al bajar las escaleras de la galería Kur lo primero que se ve es un relieve casi completamente negro. En la parte superior, en medio, una apertura a blanco parece salirse del propio marco. Este es el último proyecto de Iñigo Arregi, unos relieves que superan la barrera de lo plano y toman la forma de una escultura tridimensional.

La última exposición de Arregi es el resultado de una mezcla de actualización de la técnica, imaginación y reutilización. Utiliza sus esculturas como imagen principal de sus relieves, las edita a su gusto con Photoshop y le añade papeles de diferentes texturas e incluso colores. En un vistazo rápido, su última colección parece una construcción de varias capas. De cerca, se ve que no son más de tres.

La imaginación es uno de los elementos fundamentales de las obras de Arregi. Él hace una maqueta a escala pequeña, pero imagina su impacto en grandes dimensiones. Hace un relieve en un espacio que ocupa poco y lo imagina en una pared de 3x3 metros donde las luces y las sombras crean una imagen totalmente diferente. “Esta escultura, llevada a una escala de cinco metros, se adueña del contexto”, expresa mientras mira una de sus obras de hierro que no mide más de 50 centímetros de alto.

el error humano Arregi trabaja las obras con sus propias manos y solo. No requiere del apoyo de un ayudante o de alguien que corte a láser el cartón de sus relieves. Se permite trabajar con el error humano porque, dice, “hace que las obras sean especiales”.

Se pueden ver cortes en el cartón que no siguen una línea recta. Se pueden ver líneas que empezaron pero que terminan a medio camino porque el autor no las quería con esa inclinación. Hay sombras a lápiz dentro de unos límites establecidos previamente, pero que con un movimiento manual brusco se han salido de la línea. Unos toques que aportan naturalidad y cercanía con Arregi.

Sus relieves, “esculturas que han saltado a la pared”, dice, están hechas a base de papeles de texturas, cortadas a cúter y con sombras pintadas a lápiz. En algunas ocasiones, pocas, asoman colores plata que “aportan luminosidad” en las obras más antiguas. En su último trabajo, el papel de este color tiene una función protagonista. Discreta, pero protagonista.

Lo mismo ocurre con los colores. No han sido habituales en su recorrido, lo que se puede comprobar en el nuevo libro que se ha publicado como recopilación de sus obras, pero en los últimos años lo ha empezado a utilizar más porque el cuerpo se “lo pedía, es algo sensorial”. Cuando lo incluye, en la mayoría de las ocasiones es el rojo, porque, dice, “tiene un efecto llamada increíble”.

De nuevo, apela a la imaginación: “Imagina esta obra roja en medio de un bosque”. Su emoción al decir cada palabra y su mirada fija en la escultura expresan la pasión que pone en cada trabajo.

No trabaja con bocetos. Según lo siente, lo corta, afirma, sea madera o cartón. En el primero se permite menos precisión, en el segundo utiliza una técnica que exige más exactitud. Las piezas escultóricas de madera se tienen que encajar entre sí sin necesidad de pegamento. “Es un concepto natural, es ordenar el material”, opina sobre esta técnica “y es pura magia”. En un principio “parecía que iba a tener límites” pero el método ha demostrado “ser ilimitado” porque a la hora de convertirlo a hierro no necesita soldadura.

Comenta que es fácil reconocer sus esculturas. Siempre han tendido a la verticalidad, como si de un árbol se tratara. Un tronco que asciende hasta crear un grafismo en la parte superior. De hecho, tiene una obra a la que llamó Zuhaitza, pero lo cierto es que casi cualquiera de ellas podría adoptar ese nombre. Ahora está empezando a experimentar con la horizontalidad. Formas puramente geométricas que se unen en una misma escultura con formas orgánicas. Círculos perfectos pero inacabados que “conviven perfectamente”, como él mismo dice. Es un “equilibrio que funciona bien entre dos formas que parecen antagónicas”.

Bebe de la tradición escultórica vasca, y esa forma de hacer arte, tan característica de los escultores euskaldunes, dice, “morirá con la generación”. En el inicio del libro que se ha editado junto a la apertura de esta exposición, Arregi ha querido demostrar su formación en esta escultura con una foto de la construcción del Santuario de Arantzazu en la que aparece él de joven.

“ESCULTURA PERPENDICULAR” Arregi defiende que los relieves, tanto los que se pueden ver en la exposición de la galería Kur como los que han marcado su carrera, son “esculturas perpendiculares” que alteran lo que se ve, es una especie de “juego óptico” que permite diferentes interpretaciones dependiendo de las luces y el fondo.

La mayoría de sus obras están realizadas en cartón, con una tonalidad de grises, algunos negros y otros blancos, a dos capas, porque “tres serían demasiadas”, dice.

La exposición de Iñigo Arregi en Donostia, abierta hasta el próximo 12 de septiembre, viene acompañada de la recopilación de las obras de toda su carrera. “No sé ni cuántas son, no las he contado”, comenta entre risas, “este es un trabajo que han realizado, en parte, mis hijos”.

En 260 páginas a color -algo curioso teniendo en cuenta que sus obras rara vez son coloridas- se puede observar el recorrido del autor arrasatearra acompañado de textos en francés, euskera y castellano de expertos y literatos. Al despedirse de la exposición se puede echar un vistazo a toda la sala desde arriba. Predominan las dos grandes esculturas en madera creadas expresamente para la ocasión y un relieve, también en madera, donde resalta el protagonismo de las sombras. Se pueden observar también las tres esculturas en escala pequeña, a hierro, que reflejan su recorrido por la escultura. La primera vertical y sin color, la segunda horizontal y la última, con un rojo intenso y construida en horizontal.