Andrea Jiménez es dramaturga y junto a su compañera Noemí Rodríguez, fundó Teatro en Vilo y creó Man Up, una función que en 2018 apostó por tratar el feminismo desde el otro lado, el de los hombres. Un acto que, mirando hacia atrás, la directora considera “revolucionario”. Hoy la función se podrá disfrutar en Olite a las 22,00 horas en la Cava. La obra llenará el espacio de humor, pero también de conciencia social, por lo que el público estará alejado de la comodidad.
¿Cómo espera la acogida de Man Up en Olite?
Estamos muy contentos. Puede que sea la última función de Man Up, por lo que la vamos a tomar con muchísima ilusión, ya que supone el cierre de un ciclo. Ahora que ya no actúo en la obra, por más que la veo y la reveo me sigue sugiriendo distintas sensaciones, así que estoy deseando compartirla con la gente de Olite.
¿Qué supuso el estreno de Man Up?
En 2018 en un contexto en el que el feminismo adquirió fuerza en la conversación social, nosotras trajimos a los escenarios la voz de los hombres.
¿Qué les animó a mostrar lo que el otro lado tenía que decir?
Noemí y yo consideramos fundamental confrontar el pensamiento feminista con los hombres, hacerles partícipes de la conversación sobre el escenario. Esa herida abierta solo se podía cerrar en un diálogo que también los incluyera a ellos.
Además de enriquecer el relato, ¿completó sus puntos de vista contar con la perspectiva masculina?
Muchísimo. El conversar con el otro lado fue sanador. Es un ejemplo de cómo tratar el conflicto desde el teatro. Por un lado, nuestro poder del relato como directoras de la obra, y por otro lado, el poder del relato social que ostentan los 5 actores. En esa fusión se produjo un equilibrio.
La función aborda el tema de la masculinidad.
Dentro del marco del feminismo quisimos crear un espacio para que los hombres expusieran cómo los condicionantes de género también les someten a lugares que les hace ocultar parte de quienes son. Los estándares de lo que debe ser un hombre siguen latiendo y se pasan de abuelos a hijos y a nietos, que a veces resultan negativos e incluso llegan a ser dolorosos.
El teatro es un altavoz artístico, pero también social.
El valor del teatro reside en expresar a través del cuerpo lo que las palabras no alcanzan. Que hombres y mujeres puedan mirarse frente a frente con vivencias muy distintas sobre el feminismo y puedan expresarlo con el teatro es una responsabilidad. Ahí surgen vivencias que no son contestables.
La función invita a reflexionar y a debatir ¿cuál es el papel del público?
La presencia del público como observador y juez es muy fuerte. Es una obra que hace pensar y sentir, la considero emotiva. No deja de ser la exposición de historias y emociones personales con el género como la homofobia, la violencia del padre o con la gestión de la vulnerabilidad y las emociones. Son experiencias individuales convertidas en un relato universal.
¿Cómo han acogido los hombres que se cuestione la masculinidad a través de la ironía?
El porcentaje de hombres que ha venido a ver la obra ha ido creciendo con el paso del tiempo. En ocasiones puntuales hemos tenido críticas en las que se nos ha acusado de ridiculizar a los hombres, cuando lo hacemos incluso con nosotras mismas, ya que nosotras siempre trabajamos desde el humor. Sin embargo, muchos hombres lo han recibido como un respiro.
La función genera no deja indiferente al espectador, genera un impacto.
Hay muchos hombres que encuentran un espacio en el que decir lo que les pasa. Se genera un diálogo posible, algo poco común en un debate social tan polarizado como en el que nos encontramos, donde resulta tan difícil escucharse.
¿Qué sensación busca despertar la obra?
Ponerse en el pellejo de hombres y mujeres, romper esas barreras que nos separan y aunar la valentía para tomar en cuenta lo que les ocurre a los otros. Atreverse a mirar a quien tengas al lado, sea tu madre, tu hermano o tu pareja y pensar, ¿qué me salto de este vínculo por prejuicios que me dicen lo que tengo que ser?