concierto de la Gustav Mahler Jugendorchester

Director: Jonathan Not. Programa: Alban Berg (1885-1935); Gustav Mahler (1860-1911); Jesús Rueda (1961); Dmitri Shostakóvich (1900-1975). Fecha: 9 de marzo de 2019. Lugar: Baluarte.

Efectivamente, siempre que vemos y escuchamos, una orquesta de jóvenes intérpretes, con la calidad y el entusiasmo que interpretan las partituras más comprometidas, nos decimos que el futuro está asegurado. En el caso de la Mahler Jugendorchester, ese futuro ya es presente, y no sólo desde el punto de vista musical. Todavía con el eco de las manifestaciones feministas en los oídos, la joven orquesta europea ofrece unas cifras impensables hace diez años. No solo la paridad está asegurada, sino que, tal como van las matrículas de los conservatorios, en poco tiempo, será la mujer la que cope las orquestas. En ésta que hoy nos ocupa, hay 66 mujeres y 54 hombres, y, concretamente e la sección de cuerda, la forman 53 mujeres y 20 hombres. O sea, que, lo dicho, el futuro ya está aquí. Y además, sin cuotas; llegar a concertino de la orquesta -también mujer-, o formar parte de ella, pasa por el examen con un biombo delante. Otra cifra que nos llena de orgullo bien entendido, es que en la formación hay 25 españoles, también algo por lo que hace unos años, nadie apostaba, dado nuestro proverbial retraso en esta materia. Y ya que hablamos de cifras, la negativa fue que no se llenó Baluarte; siendo sábado y con los precios que pone la Fundación Baluarte para los jóvenes, deberían haber venido todos los estudiantes de música; al fin y al cabo, el maravilloso espectáculo de los 120 músicos -diez contrabajos-, muchos de su misma edad, debería servirles de acicate y ánimo.

Ciñéndonos al programa ofrecido, éste, en principio, no parecía tener mucho gancho entre el público. A mi me pareció muy interesante, ya que son obras que no se escuchan habitualmente. Las tres piezas para orquesta de A. Berg necesitan una orquesta imponente; desenredar el ovillo de su música, ese desorden nebuloso, atonal, y hacerlo atractivo, por lo menos, como curiosidad, es el cometido del titular, Jonathan Nott, que, conoce y saca todo el saber a sus músicos. Una densidad, por momentos tremebunda, se nos impone. En la última pieza, un caos organizado nos envuelve, y ya nos hemos metido plenamente en el mundo sonoro del autor. Preciosos los Rückert-Lieder de Mahler, en la voz hecha, poderosa, de marcado dramatismo y no menos delicadeza, de la mezzosoprano Elena Zhidkova: voz de dulce autoridad en la tercera; espléndidos fuertes, pero controlados y llevados a la delicadeza; emocionante meditación y súplica, en la cuarta; homogeneidad vocal y calma en las alturas, en la quinta. Y un acompañamiento misterioso e impecable de la orquesta.

El casi estreno -para nosotros- de Rueda, me pareció magnífico para esta formación, porque es un continuo torbellino, con arranque vertiginoso y oleadas continuas de sonido que, francamente, tienen fuerza expresiva. Muy entretenida de escuchar.

Y la sinfonía quince de Shostakovich -esa broma rebelde del compositor, harto de ahora me censuras, ahora me alabas-, fue una espectacular muestra de dirección, claridad, y exhibición de primeros atriles: chelo, trombón de varas, tuba, violín, contrabajo, maderas, cuerda grave, todos los pitos, láminas y parches de la percusión? Es, sin duda, una sinfonía extraña; llena de muecas sonoras, con el juego de pasarse la pelota de unos instrumentos a otros, con el tema jocoso y la cita de Rossini, que nos lleva a otros mundos más infantiles. Luego, es muy difícil quedarse en esos temas sombríos, por muy hermosos que sean en el metal empastado y el lirismo del violonchelo. Y ese final, que nos estresa un poco, porque tarda en despegar. Pero, la versión, impecable.