pamplona - Hace casi 20 años, Carlos Núñez revolucionó el panorama de la música estatal con su disco A Irmandade das estrelas. Ahora, con Inter Celtic, vuelve a sus orígenes, para, a su vez, mostrar al mundo la esencia de la música celta a través de algunas de las mejores piezas instrumentales que ha creado e interpretado.
Después de tantas genialidades y abrazos musicales, ¿qué es lo que le ha impulsado a volver las raíces?
-Tengo la sensación de estar volviendo al origen de mi carrera, que va para 20 años, ya que en 2016 se cumplirá dos décadas desde que grabé A Irmandade das estrelas. Este disco produjo el boom de la música celta en España, y fue de tal calado lo que sucedió que cada multinacional quería tener su gaitero. Se creó una espiral marcada por cierto oportunismo, muy comercial y un poco superficial, y percibí de alguna manera que todo esto se iba a quemar. Así, que a partir de ahí, emigré y busqué nuevos horizontes ante esta perspectiva. En aquel primer disco, lo que hice fue establecer una serie de caminos de Santiago o arco iris de colores. Uno de ellos era, por ejemplo, la conexión celta, tocar con los Chieftains, con gente de las islas que habla otras lenguas pero a la que nos une una sensibilidad común. Otra era la conexión con músicas peninsulares, y así grabamos con músicos del País Vasco, con flamencos... Otra también ha sido la conexión con Latinoamérica, y nos fuimos a Cuba, grabamos con Ray Cooder, Compay Segundo. Pero no nos paramos ahí y seguimos buscando caminos, como el de la música clásica o el de las bandas sonoras. En estos 20 años fui desarrollando todas esa vías, abriendo otros mundos, otros países, otros públicos, y ahora tengo la sensación de volver a casa; y lo más bonito es que siento que hay una nueva generación de gente joven enamorada de la música tradicional, que saben del valor de la tradición. Pero no son frikis, ojo, no son de estar encerrados en su nicho, son gente normal que le gusta la tradición sin complejos. Y me encantaría apoyarlos y lanzarlos, igual que hicieron los Chieftains conmigo.
Inter Celtic es un trabajo completamente instrumental, algo que no se ‘veía’ en su carrera desde 2005, ¿un concepto que entronca con esta particular vuelta a las raíces?
-Qué curioso, no me había dado cuenta. Pero creo que ha sido así por una cuestión intuitiva, ya que Inter Celtic ha sido pensado como una herramienta para educar y mostrar a nuevos públicos, especialmente el americano, que no sabe nada de nosotros y para el que la música celta es Braveheart o Titanic. Y a este público lo que más les ha fascinado del disco es descubrir que, de la misma forma que Irlanda y Escocia se llevaron la música celta, hace dos siglos, a Canadá y Estados Unidos, y allí la mezclaron con la música negra, dando lugar al country o al bluegrass, los nuestros se fueron para Latinoamérica, y allí encontraron también esa combinación de melodías de la península con la música autóctona. De esta forma, el público estadounidense ha visto Inter Celtic como la música del futuro porque atesora esa mezcla.
En resumen, que por fin se han dado cuenta en Estados Unidos de que la música celta no solo es cuestión de los Chieftains o de las influencias de los Pogues.
-Totalmente. Esto ha cambiado ya. En los 90 mandaba Irlanda y hace un siglo lo hacía Escocia, que era lo más conocido, con las falditas, los castillos y el whisky. Pero ahora mismo, la balanza creo que se está inclinando hacia nuestro lado. Y te pongo un ejemplo. Hace unos meses, un señor que se llama Martin O’Malley, que es uno de los presidenciables del partido demócrata en Estados Unidos, publicó un tuit en el que decía que estaba escuchando el nuevo disco de Carlos Núñez, Inter Celtic, “es realmente bueno, tenéis que escucharlo”. Y eso creó un gran revuelo entre los irlandeses, claro. Todo ha ido avanzando mucho hasta el punto de que los estudiosos de Escocia e Irlanda han reconocido que la gaita llegó a las islas británicas desde la península en el siglo XIV. Es decir, nosotros no hemos recibido esto de ellos, sino ellos de nosotros. Otra cosa curiosa, ejemplo de como la gente ya está cada vez más preparada para entender este mensaje complejo: hace unas semanas me invitaron a tocar en los premios que ahora creo que se llaman Princesa de Asturias, en los que recibía un galardón Francis Ford Coppola, cuyo padre era flautista. Así que le dedicamos varias tarantellas del Padrino, compuestas por su padre, interpretadas con flauta y gaita. Y le expliqué que nosotros éramos el resultado de la cultura mediterránea pero también de la atlántica. Y él entendió perfectamente que esta música celta también conecta con su Italia. Por lo tanto, yo creo que es cuestión de tiempo y de seguir trabajando, creo que estamos consiguiendo crear ese imaginario que no existía y en el que, por ejemplo, el flamenco nos llevaba muchos de ventaja.
Teniendo en cuenta las características especiales de este trabajo, enfocado principalmente, como apunta, al público estadounidense, ¿cambiará el espectáculo con el que visita Barañáin respecto al que ofreció en Estados Unidos?
