecimiento o se despedía hasta la previsible próxima edición. Paula tiene en su voz su punto vulnerable, un talón de Aquiles que suple con el entusiasmo exagerado que le echa a cada entrevista.
No puede ser que se llore tanto en un programa. Lloran cuando cantan bien, cuando se equivocan también, de alegría o de tristeza; da igual. Quien participa en ese programa tiene que ser hábil en lágrima fácil. Más o menos lo que nos pasa a casi todos los ciudadanos cuando vemos la que nos está cayendo con el rescate a los bancos que vamos a pagar a escote. Nunca antes se había hablado de economía en los términos que hoy se habla. Desde Hitler nunca un presidente alemán había sido tan conocido como Angela Merkel. Hace años quizá Margaret Thatcher, la Dama de hierro, pero era algo interno, que les afectaba a los ingleses. Hoy mentar a Merkel es como hablar del jefe directo. Que se lo digan a Rajoy que también se ha quedado sin voz. Su afonía impide además que se enteren los más ricos que lo que les pide son 10.000 eurillos a cambio de mantener en secreto sus millonarias cuentas en el extranjero. Afonía y sordera. Menuda mezcla.