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Eduardo VascoDirector del Teatro Español y de la compañía Noviembre Teatro

"La transmisión de pensamiento se está perdiendo y parece que estamos abocados al taruguismo nacional"

Eduardo Vasco, director del Teatro Español y de la compañía Noviembre, acompaña estos días en el Gayarre su adaptación de 'Las locuras por el verano', de Carlo Goldoni

"La transmisión de pensamiento se está perdiendo y parece que estamos abocados al taruguismo nacional"Iban Aguinaga

No suele ser habitual que los directores de compañías o, incluso, de las obras acompañen al equipo actoral y técnico a las funciones programadas fuera de su ciudad de origen. Sobre todo, si llevan un tiempo estrenadas. Sin embargo, Eduardo Vasco, que desde diciembre de 2023 compagina la dirección del Teatro Español de Madrid con la de Noviembre, visita un par de días Pamplona para asistir a las funciones deLas locuras por el veraneo, texto de Carlo Goldoni que puso fin a la comedia improvisada para dar paso a un teatro con ideas humanistas y crítica social. Experimentado en la adaptación y dirección de grandes autores –dirigió 8 años la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC)–, Vasco opina que hoy en día convendría que frenáramos un poco el ritmo al que vamos como sociedad y que parece que nos condena al exagerado culto a la apariencia y “al taruguismo nacional”.

Con esta obra, Goldoni quería reflejar la sociedad de su época, ¿ese ha sido también su propósito con la actual?

–Es que son sociedades muy paralelas. A veces haces catas en momentos históricos y te encuentras similitudes. Digamos que en el teatro contemporáneo hay como dos tendencias. Una de ellas apuesta por subrayar esas semejanzas, casi guiñarle el ojo al espectador y decirle ‘¿lo has visto?’. Y otra, que es la que me gusta, que es hacer la obra tal cual, no con una vocación historicista, pero sí con cierto amor por el texto original, y exponérsela al espectador de tal manera que él solo ate cabos. Me interesa más eso, porque moviliza mucho más la inteligencia del público y no le cierras tanto la capacidad de interpretar lo que está viendo.

No le gusta dar las cosas masticadas.

–No. Creo que el espectador que viene al teatro ya tiene un plus. No es el espectador de televisión que se come todo lo que le echan, sino que tiene que salir de su casa, comprarse la entrada, elegir la función e ir a un sitio a reunirse con otra gente para que unas personas le cuenten una historia. Todo esto le convierte en alguien con una mentalidad mucho más activa, y a mí me gusta jugar con esa mentalidad, no dogmatizar.

Cada persona puede sacar una conclusión diferente. ¿No vemos las cosas como son, sino como somos?

–Claro, afortunadamente, todas las historias que contamos son interpretables. Y, efectivamente, Goldoni mantuvo en toda su obra una actitud muy constructiva respecto a lo que le rodeaba. Él quería cambiar su sociedad mostrándole sus defectos, un poco a la manera grecolatina de enseñar deleitando. Es decir, trataba de que el público sacara sus conclusiones y contribuir, así, a la mejora social, pero, a la vez, quería que el espectador disfrutara con la historia que le estaba contando y con cómo lo estaba haciendo. Y a mí me encanta la suavidad con la que escribe. Es decir, no ridiculiza, no agrede a los personajes, no te dice quién es el bueno y quién es el malo, sino que muestra que todos tienen una razón por la que defienden lo que les pasa.

¿Identificaría a alguno de estos caracteres en la actual escena política, cultural, económica, social...?

–Prácticamente a todos. Por ejemplo, hay un personaje, Jacinta, que es como la mujer de ahora. Tiene un discurso muy contemporáneo, tanto, que mucha gente me ha preguntado si lo había añadido yo. Y no, ya estaba en la obra original. En él, Jacinta reivindica, de una manera muy ligada a lo natural, al sentido común, a un pensamiento muy civilizado, cuál es el lugar que en esa época, el siglo XVIII, debe tener la mujer. Sorprende mucho que esas palabras articuladas hace tantos años son tan contemporáneas, porque todavía estamos en esa lucha. Y eso es algo que Goldoni siempre ha defendido; para él, lo valioso tiene que ver con el respeto, con la sensatez, con el cuidado hacia los demás, con las cosas que realmente importan y con las relaciones humanas. En estos momentos que estamos viviendo, nos apetecía mucho hablar de esto y no hacer una comedia estridente.

"Cuando lo comercial empieza a supeditar el discurso, las formas y la ética que debería regir una propuesta cultural, las cosas empiezan a complicarse"

¿Por qué en este momento?

–Veníamos de hacer otro tipo de obras como Peribáñez y el comendador de Ocaña, en la que hay muertes y, en fin, violencia, y Abre el ojo, de Rojas Zorrilla, el padre del figurón, con personajes muy extremados. Así que pasar a un discurso más calmado, más bello, que apuesta casi a querer cambiar el mundo con una sonrisa, nos parecía mucho más constructivo. 