-Cada concierto tiene que ser especial. A mí me encanta hacer eso que se viene a llamar la siembra de jóvenes talentos. Por cada sitio que paso me gusta invitar a gente de ese lugar porque, a su vez, aprendes nuevas melodías o descubres nuevas ideas. Y, además, cuando vuelves a esa ciudad dos años después, te encuentras con que aquellas promesas ya son más que realidades. A Barañáin acudiré acompañado por la misma banda con la que hemos dado la vuelta al mundo este año y que cuenta entre sus filas con un invitado de excepción: John Pilatzke, violinista y bailarín de los Chieftains. Pero también contaremos con varias sorpresas, con una de las cuales estoy especialmente ilusionado. Hace unas semanas estuvimos rodando con Carlos Saura parte de la película que está haciendo sobre la jota. Yo quise hacer algo diferente e invité a jóvenes talentos de diferentes zonas de la península ibérica. Y aquello fue una explosión de alegría, de descubrirse unos a otros; todos jóvenes de unos 20 años. Y entre ellos conté con Itsaso Elizagoien, que también estará con nosotros en Barañáin, que es una máquina de la trikitixa, una virtuosa, pero que además tiene esa frescura y esa generosidad que te da el hecho de no tener complejos; es decir, le gusta lo suyo y lo defiende y lo disfruta delante de cualquier músico de cualquier país. Me encantaría lanzarla y que forme parte de este equipo, y que de la vuelta al mundo con nosotros.
Siguiendo con la mirada puesta en Navarra, su último disco incluye el tema Two shores (Nubes del otro lado), de 1996, en la que tocó en compañía de Ry Cooder y del navarro Javier Colina. Ha pasado mucho tiempo pero, ¿qué recuerda de aquel encuentro?
-Fíjate, pasamos de Itsaso, que tiene 20 años, a cuando yo tenía 24. Era un momento especial y me recuerda a lo que estamos viviendo ahora mismo. Estábamos saliendo de una época oscura, en la que, por ejemplo, apenas salíamos en la televisión porque nuestra música era una realidad que no existía para los medios de comunicación; pero había muchas ganas. Javier Colina grabó con nosotros, en aquel A Irmandade Das Estrelas, un par de canciones que han sido claves: Nubes del otro lado y Negra sombra. En Negra sombra también conté con Luz Casal, mientras que Ry Cooder metía unas guitarras misteriosas, tipo París-Texas. Y Javier Colina lo hizo como un campeón porque ese bajo de Negra sombra, canta. Imagínate lo que fue para mí, con 24 años, grabar con esa gente, era un aprendizaje continuo que, como digo, me recuerda a lo que estoy viviendo ahora.
Como siempre, tras cada conversación con Carlos Núñez, uno se da cuenta de que la música celta no solo es su pasión y su profesión, sino que se ha convertido en toda una filosofía de vida.
-Esa es la clave, efectivamente. La gente, a veces, se pregunta: ¿qué es la música celta? ¿Es la música que hacían los celtas hace 2.000 años? En este sentido puedo decir que hemos avanzado mucho y sabemos muchas más cosas. Mira, de música clásica, se habla por primera vez hace 150 años, mientras que de música celta se empezó a hablar hace 300 años. Es un género, un modus operandi, una forma de crear que estaba ahí desde hace muchos más años, incluso desde la Edad Media y más atrás, porque en el fondo no es sino la reutilización continua de imaginarios que ya estaban ahí. Podemos decir que la música celta es una utopía, es un sueño de que algo del pasado sigue aquí, con nosotros; es el resultado de un estilo de vida. A mí me hace gracia cuando la gente dice que la música celta es un fenómeno comercial creado por las casas discográficas en los 70 y en los 90. ¡Pero, por favor, si Beethoven hizo música celta! Claro que es música comercial, porque los celtas eran comerciantes, y así hicieron de su música un lenguaje común creando siempre vínculos. Y eso es precisamente la filosofía celta: crear vínculos para no estar solos en esta parte del mundo. Y por eso, todos los países atlánticos, aunque hablemos diferentes lenguas, tenemos muchas cosas en común. Y la música es una de las expresiones que hay de esta filosofía. Hay una cita muy bonita de un folclorista bretón del siglo XIX, Maurice Duhamel, que decía: “Los celtas conquistaron el mundo por las armas, en el siglo XIX lo hicieron por la literatura, y lo harán próximamente por la música”. Hay una continua fascinación con la música celta porque se reinventa, es una materia sobre la que nace creación continuamente pero siempre sabiendo que hay unas raíces. Es todo lo contrario a esa filosofía romántica clásica del genio creador solitario; la filosofía de la música celta es la creación colectiva, poniendo juntas las energías preexistentes.
Tras acabar esta parte de la gira, Carlos Núñez descansará un poco, y, sin ir más lejos, solo en marzo ofrecerá 20 conciertos, seguidos, en Francia. ¿De dónde saca las energías Carlos Núñez?
-En marzo toca gira por Francia, sí. Desde hace 20 años, llevamos un ritmo de unos 100 conciertos al año. Y bueno... es agotador pero también creo que es el secreto para que el grupo suene como suena, y para estar en forma. Es un estilo de vida, es un motor de ideas y de creación. Es una vida muy intensa, pero es la que me gusta.