Hay muchos nombres en esta película. Y ninguno debería olvidarse. Javier, Jesús, Fernando, Patxi, Juan, César, Peio, Koldo, Mariví, Anne, Mikel, José Luis, Juan, Ana, Inma, Alfonso, Teresa, Filipa, Amor, Laura, Pepe, Matthias, Patricia, Ángel, Javier... Nombran a personas que han sufrido abusos físicos, sexuales y psicológicos por parte de miembros de la Iglesia Católica, casi siempre en la infancia, pero también en el seno de la propia institución, sin olvidar a quienes los han padecido dentro de la familia o en el ámbito deportivo. Violencia por parte de Basilio, Braulio, Marcelino, José... Y Jesuitas, Maristas, Reparadores, Salesianos, Escolapios, El Puy... Los agresores.
Víctimas y victimarios confluyen en el documental Todos lo sabían, de la cineasta estellesa Iratxe Pérez Barandalla, cuyo estreno está previsto para el próximo viernes, 14 de marzo, en los cines Golem Yamaguchi de Pamplona y en Los Llanos de Estella. Antes, el jueves 13, se celebrará un preestreno en Pamplona con presencia de las/os implicadas/os. Ya se pueden comprar las entradas. DIARIO DE NOTICIAS es una de las entidades que colabora con esta película que se abre y se cierra con una carta. La de Javier Pérez, que se suicidó a causa de las agresiones constantes que sufrió cuando estuvo interno en los PP Reparadores de Puente la Reina. Su hermano José Luis, que también las padeció, habla por los dos en Todos lo sabían.
Imagino que la conformidad de las personas protagonistas en los pases privados sería una especie de alivio, porque es un tema muy delicado.
–Sí, exacto. Cuando una persona tiene esa generosidad de compartir sus experiencias contigo, para mí es muy importante ser completamente sincera sobre cuál va a ser el enfoque del documental, los objetivos, qué camino va a seguir la película después, a qué ventanas de distribución va a llegar. Todo esto hay que hacerlo siempre de la mano de los participantes.
¿Cómo surgió la idea del documental?
–El origen parte de las propias víctimas de abusos navarras. En febrero de 2019 empezaron a publicarse relatos y denuncias que aludían a distintos colegios de la comunidad, sobre todo de casos de los años 60, 70 y 80, y, en 2020, las víctimas se constituyeron como asociación y se pusieron en contacto conmigo. Yo soy de Estella, que es una localidad relativamente pequeña –14.000 habitantes– y, aunque llevo muchos años viviendo fuera, parte de ese grupo conocía algunos de mis documentales anteriores y quisieron que contara sus historias.
¿Cómo recibió la propuesta?
–No fue fácil dar el paso porque, al hecho de que yo estaba viviendo y trabajando en Sevilla, donde me dedico a la producción y a la docencia, se sumó me entraron dudas por la dureza del tema. Cuando haces documentales que implican episodios del pasado, siempre te planteas cómo vas a plasmar esos momentos con imágenes y, en este caso, en un primer momento parecía que solo iba a tener las entrevistas con las víctimas, personas de 60-70 años contando sus recuerdos de lo que vivieron en su infancia. Por eso tuve dudas, pero fue cuestión de sentarse, de hablarlo y de hacer diferentes planteamientos. También dar clases de dirección de cine documental me ayudó, porque ahí es donde salió la idea de recurrir a las animaciones para contar esos momentos.
Sin duda, las animaciones son uno de los aspectos más singulares de la película. No elude la dureza de las palabras, pero opta por no hacer recreaciones explícitas en ningún caso.
–Exacto. Cuando ves películas relacionadas con procesos traumáticos, sobre todo productos más tipo reportaje televisivo, te das cuenta de que esas historias parten de los periodistas o los cineastas. En nuestro caso, la iniciativa fue de las personas afectadas. El matiz es importante porque, cuando son las víctimas son reales, se suelen hacer dramatizaciones con actores, y a mí este recurso no me resultaba interesante. Sin embargo, vi que con las animaciones encontrábamos la manera de recrear un contexto muy particular, el de las escuelas del tardofranquismo. Podíamos ir a ese blanco y negro sin caer en lo que ya está muy manido, apostando por crear un universo diferente. A la vez, pensamos que, en lugar de que fueran explícitas, las animaciones podían reflejar más bien cómo se sentían o cómo percibían lo que les pasaba desde los ojos de un niño.
Los dibujos que han animado parecen hechos con tiza en una pizarra antigua.
–Sí, los hemos hecho a través de rotocospia. Aparte de las animaciones en blanco y negro, hay otras a color que hacen alusión a las pesadillas, al mundo interior, emocional, de las sensaciones.
