Los jardines del edificio Viálogos de Aranzadi, hoy Auditorio La Caixa, son un hervidero. El sol tibio de finales de septiembre invita a media mañana a estirar la recepción, la ronda de saludos y conversaciones informales entre directivos de Caja Navarra, empresarios (afines o no tan afines) y políticos, sobre todo de UPN y PSN. Hay sonrisas, algún abrazo, palmadas en la espalda, alguna confidencia. No faltan los consejeros de la entidad financiera, algunos llegados desde Madrid, representantes de la patronal, de los dos sindicatos mayoritarios. Como siempre, pocas mujeres, pocos industriales y gerentes de planta. Mucha finanza, mucha concesionaria de servicios, menos economía productiva.

Enrique Goñi suele ser el último en aparecer. El director de Caja Navarra cuida la imagen, cultiva un cierto misterio y selecciona al máximo sus apariciones públicas. Hoy hablará, ofrecerá un titular de impacto -una nueva estrategia de negocio, una apertura en Estados Unidos, un riego masivo de liquidez cuando la crisis ya se asoma- y moderará un coloquio. En él, invitados por Caja Navarra, tomarán la palabra economistas, catedráticos, exministros, e incluso, en vísperas de la salida Bolsa de 2011, un subgobernador del Banco de España. Pero aún falta mucho para eso. Es septiembre de 2007 y doce años de crecimiento continuo no solo han tejido redes clientelares a derecha e izquierda. También han adormecido demasiados sentidos.

Hora y media o dos de intervenciones quizá han terminado con las alertas que todavía siguen encendidas. Es la hora del cocktail, de rematar las conversaciones que han quedado pendientes, de seguir engrasando los resortes del poder y el dinero. Ningún gran proyecto se mueve en la Comunidad Foral sin que la caja participe de forma decisiva de un modo u otro: el Canal de Navarra, Guendulain, la compra de acciones de Iberdrola. Y en las escaleras de Aranzadi coinciden un empresario y un exconsejero de vivienda que ha pilotado el departamento en los años del boom, cuando se construían y vendían sobre plano 10.000 pisos al año. 192 por semana, 27 por día, más de uno por hora. El empresario está preocupado. La crisis ha reventado en Florida, donde los caimanes nadan en silencio por los pantanos y por las piscinas de las urbanizaciones abandonadas, y ha llegado a Europa, de momento como un temblor bursátil; el Ibex lleva dos meses bajando, los tipos de interés suben, las ventas se paralizan y un escalofrío recorre a la banca. En las escaleras del auditorio, apenas unos segundos antes de que el servicio de catering le sirva el primer vino, el empresario muestra su preocupación. Y el exconsejero, que sigue siendo parlamentario, que en los últimos años se ha acostumbrado a la moqueta y que ha impulsado proyectos inmobiliarios que bañarán en oro a unos pocos y que nunca verán la luz, quita hierro al desplome, al desastre que se avecina.

-Tú tranquilo, que esta crisis se termina en unos meses.

La predicción, la misma en verdad que hicieron muchos otros en aquel momento, no pudo resultar menos acertada. Y en ese momento son palabras que se pierden en el rumor de unas voces regadas por los refrescos, por la cerveza, por los vinos de Señorío de Sarría, la bodega fundada por la familia Huarte, que un día rescató Caja Navarra y que hoy es propiedad de CaixaBank. La preside, por cierto, Miguel Sanz.

El político corellano sigue siendo en 2007 el presidente de Caja Navarra, puesto que ocupa desde que en 1996 se hizo con el Gobierno de Navarra tras el descubrimiento de la cuenta en Suiza de Javier Otano. Cinco años más tarde, y tras completar la fusión con Caja Municipal, culmina el control de la entidad nombrando a un director de su confianza. Enrique Goñi toma el mando en 2002 y la caja, hasta entonces de perfil muy conservador y sin haber extendido territorialmente su negocio, se transforma. Entra en el siglo XXI, adapta su imagen (varias veces), diversifica su cartera industrial y deja en manos de sus clientes el reparto de una de las obras sociales más generosas del sistema, una iniciativa premiada y reconocida internacionalmente. Por el camino prejubila a cientos de trabajadores, rompe las mugas de la Comunidad Foral y, dice, despolitiza un consejo en el que ya no estarán todos los miembros del Gobierno. Solo algunos, como Francisco Iribarren y Álvaro Miranda, los responsables de Economía y Hacienda, los que debían vigilar e inspeccionar la caja, algo que nunca hicieron. Se pone a sueldo a sindicalistas, a directivos, a hombres bien conectados en Madrid, a antiguos secretarios de Estado y a una parte de la clase política navarra que, o no se entera de lo que sucede o prefiere mirar hacia otro lado. “Allí íbamos a plato servido”, admitiría una de las personas con más peso intelectual del consejo. “Goñi nos montó un pesebre”, reconocería tiempo después otro -muchos supusieron que Yolanda Barcina-, en un editorial de El Mundo.

