Hambre está a kilómetros de distancia de Sangre de barro (2014), Sangre intocable (2016) y Sangre en la hierba (2019). Si aquellos títulos expresaban una denuncia social en un envoltorio de thriller, en este caso, la autora emplea una narrativa despojada de adjetivos y ritmo trepidante para contar la historia de una mujer que ni siquiera le caía bien cuando empezó a dibujarla. El entorno natural y las costumbres de Baztan son un personaje más en esta novela publicada por Anaya de la que la que Maribel Medina (Pamplona, 1969) ha hablado en la tercera jornada de Pamplona Negra 2025. Antes, mantuvo una charla con este periódico en la que también compartió su satisfacción por el Premio Nacional al Fomento de la Lectura que logró su proyecto Mi pueblo lee el año pasado.

Lo primero, la novela está dedicada a Alejandro Palomas, que también ha estado por aquí estos días.

–Es que lo quiero mucho. Hace años que se ha convertido en miembro de mi familia. Es como mi hermano. Estamos unidos por Baztan y es un regalo de la vida que nos hayamos encontrado y que nos entendamos tan bien. Tenía que dedicárselo también porque ha sido mi lector cero, y eso que él no quería.

¿Por qué?

–Porque nunca me había leído y si no le gustaba, no iba a saber cómo decírmelo. Yo le dije que aceptaría cualquier comentario que me hiciera y casi le obligué a leer el manuscrito bajo amenaza de que no le dejaría entrar más a mi casa si no lo leía (ríe). Y una noche me llamó para decirme que le había gustado. Lógicamente, sí me hizo algún apunte, igual que Cristina Fallarás, que también fue mi lectora cero.

Abre cada capítulo de ‘Hambre’ con citas de ‘Muerte en Murélaga’, un libro del antropólogo estadounidense William A. Douglass que Alberdania publicó en 2003.

–Es un libro fantástico. Llegó a mis manos por casualidad, gracias a uno de los amigos de Cuarto Milenio y me pareció muy interesante lo que cuenta de los ritos funerarios y cómo estudia la muerte desde el punto de vista sociológico. Y me parece increíble que un americano fuera a Murélaga (Aulesti), un pueblecito de Bizkaia, a ver cómo los vascos nos relacionábamos con la muerte. Lo digo en pasado porque hoy hemos tapado todas esas manifestaciones. Por ejemplo, ¿alguien se ha preguntado por qué se ponían crucifijos en las casas? Pues porque son las cruces que iban en los ataúdes de los difuntos. Esos ritos me fascinan.

"Como Maribel, detesto lo que representa Sylvie; no sabía qué hacer con ella, no me gustaba, así que dejé la historia en un cajón durante años"

Cinco años han pasado desde que publicó ‘Sangre en la hierba’.

–¡Sí! Y casi me da vergüenza decir que con esta historia empecé incluso antes, hará unos 8 años. Lo que pasa es que entonces escribí 20 páginas y la dejé. El planteamiento de una mujer que se queda sola, aislada, en una borda de Baztan ya lo tenía y es el mismo que aparece ahora publicado. Una mañana, Sylvie se despierta y su pareja la ha abandonado y lo ha hecho a través de una nota escrita en un anuncio de tractores. Horroroso. Ella lo dejó todo, su trabajo, su familia, a sus amigos, para seguir al hombre. Su vida hasta ese momento está validada por él y no se concibe siendo una impar. Claro, yo esto no lo entiendo, como Maribel, detesto lo que representa esta mujer; no sabía qué hacer con ella, no me gustaba, así que dejé la historia. 

¿Y qué hizo que la retomara?

–Fue muy difícil porque, como digo, no la entendía y, por tanto, no podía utilizar mis vivencias porque yo no soy ella para nada. En mi caso, me habría puesto a sembrar y a crear una especie de Walden casi como un Robinson Crusoe. Sin embargo, este personaje toma otra deriva y tiene una evolución sorprendente en la que el lugar es clave. He vivido y vivo en Baztan y sé lo que puede provocar el entorno en una persona sola. El frío de la mañana, la humedad, los ruidos, la oscuridad, el cambio de las estaciones, la soledad... Aun así, le daba vueltas y vueltas y no acababa de salirme nada, no me cuadraba, pensaba que tenía que haber algo más en ella que no sabía. 

