Ciclo del Ayuntamiento y Fundación Albéniz
Intérpretes: María Salvatori, violonchelo. Ofelia Montalván, piano.
Programa: Obras de Fauré, Shostakovich y Brahms.
Lugar y fecha: Condestable. 21 de febrero de 2024.
Incidencias: Lleno (gratis).
La escuela de música Reina Sofía confirma su alto grado de preparación y calidad de las jóvenes generaciones con este goteo de intérpretes que, ya desde algún tiempo, nos visitan. Hoy la chelista María Salvatori, junto a la profesora pianista Ofelia Montalván, nos propone un programa francamente denso, al que hay que prestar especial atención. Ciertamente, el patio de entrada del Condestable, estéticamente, es un espacio muy hermoso, que tiene buena acústica, arropa, con su balconada, a los intérpretes, y se defiende bien cuando son conjuntos de viento, o más numerosos los que actúan. Sin embargo, en este caso, resultó algo disperso para este dúo, sobre todo en la primera media hora, que coincidió con la salida de alumnos de las aulas superiores. Creo que, en algunos casos, hay que usar la alternativa del auditorio.
El violonchelo de la joven María Salvatori (Florencia 2004) suena mucho y bien. Siempre con convencimiento y empuje en las obras que aborda. El piano de Ofelia Montalván (La Habana 1962), recorre, así mismo, todo el intenso programa, sin ningún problema; aunque, quizás por la acústica generosa del propio lugar, a veces se expande con cierto poderío sobre el chelo. Comienza la velada con la Elegía de Fauré: una buena presentación del violonchelo en sus sonoridades de arco largo y extendido, y de su virtuosismo. Shostakovich, sobre el papel que anuncia el programa, se hace arduo para muchos; y, sin embargo, la versión resultó, cuando menos, entretenida. Y, es que la irrupción del allegro del primer movimiento es casi chaikovskiana, con una idea melódica tranquila que se asimila bien; y en el resto de la obra, sobre todo en ese allegro del segundo movimiento, aparece el carácter irónico, popular y de danza que es tan característico del compositor ruso: el martilleo del piano, los choques tajantes, los glissando del chelo, y el ritmo tan obstinado. Y el contraste con el precioso y cantábile largo del tercer tiempo, donde el chelo se recrea en un canto sentido. Aquí la chelista hace un matiz pianísimo muy bello. El rondó final, muy danzable, entra en un movimiento perpetuo donde el chelo tarda en sobresalir. Pero se nos ha tenido muy pendiente de la partitura.
Otro plato fuerte del repertorio chelo-piano es sin duda la Sonata op. 99 de Brahms. Aquí es donde mejor demuestra la chelista florentina el poderoso sonido de su instrumento. El comienzo nos inunda con un colorido en el sonido de densos nubarrones. Tanto el chelo como el piano desarrollan los temas en una frondosa atmósfera. El adagio afectuoso es de un lirismo profundo, servido con pasión por las solistas. El chelo borda unos reguladores comenzados en pianísimo que se abren a amplias sonoridades. El piano, por su parte canta con melancolía sobre el pizzicato del chelo. Sigue el tercer movimiento en un ambiente un tanto tenebroso. La violonchelista carga su discurso de una melancolía muy hermosa. El remate final es de extraordinaria fuerza en ambas intérpretes.
De propina chelo (como una cálida contralto) y piano (muy cuidadoso) dieron la Nana de las Siete Canciones Españolas de Falla. Y Salvatori, a solo, se desfogó con unos temas muy norteamericanos, donde mostró las posibilidades tímbricas de chelo, incluido el jazz.