(Nota: aquel “pesebre” tenía un precio: Caja Navarra no murió por ello, claro, pero llegó a gastar en 2010 más de medio millón de euros en retribuir a sus consejeros, alguno de los cuales, mientras en público reclamaba moderación salarial, decía en privado sentirse “mal pagado” debido su responsabilidad. Caja Rural, que hoy sigue viva, apenas gastaba 50.000 euros en pagar a sus consejeros).

2011

Fin de fiesta

La Caja se tambalea

En realidad, aquel consejo y los que siguieron, como la Junta de Entidades Fundadoras o su lucrativa comisión permanente, se reunían a veces con cualquier excusa. No solo en las sesiones ordinarias, en los que no consta ningún reparo a la labor de los directivos. También para escuchar a economistas o pensadores. Quizá el más prestigioso de todos quienes desfilaron por Pamplona invitados por Caja Navarra sea Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, que advierte en 2005 de que la economía española no puede apoyarse únicamente en la vivienda. No parece que se escucharan sus consejos o quizá llegaron demasiado tarde. Por más que Can presumiera de su menor exposición al riesgo inmobiliario -“estábamos cabalgando un tigre”, habría de decir, años después, Enrique Goñi- el daño ya estaba hecho.

Pocos, no solo el exconsejero ni los economistas conferenciantes, parecían capaces de predecirlo en aquella jornada Vialogos de septiembre de 2007, el último año de la bonanza, de los proyectos frustrados, de las compras desmesuradas. El año en que Caja Navarra no se contentaba con mantener una cuota de mercado superior al 40% en la Comunidad Foral y compraba locales millonarios en la CAV, donde preveía llegar a 60 sucursales. Aspiraba también a abrir una oficina en cada capital de provincia y por qué no en Washington, a sacar a Bolsa su corporación industrial por más de 1.000 millones de euros. Todo se torcerá, la historia es conocida. Caja Navarra y luego Banca Cívica, con un envoltorio moderno y brillante -se ha quitado la boina de Elosegui y se ha vestido con traje de Gucci-, han recurrido demasiado a los mercados mayoristas y carecen de la solidez necesaria para soportar el huracán que recorre la costa Este de Estados Unidos, desde Florida hasta Nueva York, y que se instala en Europa ya en 2008. Será el coletazo de agosto de 2011, el de la crisis griega, el que termine de hundirla. Y todo lo que parecía inmutable, como la confianza de cientos de miles de clientes comenzará a evaporarse.

2012

Game over

Accionistas salvados

Con CaixaBank al rescate, termina por diluirse Can pero nadie pierde su dinero. Al contrario, muchos de los ahorradores ganan y este es el principal argumento para defender la gestión de Caja Navarra en los últimos años. Más de 20.000 preferentistas y accionistas navarros no solo cobran intereses o dividendos. Ven cómo sus acciones de Banca Cívica pasan a ser de CaixaBank y cómo estas rozan los cinco euros en 2014. Han podido vender mucho más caro de lo que compraron, han ganado dinero. Tranquilidad.

Quizá una llamada de teléfono haya evitado el desastre. La que hace a comienzos de 2012 Luis de Guindos, ya ministro de Economía, a Enrique Goñi para advertirle de que Banca Cívica, con los decretos que se están preparando, no puede continuar en solitario. Que es el fin de la escapada, que el toque de campana de julio de 2011 anunciaba en realidad otro desenlace. Porque la crisis de la deuda griega, que estalló poco después de la salida a Bolsa, iba a dejar a Banca Cívica sin opción de huida. Quizá sin ello hubiera sido posible continuar. O no. Tal vez son las decisiones tomadas durante la década anterior las que han conducido a la muerte sin daños -ni Banca Cívica ha sido Bankia ni Caja Navarra, las cajas valencianas o las gallegas- de una entidad financiera ubicada en la comunidad con menor paro, con menor pobreza y con la tercera mayor renta per capita.

La desaparición de Caja Navarra, de la que hoy queda apenas su fundación, puede entenderse así como el final de una época para la banca. Un tiempo donde había que crecer a cualquier precio, competir en todos los territorios, en todos los negocios; años de masters regalados en escuelas de negocio amigas, de dinero fácil e hipotecas por el 120% del valor del piso, de ambiciones desmedidas y amnesia colectiva. Y así, a la sombra de las grúas y las excavadoras, se olvidan algunos principios fundamentales. Como el que recordaba en los años 80 Emilio Botín padre, presidente entonces de un banco aún relativamente pequeño pero que terminaría por devorar a históricos como Banesto o el Central-Hispano. “La clave de este negocio son la solvencia y la rentabilidad: el crecimiento es sobrevenido”.