Y siguió adelante con un personaje que no cae bien. Se arriesgó mucho.

–El año pasado, la saqué del cajón en junio, que es cuando suelo instalarme en Baztan, y, de repente, me vino el final. No la entendí, pero sabía cómo cerrar la historia. A partir de ahí, tiré y tiré, comprendí cómo iba a evolucionar el personaje para llegar a ese desenlace y escribí la novela en tres meses.

Hay una analogía que emplea en más de un momento del libro, y es la de la araña que va tejiendo y está hambrienta.

–Exacto. Y también menciono el cuento del lobo y los tres cerditos. Ella tiene hambre, pero no es un hambre validada por la sociedad. En primer lugar, tiene hambre de amor, le da igual enamorarse de cualquiera y lo hace del primero que llega, el que le compra las ovejas, Jon, el de los ojos del color del mar de Francia... Lo necesita para seguir adelante con su vida.

Esa especie de deriva delirante se enmarca en una zona con unas costumbres totalmente reales. No sé si ha pensado cómo se tomarán sus vecinos de Baztan cómo describe su cerrazón a ‘los de fuera’.

–Es que es así. Tenía claro que el entorno –los paisajes, los pájaros, las costumbres– tenía que ser totalmente real. También hay que decir que la historia se ubica en los años 90, cuando no existían los túneles de Belate y la sensación de aislamiento del valle era aun mayor. A lo que contribuía que si no eras euskaldun, no te trataban igual. Y hoy pasa lo mismo. También con las tierras y las casas; algunos son capaces de dejar que se caigan con tal de no vendérselas a uno de fuera. Elizondo es diferente, pero en algunos pueblos no quieren que haya tienda ni bar para que no cambie nada.

Si Sylvie es una mujer que nada tiene que ver con Maribel Medina, ¿cómo nació el personaje?

–Nace de una persona que conozco y a la que llamo Mujer correa de perro... Me sale llamarla así porque suele decir que solo quiere un novio que la lleve a pasear en coche. No quiere ser impar, ni que lleguen las Navidades o una invitación a una boda y estar sola. Ella quiere hablar siempre en primera persona del plural, nosotros, y yo no lo puedo soportar. Por eso el primer cambio que experimenta Sylvie tiene que ver con el lenguaje. Ya no dice ‘vamos’, dice ‘voy’. A partir de ahí empieza su degradación porque empieza a ver lo que ella cree que es bueno de su nueva situación. Ya no tendrá que cocinar para nadie, ni lavarse, ni arreglarse... Claro, es que su lugar en el mundo estaba validado por un hombre. Horroroso. ¿Entiendes ahora mi frustración a la hora de escribir esta historia? (ríe)

También viene de un entorno familiar con una idiosincrasia particular.

–Sí. Son los años 90 y viene de una sociedad y un entorno patriarcales y de una familia católica. Ella al principio también es muy religiosa, pero eso cambia. Cuando su pareja la abandona, le pide a Dios que la traiga de vuelta y se extraña cuando no sucede. No lo entiende porque ella se considera buena. Ahí empieza a evolucionar y a darse cuenta de que si peca, no pasa nada. Sus actos salen impunes, así que decide tomar las riendas.

Ese momento da lugar a la parte más negra de la novela.

–Sí, pero no quería que fuera algo impostado, artificioso, sino que sucediera de una manera natural y creíble. Vaya, que yo misma pudiera hacerlo.

Lo que sí parece relacionar ‘Hambre’ con sus novelas anteriores que es molesta y, por momentos, perturbadora. ¿Le gusta incomodar al lector, que se revuelva?

–¡Claro! El que busque en mis novelas una puesta de sol y un ‘vivieron felices para siempre’ no lo va a encontrar porque, además, en la vida real eso no existe. No me lo creo. Escribo lo que quiero leer. Y cuando leo un libro, no quiero evadirme, quiero encerrarme con llave dentro de él.

