pamplona. Dice que los buenos libros son esos a los que vuelves una y otra vez, y La experiencia de la lectura, que Jorge Larrosa publicó en 1996, debe serlo para muchos, porque años después sigue suscitando preguntas y reflexiones. A partir de esa obra conversará hoy con los asistentes al Foro Auzolan el escritor y profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad de Barcelona.

Si la lectura es una experiencia transformadora, ¿cuál es la actitud ideal ante esa práctica?

La actitud de dejarse hacer alguna cosa. De lo que se trata no es tanto de pensar qué hacemos nosotros con los libros, sino qué hacen los libros con nosotros. Por lo tanto la experiencia tiene más que ver con la receptividad que con la actividad, tiene más que ver con la pasión que con la acción. El sujeto de la experiencia es un sujeto abierto, vulnerable, receptivo. Me parece que era Gadamer el que decía que leer es dejarse decir alguna cosa.

Es un poco paradójico que prácticamente nuestro primer contacto con la lectura, esa experiencia abierta, se dé en la escuela, en un sistema educativo en el que todo está organizado, compartimentado, orientado a un objetivo y un resultado...

Sí, eso es interesante, pero más bien lo que ocurre ahora es que la escuela está perdiendo su conexión con la cuestión de la escritura y de la lectura. Estas no son ya lo más importante, aunque durante mucho tiempo lo fueron. La escuela, que ha sido también una gigantesca fábrica de producir aburrimiento y de producir desinterés, a veces no ha funcionado como el dispositivo más interesante para producir lectores. No solamente para alfabetizar, de hecho la alfabetización no quiere decir nada respecto a la lectura, porque ahora vivimos en una sociedad máximamente alfabetizada pero que sin embargo lee muy poco y seguramente lee muy mal..., pero sí es verdad que esa función de fabricar sujetos para los cuales la lectura tenga alguna importancia existencial para la manera en que cada uno elabora la vida a lo largo del tiempo, eso la escuela lo ha hecho más bien mal.

¿No se hace porque no interesa al poder?

Por una parte pasa eso, y por otra, es que estamos al final de la época alfabética; la época del libro está terminando, con el mundo digital, con el mundo de la imagen, con un mundo que requiere otras formas de atención más efímeras. Hay un escritor francés, Bernard Stiegler, que tiene un libro en el que analiza esas enfermedades de la atención que ahora están siendo diagnosticadas masivamente, síndromes de déficit de atención, de hiperactividad, y lo relaciona mucho con el tipo de estimulación al que están sometidos los niños y los jóvenes ahora. Él dice que está muy condenada la atención continuada que requiere la lectura. Como decía María Zambrano, leer tiene que ver con la experiencia de la soledad. Y ahora que vivimos en una sociedad donde el imperativo es estar permanentemente conectado, la lectura tiene algo de asocial, y entre los jóvenes se ve: el chico que le da por leer es el solitario, los amigos lo critican, la madre dice es que está un poco loco, no quiere salir de casa... La lectura siempre ha tenido algo de asocial, de ruptura de la comunicación, de retirada a un espacio íntimo, y eso se corresponde mal con las lógicas de los tiempos que corren, y más con Internet y los teléfonos móviles, que hacen que la gente esté permanentemente conectada, permanentemente en vida social.

¿Qué vamos a perder con el fin de la era del libro?

No sé, yo creo que iremos a un mundo distinto, ni mejor ni peor. La humanidad ha vivido durante siglos sin leer y puede vivir durante muchos otros años sin leer. La mentalidad alfabética tiene un origen y tendrá un fin, como todo lo que es humano. La gente seguirá leyendo, pero seguirá leyendo mensajes de Whatsapp, los periódicos y manuales de instrucciones de los electrodomésticos. Pero lo que es la lectura filosófica, literaria, está desapareciendo a toda velocidad. Sí se perderá esa capacidad que tiene la lectura de pluralidad, de producir diferencia, y que la lógica de los medios de comunicación no tiene. Y solo seremos receptores de información.

Ha dicho en alguna ocasión que la lectura y la escritura son, o deben ser, aquellos lugares donde los seres humanos son iguales.

Sí, la cuestión de la hospitalidad del libro. El libro recibe a todo el mundo en términos de igualdad. Aunque hay libros que cierran más la puerta que otros, pero es un cerrar la puerta que no es excluyente. Hay libros que exigen al lector alguna cosita, pero no es que excluyan a gente, simplemente te piden más: que no sobrevueles la página, sino que atiendas, que le des tiempo, confianza, cariño... esas cosas. Como en el amor, cuanto más das, más recibes.

Esa hospitalidad de la lectura se hace más importante que nunca hoy, cuando se está acabando con todo lo público...

Sí, fíjate que los libros se publican. Publicar es poner a disposición de todo el mundo las ideas, los pensamientos, las formas de sensibilidad, etc. Eso desacraliza el saber, cuando el saber estaba reservado a unos cuantos sacerdotes, en los monasterios... Me gusta mucho aquí la palabra comunización, que viene de comunismo. El libro es un gigantesco dispositivo de comunización, es decir, de desprivatización, de publicación. De convertir en público, en asunto de todos, lo privado.

¿Toda lectura es experiencia, o hay determinados libros que, al nacer por y para el éxito comercial y estar repletos de tópicos y de lugares comunes, no dejan lugar a la experiencia del lector?

La experiencia de la lectura conlleva ponerse a uno mismo en cuestión con relación a lo que lee. Suspender por un momento lo que uno piensa para aprender a pensar lo que aún no sabes pensar, para aprender a decir lo que aún no sabes decir, para aprender a sentir lo que aún no sabes sentir... Poner en cuestión el yo fuerte y dejarlo un poco abierto. Y para eso sí se requiere un texto y un lenguaje especialmente generosos. Cuando un texto ya sabe muy bien lo que quiere hacer contigo, malo. El texto tiene que dejarte tu hueco a ti. De todas maneras, como la lengua es una maravilla, por muy cerrado que sea un texto, si el lector es abierto, lo abre. El lector es capaz de abrir lo cerrado, de desdogmatizar lo dogmático... Por eso hay Historia, porque cada generación ha leído a Platón de una manera distinta. Y es una característica de la lengua, la lengua funciona pluralmente. El discurso no puede controlar nunca su propia recepción.

Casi todo está en nuestra mano, entonces.

Sí, sobre todo está en nuestra mano ser un poquito valientes, en el sentido de no estar todo el tiempo pensando en seguir pensando lo que ya piensas, en seguir viviendo como ya vives, no estar todo el tiempo pensando en tu propia conservación como sujeto, sino al revés. Se trata de aprender a no tener razón. Y para eso hay que ser valiente.

¿Qué experiencias lectoras le han transformado?

Mira, cada ciertos años yo leo a un autor entero, es decir, sus obras completas, y además lo hago con una cierta voluntad de estudio, leyendo algo de biografía secundaria... Y los dos últimos autores con los que he hecho eso son Pessoa y Peter Handke. Son los dos que en los últimos años me han merecido la lectura y la relectura. No está mal eso de la relectura. Porque yo creo que un libro que no merezca ser releído, igual que una ciudad que no merezca volver a ser visitada, o una mujer que no merezca ser amada una segunda vez, no valen la pena ni la primera vez. Por lo tanto, esos libros que te transforman son los que tienes la sensación de que no acabas nunca de leer. No son libros que lees y ya dejas detrás, al contrario: están siempre delante de ti. Son los que te ponen en movimiento.