Hoy, día 13 de noviembre es una fecha decisiva y de imborrable recuerdo, fundamental para la Cultura escrita con mayúsculas, la antropología, la historia, la etnología, la literatura y en general para todos los campos que abordó y trabajó en su portentosa y prolífica erudición: Julio Caro Baroja, el otro hijo de Itzea de quien se cumple el primer centenario de su nacimiento. Fue un testigo privilegiado de su tiempo y como su sobrina Carmen Caro dijo y con justificados motivos en una ocasión, “sin duda, de profesión fue sabio”.

Hay una faceta de don Julio que no ha sido, a mi humilde y leal entender, estudiada y valorada lo suficiente, con todo y tener su propia identidad y características de muy notable interés: su afición por la pintura. Su afición le llega de familia, es evidente: hijo de madre pintora y sobrino de pintores (no sólo Ricardo, sino el mismo don Pío que le lleva de la mano a visitar exposiciones) y cabe reconocer que fue un dibujante magnífico y minucioso, barroquismo puro, buen paisajista y retratista, y menos, por lo que sea, amigo de bodegones y de flores.

En Itzea se conservan y se pueden admirar muchas de sus obras paisajísticas, en un trabajo que sorprende (¿?) por su originalidad, su sensibilidad, meticulosidad y minuciosidad que de todo hay en su pintura. Don Julio potencia su interés por la antropología social con el aporte de decenas de dibujos de el campo, la casa y sus características puntuales y las herramientas de una época preindustrial (La casa rural en Vera de Bidasoa) con los que parece afirmar lo de la imagen y las mil palabras, para mejor y más exacta comprensión, igual que en sus paisajes urbanos animados (gentes, acción y actividad) que suenan a realizados por una mente inquieta y curiosa pero a su vez como inocente e infantil, haciendo uso de un estilo naíf ingenuo (redundancia) y no espontáneo porque se advierte la búsqueda del detalle y de la perfección, de lo que el autor quiere más que lucir reflejar y explicar.

sus temas Allí donde iba, siempre o casi siempre que lo hiciera en solitario, don Julio se detenía en algún lugar, un conjunto rural, el rostro de un personaje que le parecía particularmente expresivo e interesante, sacaba su cuaderno y tomaba sus apuntes que luego incorporaba (o no) a sus libros. Contaba que utilizaba bolígrafo o rotulador, si bien sorprende que no usara la pluma, difícil de imaginar en su intelectualidad y exquisita formación y educación. Entre su temática pictórica, destacan su inclinación por la etnología y la etnografía (no puedo olvidar su presencia, junto al escritor Miguel Pelay Orozco y el cantautor Mikel Laboa en el carnaval de Ituren y Zubieta, con nieve hasta las rodillas) y la arquitectura (de cuyo maltrato y desidia se lamentó tantas veces) que son archivo donde recoge con amor y casi veneración, aperos y maquinaria hoy en desuso y en el olvido. Como un Museo Etnológico, el que lleva su nombre en Iratxe o el que imaginó y con el que sigue soñando la familia (su hermano Pío Caro, en particular) en su oasis de paz de Bera, tan prometido como olvidado por las instituciones.

Su inclinación por los temas mágicos, mitológicos y oníricos (Las brujas y su mundo) es también significativa, igual que el retrato coincidente con sus estudios magrebíes originales. En una de sus exposiciones en la casa familiar de Chiclana, se dio una anécdota. Uno de sus lienzos representaba la boda del hijo del diablo con una princesa y asisten obispos sobre fondo de paisajes románticos, y don Julio, puntual, escribió al pie: “Desde que en esta ciudad han entrado las ideas modernas, no se hace cosa buena (El cura)”, lo que, al parecer, acababa de escuchar de boca del párroco de la localidad.

Recorrió la tierra vasca, Castilla y Andalucía y dibujó y pintó con detalle planos y paisajes, monumentos, palacios y casas armeras en trance de extinción, con sentido y mano firme hasta la minuciosidad, reconocido (“dibujante y pintor excepcional”) por el camaleónico José María de Areilza. Otra muestra en Madrid de Ricardo Baroja, don Julio dice a la comisaria que un cuadro no es de su tío y la infrascrita contesta que ha salido de la casa del supuesto autor: “Eso no lo dudo”, le aclara don Julio, “pero el caso es que ese cuadro no es de mi tío. Por una razón sencilla: porque lo he pintado yo”. Él mismo se sorprendió del éxito de una primera exposición en San Sebastián, donde vende al completo, para ironizar con lo que cuesta vender un libro y lo fácil que resultó vender toda su obra. Nació hoy hace cien años y era un sabio. Muy grande.