Estamos viviendo, sin duda, una época convulsa. Y parece que, como sociedad, solo queremos evadirnos y que nos entretengan.

–Bueno, hay una búsqueda que creo que es universal, y es que todos queremos tener un lugar, pertenecer a algún grupo, a una sociedad, y que nos reconozcan. Pero ahora, este viaje lo estamos viviendo de una manera muy convulsa por esto de las redes sociales. De repente, esta necesidad de aparentar se ha convertido en algo patológico. Es cierto que, ya desde los egipcios y los griegos, la apariencia siempre fue importante, pero ahora estamos un poco desbocados porque, además de la velocidad, a esta ecuación se ha sumado una cierta crueldad con respecto a lo que se sale de la norma. Y yo creo que necesitamos calmarnos y dialogar, pero, sobre todo, escucharnos. El gran déficit hoy en día está en la escucha a todos los niveles.

¿Vivimos en un mundo de opinadores con sordera selectiva?

–Así es. A veces me pasa que me preguntan mi opinión sobre cosas sobre las que no tengo información y suelo responder que, como dirían los clásicos, en todo caso puedo dar un parecer a vuela pluma. Una opinión es algo diferente; tiene que estar fundamentada, perseguir un objetivo y pertenecer a un razonamiento previo. Ahora estamos acostumbrados a que la opinión no tenga gran valor, porque al día siguiente puedes decir lo contrario y vuelves a nacer, como quien dice, y eso nos está perjudicando mucho. Estamos carentes de grandes sensibilidades, de grandes pensadores, de grandes figuras que nos sirvan como referentes, porque, en ocasiones, uno no sabe muy bien a qué agarrarse.

Quizá por eso es importante que hagan funciones para público joven, como la que van a realizar de ‘Las locuras por el veraneo’.

–Acercar el pensamiento de cualquier época a los jóvenes, y también a los no tan jóvenes, es muy necesario. Ahora mismo estamos invadidos por un tipo de ficción que es frenética y que se basa en el estímulo, en la sensación, pero la transmisión de pensamiento se está perdiendo. En la televisión se perdió hace muchos años, y, aunque con esto de las series parecía que iba a regresar, lo que ha vuelto otra vez es la peripecia. La verdad es que a mí me gustaría seguir contrastando, aprendiendo, escuchando a gente inteligente y sensible, pero parece que estamos abocados a este taruguismo nacional.

¿Se está notando mucho la epidemia de falta de atención que se dice que sufre la juventud actual? 

–Pues mira, en el Español, este año hemos probado la experiencia con Luces de bohemia, pero sin montar funciones específicas para los estudiantes, sino incluyéndolos en las abiertas a todos los públicos. Y, de repente el mundo ha cambiado. Es decir, el ritual de la entrada, de la butaca, de sentarse al lado de espectadores que acuden ya con una predisposición a ver teatro... Todo esto nos está llevando a sitios muy bellos, a reacciones muy bonitas por parte de grupos de chavales...

¿Como por ejemplo?

–Por ejemplo, a que, al salir de la función, digan que se van a leer el texto original. Aquí hay que saber, claro, que tenemos la ventaja de tener profesores excepcionales que les estimulan, les acompañan y les hacen reflexionar sobre las obras.

¿El teatro tiene que sacudir, incomodar, conmover? 

–La transmisión de cada historia que cuentas, de cada pensamiento o de cada dramaturgia tiene unas necesidades distintas. Hay algunas que te acarician y otras que te golpean. Lo que sí creo es que el teatro tiene la necesidad de comunicar cosas y no concibo que podamos hacer ni teatro ni cine ni música ni nada si vocación constructiva. Esto lo hacemos para las persona, para que reflexionen, para que sean mejores, para que no salgan igual de como entraron... Para que cuando se crucen con su vecino le sonrían, para que cuando vayan a la tienda piensen en todo lo que hay detrás de eso, para que cuando coincidan con alguien en el autobús sean conscientes de que puede tener un drama detrás y respeten su espacio... El teatro está para este tipo de pequeñas transformaciones. Y, en ocasiones, a lo mejor hay que hacerlo de una manera un poco más dura y en otras, no.

¿A qué se refiere?

–Mi opinión actual es que ya tenemos mucha violencia visual y verbal en los informativos, en las comunidades de vecinos, en el tráfico... así que la poesía, la música, el teatro y el cine tienen que contrastar todo este horror. Hay que pensar que podemos vivir con otro ritmo y que para comunicarnos, para dialogar, para escucharnos y para poder contagiarnos de las cosas que antes fluían de una manera más natural, tenemos que hacer un esfuerzo en ese sentido.

