Se iba a titular Ocho millones de ejemplares vendidos, pero la intervención de Kutxi Romero subió la apuesta. “Me dijo que había una canción de los Mojinos Escozíos que se titulaba Ocho millones de discos vendidos y yo quise ir a más”, comenta Patxi Irurzun, que con este título también se ríe de la mercadotecnia del mundo editorial, con esas “bragafajas” que acostumbran a envolver a los libros. Así, de este humor y sarcasmo están impregnados los doce relatos que componen el nuevo volumen del escritor navarro. Junto a ellos, otras tantas ilustraciones y unas cuantas recetas de cocina ultravanguardista

Publica un libro de relatos después de varias novelas. 

–Me apetecía. Siempre me he definido como un cuentista. Ya los escribía de niño, y a los 19 años publiqué mi primer libro de cuentos. Nunca he dejado de escribirlos. He publicado libros de viajes, dietarios, novelas... pero la constante han sido los cuentos. Hay un escritor, Hipólito G. Navarro, que dice que entre cuento y cuento escribe una novela, y yo hago algo parecido. 

Esta no es su primera recopilación de cuentos. 

–No. Antes, cada cuatro o cinco años recopilaba los que había escrito, seleccionaba los que más me habían gustado, sin tener en cuenta más que un criterio cronológico. Pero en este caso hay textos de diferentes épocas y he intentado que haya una unidad desde el punto de vista del tono. La verdad es que necesitaba publicar una colección de este tipo y volver a sentirme cuentista. 

¿Cómo ha sido esa vuelta a los que ha recuperado? 

–He seleccionado los que me parecía que mejor han aguantado el paso del tiempo. Hay pequeños clásicos míos, por ejemplo, Fiambre, que cuenta la historia de un nieto que saca a su abuelo muerto en silla de ruedas a la calle en pleno San Fermín y que en su día gustó mucho y tuvo recorrido. Hay algún otro por el estilo, como El cangrejo valiente o Ultrachef, aunque este lo publiqué con seudónimo. Los irurzunólogos, que alguno hay, los reconocen enseguida. He juntado estos con otros que he publicado en el periódico (DIARIO DE NOTICIAS) y con alguno que no se había publicado aun porque me parecía que tenían esa unidad de tono humorístico. Siempre digo que son cuentos que se llevan bien entre ellos. Y hay historias, personajes y escenarios que se cruzan, lo que le da más unidad al libro.

¿Qué me dice de los temas? 

–Me di cuenta de que hay varios cuentos que se ubican en un reality show, o en las redes sociales. Son cuentos que hablan de la sociedad del espectáculo o de la proyección en redes sociales de una vida que realmente no es la nuestra. Como un simulacro. Por ejemplo, hay un cuento un poco futurista (Patapún) que presenta Pamplona como un parque temático de los Sanfermines. 

Este cuento está escrito es un dialecto... en ‘euskañol’, ¿por qué? 

–No sé, oyendo a mis hijos y a la gente joven me doy cuenta de que pasan del euskera al castellano de esa manera. Y tenía alguna referencia literaria como La naranja mecánica, en la que usan un vocabulario inventado.

También juega de una manera peculiar con el lenguaje inclusivo, no sé si de forma sarcástica.

–No. Creo que con el paso de los años eso puede suceder y debería ser la tendencia. Aunque ahora resulte incómodo, creo que se buscarán fórmulas para poderlo utilizar de una manera razonable. Cuando estudié Filología, una de las cosas que aprendí es que la norma la impone el uso.  

¿De dónde salen los relatos de Patxi Irurzun?

–Siempre tengo la antena del cuentista puesta. Me fijo en todo, a veces inconscientemente. Busco curiosidades en el periódico, de hecho Fiambre se inspira en una noticia similar que sucedió en Barcelona. También me gusta quedarme con detalles pequeños, con conversaciones que escucho en la villavesa... Supongo que es un poco obsesión esto de que todo se pueda convertir en materia literaria. Es casi como una enfermedad. Y luego hay cuestiones más técnicas, como que se crucen dos historias.

¿Como en ‘Once millones de ejemplares vendidos’ o ‘Me llaman oso panda’?

–Sí, la idea era hacer un cuento sobre un grupo tributo a los Lendakaris Muertos, en ese caso Lendakaris Tuertos. Pero, claro, aparte de eso, me pregunté qué podía pasarle a ese grupo para vender once millones de discos. Y se me ocurrió que tocase alguien muy famoso con ellos, ¿y quién podía ser tan conocido en todo el mundo?, pues Banksy. Los relatos surgen de todo ese maremágnum de cosas, de estar siempre con la cabeza en modo cuentista.

"Siempre tengo la antena del cuentista puesta. Me fijo en todo, a veces inconscientemente"

¿Y qué les ha parecido a los Lendakaris Muertos que un grupo tributo venda mucho más que ellos?

