Fecha: 21/02/2021 Lugar: Palacio Condestable. Incidencias: Aforo completo cumpliendo las medidas sanitarias. Mikel Azpiroz presentaba si tercer disco en solitario, Islak. Le acompañaron Fernando Neira en el contrabajo y Karlos Arancegui en la batería.

aludó el artista desde el frontal del escenario y se mostró honrado por poder actuar en un recinto tan hermoso; el auditorio del Condestable, toda de piedra y madera, se antojaba como el marco ideal para la música de Mikel. Comenzó solo, aunque sobre las tablas descansaban otros dos instrumentos que cobrarían vida con posterioridad. El primer corte, que hizo las veces de introducción, fue interpretado, por tanto, solo con el piano y desprendió una imponente belleza clásica. Poco después, en la segunda pieza, salieron a escena los otros dos músicos: Karlos Arancegui en la batería y Fernando Neira en el contrabajo. Fue entonces cuando sus composiciones se tiñeron de otros estilos como el jazz, el blues, la vanguardia o incluso el folclore de su tierra. Los dos fueron el perfecto acompañamiento para las melodías que brotaban de las teclas de Azpiroz, y eso que, supongo, tuvieron que contenerse, porque ambos se han prodigado más en proyectos rockeros, o al menos es ahí donde más veces los he visto (Arancegui es habitual de Mikel Erentxun, Diego Vasallo, Duncan Dhu o Rulo & La Contrabanda, mientras que Neira ha puesto su bajo a disposición de Ruper Ordorika o el añorado Rafa Berrio, entre otros).

En la actuación del domingo, tan importante fue lo que tocaron, siempre con sutileza y elegancia, como lo que no tocaron, dejando espacios y silencios, embelleciendo pero sin abigarrar, discretos, en un segundo plano, permitiendo que todo el protagonismo recayera sobre el piano de Mikel. De hecho, hubo muchos momentos en los que sus instrumentos enmudecían y solo se escuchaban las teclas del donostiarra. Azpiroz, que también se ha bregado en múltiples proyectos (Mikel Erentxun, Duncan Dhu, Jabier y Fermín Muguruza o su propia banda, Elkano Browning Cream), es todo un virtuoso, aunque en su interpretación prima en todo momento la propia canción sobre las innecesarias y prescindibles exhibiciones técnicas. Así pues, los tres instrumentos fueron, como su propio nombre indica, herramientas para alcanzar un bien superior: el de la belleza, el de emoción, el de la Música.

Interpretaron todo el disco (el excelente Islak, autoeditado el año pasado) sin ninguna interrupción, ni siquiera para presentar las canciones. Eso ayudó a que el hechizo fuese completo y el público, en la oscuridad del patio de butacas, se metiese de lleno en la actuación. Ni una sola palabra encima ni debajo del escenario; ni un solo aplauso, ni un solo golpe de tos. Introspección y concentración máximas por parte de unos, para interpretar, y de otros, para disfrutar y deleitarse. Solo al finalizar el grueso de la actuación se levantaron a saludar y, obligados por los aplausos, tuvieron que volver a sentarse para interpretar un par de piezas más de sus dos discos anteriores (Gaua y Zuri). En medio del océano pandémico y amenazador que nos rodea, las canciones de Mikel Azpíroz fueron, como indica el título de su disco, islas de calma y felicidad.