¿Tuvo claro desde el principio que quería darle ese toque poético al documental, alejándose del realismo en los relatos de los abusos?
–Esto es algo que debatimos muchísimo. Siempre tuvimos claro que no queríamos caer en el morbo innecesario. Pero tampoco queríamos blanquear la realidad. Los sucesos que se dieron y que, seguramente, se estén dando en otros sitios en el presente son de una dureza extrema y pensamos que era importante mencionar tanto los abusos sexuales como los malos tratos físicos y psicológicos. No los podíamos pasar por alto porque, entonces, el espectador no iba a ser consciente de la gravedad de lo ocurrido y de los motivos por los que deja unas heridas tan importantes.
Al haber partido de ellos la idea de hacer la película, ¿fue más sencillo generar el vínculo de confianza que los documentalistas necesitan para lograr los mejores testimonios?
–Sí, más que nada porque no tuvimos que convencer a nadie y quedó claro desde el principio quién quería contar su historia y qué parte de ella y cómo quería que se reflejara en la película. Eso sí, las personas que me contactaron me pasaron teléfonos de otras a las que sí llamé, expliqué y pregunté si querían participar. Lo bueno fue que ya existía un gran trabajo previo realizado por los periodistas, especialmente por Enrique Conde, de DIARIO DE NOTICIAS, que ha sido clave. También hay que mencionar a Javier Lorente, de Cadena SER, y, en el caso estatal, a Íñigo Domínguez y Julio Núñez, de El País. De alguna manera, su trabajo y su generosidad me han ahorrado gran parte del proceso de documentación y de investigación. Me han aportado muchísimos datos e información con la que no estaba familiarizada. Yo era una absoluta ignorante respecto a este tema, como cualquier ciudadano al que no le ha tocado de cerca, así que los periodistas y las asociaciones de víctimas fueron tremendamente generosos dejándome acceder a la hemeroteca, pasándome contactos de psicólogos y psiquiatras, también de la Administración Pública, y manteniéndome al tanto de todos los avances legislativos, políticos y sociales.
En ese sentido, ‘Todos lo sabían’ acompaña todo el proceso legislativo que se ha llevado a cabo desde que empezaron las denuncias, llegando al Gobierno de Navarra, el Congreso de los Diputados, el Defensor del Pueblo, Bruselas y Estrasburgo.
–Sí, la película hace todo este recorrido. En un primer momento, en octubre de 2020, nuestra idea era recabar los relatos de las víctimas de Navarra y poco más. Íbamos a narrar esos dos años de activismo, pero durante el rodaje se fueron produciendo una serie de avances con los que no contábamos, así que nuestro guión siempre estuvo abierto y le hicimos muchísimas modificaciones. Todo lo que sucedía era consecuencia del propio activismo, de salir a la calle, de crear las asociaciones, de difundir lo que les había pasado en público o a través de entrevistas en medios de comunicación... Y, por supuesto, de presentar denuncias y darse cuenta, en ese momento, de que los casos estaban prescritos.
"Era importante mencionar tanto los abusos sexuales como los malos tratos físicos y psicológicos para que el espectador fuera consciente de la gravedad de lo ocurrido y de los motivos por los que deja unas heridas tan importantes"
Eso hizo que lucharan por conseguir cambios en las leyes. Y lo lograron.
–Así es. Como casi siempre, la política empezó a moverse a partir de lo que hizo la sociedad. Primero se constituyó una comisión de investigación en Navarra que concluyó con la Ley Foral que es pionera en Europa en el reconocimiento a las víctimas de abusos en instituciones religiosas. Y, por otro lado, el tema llegó al Congreso de los Diputados, que aprobó la realización de una investigación independiente por parte del Defensor del Pueblo.
Y la cuestión cruza fronteras.
–Los miembros de las asociaciones navarras conocieron a miembros de asociaciones de todo el país, y eso nos abrió la posibilidad de entrevistar a víctimas de Valencia, Valladolid, Salamanca, León, Cataluña... Así que decidimos ampliar el documental para ofrecer esa perspectiva nacional. Posteriormente, el Defensor del Pueblo entregó su informe y la Conferencia Episcopal también empezó a dar una serie de pasos. Y las asociaciones españolas se unieron con otras de ámbito europeo y con la fundación Justice Initiative, que reúne a víctimas de 15 países, no solo del ámbito religioso, sino también intrafamiliar y deportivo. Entre todos decidieron llevar un informe a Bruselas y a Estrasburgo, y nosotras decidimos ir con ellos.
La producción se fue complicando bastante.