–(Ríe) La verdad es que tengo mucha relación con Aitor, el cantante, que siempre dice ‘Patxi Irurzun es nuestro escritor vivo favorito’ (ríe). Que yo sea una referencia para ellos como lo son ellos para mí y que aparezcan en mis cuentos es como una especie de intercambio. Les ha hecho gracia lo de que el grupo tributo venda más que ellos. Pero es que estas situaciones a veces pasan. Hay gente que se compra los discos de Operación Triunfo donde alguien canta un tema de Bowie, en lugar en original de Bowie. Es la sociedad del simulacro de la que hablábamos.

En otros relatos nos encontramos artistas de la performance extrañamente familiares, familias musicales que nos suenan mucho... La realidad está ahí, solo que de otra forma.

–Me gusta coger historias y transformarlas. En el caso de la Happy Family, está claro que se refiere a la Kelly Family, que durante un tiempo regentó el bar Viana de Jarauta, que en el cuento se llama bar Bremen. La ficción es un escudo que me permite deformar situaciones reales sin faltar el respeto a los referentes de los que parte la historia. En el mismo sentido, el humor también suele ser una buena herramienta para hablar de cosas que muchas veces no tienen gracia, de temas serios. La ficción es un poco el muñeco del ventrílocuo que tiene la venia para decir barbaridades sin que la gente se alarme demasiado, pero que permita una reflexión.

Nuevamente, los personajes protagonistas de estas historias están en los márgenes por distintos motivos. Personajes muy de ‘irurzunianos’.

–Tendrá que ver con las lecturas con las que me he formado. Siempre me han atraído las historias del realismo sucio, de perdedores, de gente diferente. En realidad, es la gente sobre la que se necesita que se escriba. Y, aunque todos tengan sus pedradas y sus historias, siempre me encariño de los personajes. No puedo evitar sentir empatía hacia ellos y proyectarla para que el lector también la tenga.

Una de las particularidades de este libro son las ilustraciones que acompañan y complementan los textos.

–De hecho, este libro parte de una propuesta que me hizo Txalaparta. Este año no tenía previsto publicar nada porque voy a libro por año y necesitaba descansar, dejar un poco la imprenta, ahora que el papel está tan caro (ríe) y centrarme en la escritura. Pero me llegó esta propuesta, que consistía en publicar una colección de cuentos con ilustración para cada uno. Y fue como ponerme un caramelo en la boca. Siempre he admirado a los ilustradores y en Navarra el nivel es muy alto. Todos los que están en el libro son muy buenos. Con algunos ya había trabajado, como Pedro Osés, Belatz o Beatriz Menéndez; con otros tenía muchas ganas de coincidir, como Oroz, con el que estuve a punto de hacer una historia, pero no salió, así que esta es una forma de resarcirme. También está Simónides, que es todo un referente y que resulta que me dijo que le gustaban mucho mis columnas. He descubierto a Liébana Goñi, a Andrea Ganuza... Es un lujo que estén en el libro y, aunque al principio me chocó, ha sido un acierto colocar las ilustraciones al final de los cuentos.

"Siempre me han atraído las historias del realismo sucio, de perdedores, de gente diferente. En realidad, es la gente sobre la que se necesita que se escriba"

¿Y qué me cuenta de las recetas que acompañan a ‘Ultrachef’?

–Recuerdo que cuando escribí el cuento, en el que aparecen varias recetas que me inventé, pensé en proponérselo a un cocinero. Tenía dudas porque la historia no es políticamente con el entorno de los chefs, pero el primero al que se lo mandé fue a Edorta (Lamo) y nada más recibirlo se metió de cabeza en el proyecto. Coincidió que su abuelo o una persona que fue fundamental para él se llama Arcadio, como el abuelo del protagonista, que se llama Leontxo, y resulta que el hijo de Edorta se llama Leoi. Se dieron una serie de casualidades y se lanzó a hacer realidad los pintxos. Y, curiosamente, hace dos o tres semanas estuvo en Masterchef... A veces la ficción se convierte en realidad. Me gusta mucho su cocina valiente y punk.

Hablaba antes de las redes sociales, de cómo para muchas personas se convierten en un simulacro de la vida. Pero también, como es su caso, se pueden usar para estar en contacto con sus lectoras/es.

–Y las uso exclusivamente para eso, nunca para contar mi intimidad. Es cierto que mucha gente me ha conocido a través de las redes, yo las veo casi como una guerrilla para los autores que no tenemos tanta repercusión mediática.

Porque lo de vender once millones de ejemplares va a estar complicado.

–Sí (ríe). Hay sarcasmo ahí, porque que un libro de relatos venda millones de ejemplares; que encima sea literatura de humor, que no sé por qué tiene menos prestigio... Que la gente se ría con un texto mío a mí me emociona.