Ibon Martín asegura que “traer el tema de los bebés robados al presente y ahondar en él era una deuda en cierto modo” porque “lo que conocemos es la punta del iceberg”. El escritor reconoce en una entrevista a Efe que escribir sobre ello ayuda a que entendamos el dolor que sienten todas estas personas que “estarán buscando a sus seres queridos”.

El escenario principal está protagonizado por unas ruinas industriales y un paisaje natural sobrecogedor. ¿Por qué estos espacios?

–Los escenarios son la primera elección a la hora de pensar en una novela porque me va a permitir contar un tipo de historia. En el caso de Alma Negra, tenía un arranque potente que era tema de bebés robados y que iba a resultar bastante descarnado. Esto me obligaba a conseguir un escenario al hilo con el tema, que te trasladara. Enseguida pensé en los Montes de Hierro. Es un lugar donde se nota tanto la mano del hombre en cada momento, hay tantas cicatrices en el paisaje y en el propio alma del lugar.

¿Considera que el pasado marca las decisiones del presente?

–Creo que mucho y por desgracia. Cuanto más pequeño sea el lugar y el pueblo, es más notorio. En los Montes de Hierro, donde durante muchos años ha habido mucha gente trabajando en condiciones infrahumanas, es todavía más marcado. Mientras unos habitantes vivían bien a cuenta del trabajo de los demás, los demás se dejaban literalmente la vida.

¿Cree que se habla lo suficiente de los bebés robados?

–Este tema, a pesar de las horas que haya podido copar en medios de comunicación, todavía lo que conocemos es la punta del iceberg. En el momento en el que comienzas a indagar un poco, te das cuenta de que redes de bebés robados había muchas y, desde luego en Bizkaia, había una muy potente. No solo había estamentos religiosos, sino que había personas muy poderosas a nivel social, económico y judicial involucradas. Traer este tema al presente y ahondar en él, era una deuda en cierto modo.

¿Escribiendo sobre ello se hace, en cierto modo, justicia?

–Justicia no terminamos de hacer, es imposible. Cómo vas a devolverle a alguien todos estos años que le han robado, o cómo le vas a resarcir de no ver jamás al bebé que le robaron o a los padres de cuyos brazos le arrancaron. Pero escribir sobre ello, por lo menos ayuda a que los demás entendamos el dolor y la desazón que sienten todas estas personas que todavía, y probablemente para siempre, estarán buscando a sus seres queridos.

Julia y Ane enfrentan un caso difícil, y también luchan con sus propios pasados. ¿Cómo maneja esta dualidad?

–Ha sido el gran reto. Por un lado, nos encontramos con la investigación de un caso policial, que es el del asesinato de Teresa, la dueña de las minas que pretende reabrirlas. Esto genera una contestación importante en el territorio porque la gente no las quiere. Por otro lado, las personas que tienen que investigarlo están inmersas en sus propias heridas. Una de ellas es un bebé robado que buscaba respuestas en casa de su madre biológica y, en vez de respuestas, ha encontrado más dolor y preguntas. Y la otra es una mujer que no pasa por su mejor momento y atesora una mochila importante de historias personales basadas en los malos tratos que sufrió en la infancia. Pese a todo esto, van a tener que demostrar su profesionalidad y que, al final, unas policías son iguales que nosotros, personas de carne y hueso a las que vemos con uniforme. Parecen más fuertes que los demás, pero cuando llegan a sus casas aflora todo lo demás.

Secretos enterrados, leyendas y una ciudad que guarda un misterio. ¿Cree que seguirá siendo así, que hay cosas que nunca se llegan a resolver?

–Por mucho que cada vez haya más información o tengamos más acceso a todo, ahora nos arriesgamos a lo que son todas esas falsas realidades y fake news. Son elementos que no vamos a poder controlar. No hay periodista que lo filtre, que te explique realmente lo que está pasando. Vamos a estar mucho más en peligro y cada vez va a ser más difícil saber la realidad de las cosas.