¿El ámbito de la cultura también construye la sociedad?

–Así debería ser, pero cuando la cultura traspasa el umbral de lo comercial, y lo comercial empieza a supeditar el discurso y a supeditar las formas y la ética que debería regir una propuesta cultural, las cosas empiezan a complicarse. Afortunadamente hay grandísimos escritore, directores y gente con mucho talento haciendo cosas, pero las industrias se nos están comiendo.

¿Confundimos cultura y ocio?

–Es que, en cierto modo, no deberían ser diferentes. El ocio, la cultura, todo aquello que nos entretiene y nos distrae debería contener algo que no fuese un simple pasatiempo. Pero es verdad que tampoco podemos estar todo el día metidos en una reivindicación. En estos casos, la variedad es una gran ventaja para el espectador.

Hace un tiempo, publicó un artículo titulado ‘Aparta tus sucias manos de los clásicos’, en el que hablaba del rechazo e incomprensión que encontró entre los veteranos del teatro español cuando comenzó a montar obras de grandes autores del repertorio. ¿Eso sigue pasando o actualmente hay más diálogo y aceptación intergeneracional?

–Lo habitual es que, en la madurez, uno vea lo que viene como de una manera casi agresiva. A mí me pasa lo contrario. Es a los 20 años cuando tienes que agitar los clásicos, porque luego ya no tendrás necesidad de hacerlo. Yo he sido durante mucho tiempo profesor de dirección de escena en la RESAD y he aprendido a escuchar todas esas cabezas llenas de referentes distintos a los que yo tengo. Y creo que hay que sentir una gran alegría porque viene gente con muchas ganas que ya están procesando este mundo que a nosotros ya nos está empezando a resultar un poco ajeno, y lo está haciendo desde unas poéticas muy particulares. Además, después de toda esta especie de vorágine de la imagen y casi de la frivolidad de los últimos tiempos, estoy observando una vuelta a la lectura, a la palabra, a los actores... Es decir, que mucho de lo que viene va muy a la contra de lo que está reinando. Y eso me gusta mucho.

Ha vuelto a dirigir una institución como es el Teatro Español después de un tiempo centrado en su compañía, Noviembre, y tras la etapa en la que dirigió la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2004-2011). ¿Era el momento de volver a lo público?

–Yo tengo un gran sentido de la responsabilidad cuando abordo este tipo de proyectos y hay momentos en que esa misma responsabilidad empieza a desequilibrarte, sobre todo desde el punto de vista creativo, porque al fin y al cabo representas a una institución, no estás haciendo de tu capa un sayo. Así que llegó un momento en que me apeteció volver al mundo del artista puro y duro y recuperar mi compañía, que es la que sostiene mi discurso y así he estado durante algo más de una década. En este tiempo, eso sí, me han ofrecido muchas cosas, pero no las acepté porque en ellas no podía continuar con mis planteamientos y no podía dirigir a un cierto nivel. Hasta que llegó algo que, como diría el padrino, no podía rechazar. Primero, porque, para todos los teatreros que nos hemos formado o somos madrileños, el Teatro Español es el teatro. Es un escenario de referencia y es un buque en el que todos hemos querido trabajar y, ya dirigirlo, ni te cuento. Además, la oferta llegó en el momento adecuado desde el punto de vista vital y creativo.

"Creo que necesitamos calmarnos y dialogar, pero, sobre todo, escucharnos. El gran déficit hoy en día está en la escucha a todos los niveles"

¿Cuáles son los pilares de su proyecto?

–Cuando Marta Rivera de la Cruz me preguntó qué haría en el Español, le expuse un proyecto que tenía mucho que ver con la vuelta al repertorio, con la palabra, con la recuperación de los grandes autores, con las grandes interpretaciones, con la fidelización del espectador, con un discurso muy claro sobre lo que es el teatro... Y aquí estamos.

¿Cómo ha visto el funcionamiento de las instituciones culturales públicas desde el otro lado? Últimamente, algunas han estado revueltas, caso de la CNTC, por ejemplo.

–Hay algo de descoordinación general en todo el Estado en cuanto a políticas culturales, a espacios, a redes teatrales de distribución o de gira... Y habría que darle una vuelta, habría que ponerse de acuerdo en qué podemos hacer para que el que resulte favorecido de todo esto sea el espectador y las gentes que hacen teatro. Ahora mismo hay muchas iniciativas, mucha diáspora, mucho reino de taifas, incluso legislación particular de cada sitio y esto al sector le genera muchísima confusión. Estamos perdiendo talento y muchas energías en tratar de encajar en determinados sitios, atomizando las propuestas, atomizando las gestiones, los espacios... y lo que urge es acordar, colaborar, conocernos y escuchar. Tenemos unos artistas extraordinarios en todas partes que deberíamos poder aprovechar mucho más.