Portada de 'Hambre'.

Portada de 'Hambre'. Cedida

En cada una de las entregas de la ‘Trilogía de la Sangre’ denunció una cuestión: el dopaje, el tráfico de órganos y la trata de personas. ¿Cuáles eran los temas que quería enfocar en ‘Hambre’?

–Quería hablar de la soledad. Es un tema que me interesa porque, personalmente, yo soy incapaz de vivir sola. Y me fascinan las personas que, como Alejandro Palomas, eligen la soledad. Y también quería poner en primer plano la sexualidad femenina y ese cuento que nos han contado tantas veces del príncipe azul y demás. ¿Qué ocurre cuando de repente no te crees ningún cuento?

No lo sé, pero Sylvie se vuelve muy primaria.

–Eso es. Incluso cuando hace de detective para descubrir quién ha degollado a las vacas, investiga casi como un animal. Olfatea, actúa de manera visceral. Esta historia en concreto me interesaba porque aligera la trama, que es muy densa con todos esos pensamientos de Sylvie, y porque me venía bien para reflejar a algún personaje de Baztan y sus secretos, que son horrorosamente reales.

En el texto usa frases más cortas, muchas veces ásperas, despojadas de adornos y, en algunas ocasiones, poéticas. ¿Es esta su novela más literaria? ¿Ha sido un reto?

–No, porque esta es mi escritura auténtica. Las otras novelas me costaron mucho más porque tuve que adaptarme a una narrativa canónica, aunque en todas metí alguna pincelada mía. Pero mi escritura siempre ha sido como la de Hambre, así que ha sido fácil escribirla. Y mis lecturas tienen mucho que ver con ese estilo. Leo a muchas mujeres, por ejemplo, ya conocía a Annie Ernaux antes de que le dieran el Nobel; me encantan Mariana Enríquez, con ese punto literario y oscuro; Dolores Reyes, con Cometierra, que es fantástica; Lina Meruane... Tienen calidad y una voz propia.

¿Con esta novela reivindica su voz como autora? 

–Bueno, eso tendrán que juzgarlo las lectoras, pero en realidad no es una reivindicación, sino un acto egoísta porque he hecho lo que me resulta fácil. Escribir las obras novelas me costaba bastante más.

"Escribo lo que quiero leer. Y cuando leo un libro, no quiero evadirme, quiero encerrarme con llave dentro de él"

¿Cómo afronta lo de volver a las librerías cinco años después?

–Pues no lo afronto con un ‘sigo aquí’, no vuelvo porque nunca me he ido. Con Mi pueblo lee he seguido muy vinculada con lo literario, y, en cualquier caso, vuelvo con tranquilidad y muy relajada. Hambre me pilla ya con 55 años y no es como con Sangre de barro, que tuve que ir a mil sitios. Ahora controlo los tiempos y he dejado claro que solo voy a viajar fuera de Navarra una vez al mes. Una de esas veces será el 12 de febrero, cuando Javier Sierra me presentará en La silla de Galdós. Me hace mucha ilusión, es todo un honor.

Ha mencionado ‘Mi pueblo lee’, proyecto que creó y que el año pasado fue distinguido con el Premio Nacional al Fomento de la Lectura. ¿Cómo recibió la noticia?

–Fue bonito y, de alguna manera, es como una recompensa a mucho trabajo gratuito. Mucha gente no lo sabe, pero en esto estoy yo sola, no hay una estructura detrás. En esto también voy a relajarme y, aunque hay muchos pueblos en lista de espera, este año seguramente solo haré cuatro festivales. Sí que hemos hecho una página web a medida en la que los pueblos podrán descargarse materiales y vamos a empezar con la red europea poco a poco. También el proyecto del hotel-biblioteca en Libros (Teruel) va a conllevar mucho trabajo y quiero introducir a cantautores en los encuentros. Marwan y Rozalén ya se han sumado a Mi pueblo lee.