–Ha sido una locura. Hemos ido modificando los planes todo el tiempo. Por ejemplo, en cuanto a los días de rodaje, que se triplicaron respecto al primer baremo. También los plazos. Al principio habíamos previsto estrenar en 2023 y aquí estamos, en 2025, pero lo hicimos porque creíamos que todo ese material nuevo era importante. Porque, además de contar los abusos y las consecuencias que tienen en la edad adulta, el documental también refleja esa parte del activismo, lo que se puede llegar a conseguir con él y lo que todavía queda.
¿Qué le gustaría conseguir con el proyecto?
–Teniendo el estreno a pocos días, pienso todo el tiempo en tres objetivos. Por un lado, dar a conocer al gran público esta realidad. Hay frases, como la que dice en la película la abogada Leticia de la Hoz, que van en esa línea. Ella afirma que conocer a una víctima de abusos te cambia la vida. Y es así, yo lo he sentido, y los periodistas que las han entrevistado, también; a mí me gustaría que la gente que vaya a verla salga cambiada y consciente de esta problemática. A nivel global, sabiendo que hay abusos en la infancia y que son el principal motivo de suicidio entre niñas y niños. Además, en caso de que el documental se vea en ámbitos eclesiásticos, aquí haría mención a las palabras del sacerdote Luis Alfonso Zamorano, que participa en la película y afirma que, en algunos casos, hay una dureza de corazón y que lo que se debe hacer es escuchar. Si el documental sirviera para tender esos puentes, habríamos cumplido otro de sus objetivos, que es conseguir que desde ese lado se escuche a las víctimas y se les acompañe en el camino de la reparación.
¿Ha pensado que la película podría servir también para romper el silencio de personas que nunca han contado nada de lo que les pasó o les pasa?
–Sí, y ese es otro de los propósitos. Si hay personas que han pasado por lo que cuentan los protagonistas y ver esos testimonios les anima a contarlo, no digo a hacerlo público o a hacer activismo, sino a compartirlo con otra persona que haya pasado por lo mismo, podría recibir consejos sobre qué pasos dar, profesionales a los que acudir o decidir si quiere dar su testimonio y formar parte de las comisiones que hay abiertas, incluida la de indemnizaciones del Arzobispado de Pamplona.
¿Cuál fue su relación con la Iglesia durante el rodaje?
–Para nosotras, el foco siempre ha estado en las víctimas y hemos hablado con personas de diócesis que, según ellas, sí están dando pasos, como, por ejemplo, la de Madrid, la de Bilbao y, actualmente, también la del arzobispado de Pamplona. En cambio, otras siguen instaladas en la negación. Al final, soy cineasta, no periodista. Si lo fuera, tendría que incluir a todas las partes, también a los victimarios que se mencionan y que sigan vivos, pero mi enfoque ha sido diferente, y es el de las víctimas. Sé que es parcial, claro que sí, no lo escondemos, y así hemos querido que sea.
¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de las personas abusadas?
–Me ha llamado la atención el modo en que, durante los encuentros entre ellas, son capaces de reconocerse y sentir que pueden confiar las unas en las obras porque han pasado por lo mismo. Con solo una mirada se dan una serenidad y un aliento que quienes no hemos vivido esas experiencias no creo que podamos llegar a comprender jamás. Pasa incluso cuando se juntan personas de distintos países que no comparten idioma.
"Tengo la sensación de que ojalá este documental no se hubiese tenido que grabar nunca. Pero las cosas han sido y lo que no se cuenta no se sabe"
¿Y cómo la ha cambiado la vida conocerlas y hacer este documental?
–Siento una gran contradicción. Por una parte, tengo la convicción de que es importante hacer este tipo de trabajos. Durante los pases privados, hemos podido comprobar que hemos cumplido los objetivos que nos habíamos marcado. En ese sentido, es una satisfacción enorme. El cine documental recoge la memoria colectiva y puede generar debate y reflexión. Quizá no sana, pero creo que desde la cultura debemos contribuir un proceso de búsqueda de una sociedad más justa a todos los niveles. En ese sentido, hacer esta película me ha cambiado de una forma muy positiva. Sin embargo, tengo la sensación de que ojalá no se hubiese tenido que grabar nunca. Pero las cosas han sido y lo que no se cuenta no se sabe. Esta película contiene mucho dolor, pero había que contarlo.
La figura de Javier Pérez sobrevuela todo el proyecto, que, de hecho, está dedicado a él.
–Lo hablamos con su hermano José Luis y consideramos que, como su carta fue el detonador para que él hiciera público su caso y este gesto fue, a su vez, el impulso para que los demás dieran el paso, tenía que estar presente. Por eso abrimos y cerramos con una carta, dejando claro que la verdad no se puede tapar, no se puede dejar encerrada en un cajón bajo llave. Eso es lo que, al final, hemos querido transmitir. La verdad siempre sale a flote.