2017

Más allá de la gran banca

De lo local a lo digital

Las cajas han desaparecido. No solo en Navarra, sino en toda España. Si en 2007 había 45, hoy únicamente quedan dos entidades de crédito de carácter comarcal con la forma jurídica de una caja de ahorros: Caixa Ontinyent y Caixa Pollença. El resto se ha transformado en bancos, en algunos casos encabezados por las fundaciones de las cajas más fuertes como Caixa, BBK, Ibercaja o Unicaja. Y su final, también en Navarra, es sentido por la ciudadanía como una pérdida colectiva. “Las cajas se crearon para que la clase media y trabajadora tuviera un sitio donde guardar sus ahorros. En esencia se crean contra la exclusión financiera y como una manera de prestar y conseguir recursos”, explicaba en Pamplona José Santos Pulido, exinspector del Banco de España en una charla organizada por Attac. Pulido advertía lo mismo que uno de los grandes banqueros españoles, José Ignacio Goirigolzarri: la disminución en el número de entidades pone en riesgo la competencia. “Y vamos camino de un oligopolio bancario, con 13 entidades controlando en estos momentos el 95% de los activos”, señalaba Pulido.

Navarra padece esta concentración, muy superior ya a la media europea, como cualquier otra comunidad. Incluso en mayor medida. Los tres más grandes (Santander, BBVA y CaixaBank) rozan el 55% de los activos. 17 firmas han cerrado en este tiempo, se han clausurado 188 de las 719 sucursales y el sector ha destruido tres de cada diez empleos en los últimos nueve años: de 3.465 a 2.437 trabajadores. 153 municipios no cuentan ya con ninguna sucursal y en otros 21 no se puede elegir: solo hay una.

Únicamente las dos cooperativas de crédito introducen en la Comunidad Foral una cuña de banca con centros de decisión locales. Y no es una cuña menor, porque en ningún otro territorio este tipo de banca pesa tanto. Caja Rural y Laboral Kutxa han sorteado la crisis con algunas dificultades, pero han llegado a la orilla. Y han elevado hasta el 37% su cuota de mercado en Navarra. Durante muchos trimestres han concedido cuatro de cada diez euros en préstamos hipotecarios y han dado valor a una forma de banca tradicional, alejada de excesos, demostrando que no es necesario pagar bonus millonarios a los directivos para seguir siendo solvente y útil a la sociedad. Miles de navarros lo entendieron sobre todo a partir de 2012, cuando la desaparición de Caja Navarra fue ya un hecho: en este periodo han captado más de 1.200 millones de euros en depósitos.

Quizá el éxito de este modelo, o la añoranza de las cajas, empuja a algunos a reclamar una banca púbica, ceñida a las necesidades del territorio. Es un debate que llegará seguramente al Parlamento de Navarra, donde ya saben que no existen impedimentos estrictamente legales para ello y donde también deberían ser conscientes de que el proyecto requiere de tiempo y de un amplio consenso político. La banca cooperativa, surgida de la iniciativa colectiva, y que ni siquiera reparte un dividendo entre los accionistas, ha demostrado su capacidad para competir en los años más complicados de la crisis. Ahora tiene frente a ella no a actores regionales, sino a gigantes, así como a una desintermediación financiera imparable. En Estados Unidos y Reino Unido, las empresas se financian mayoritariamente por vías distintas a la bancaria. Las plataformas digitales de crowdfunding o crowdlending reclaman su sitio en un entorno cambiante.

Durante esta década que arranca en el verano de 2007 todo o casi todo se ha transformado. Los tipos de interés se dispararon y quedaron después a cero. La banca ha pasado de regalar el dinero a cerrar la ventanilla y volverla a abrir. De comprar suelo a precio de oro a tener que regalarlo. Ha transformado a miles de sencillos ahorradores en accionistas o, en muchos casos recurriendo al engaño, en preferentistas arruinados. Los errores han tumbado a las empresas más débiles, pero está por ver que se haya aprendido algo de todo ello; que, por ejemplo, más rentabilidad siempre implica un superior riesgo. Con los tipos a cero, el negocio bancario sufre y los ciudadanos buscan alternativas. Los fondos de inversión reciben a cientos de miles de nuevos participantes que buscan ganar un 2%, un 3% anual. Y si el dinero en el banco no da intereses y los precios de la vivienda han bajado, el ladrillo emerge como la alternativa de siempre. El turismo y sus alquileres ceban ahora un artefacto que apenas ha comenzado a crecer de nuevo. Impulsada por los fondos de inversión, la compra de suelo para nuevas viviendas se ha disparado en la costa, en Valencia, en Barcelona y en Madrid. La banca apenas aporta ahora un 40% de esta financiación, pero algo se mueve. También en Navarra, donde el saldo vivo de créditos creció en el primer trimestre de 2017 por primera vez en ocho años. Porque el pasado siempre espera ahí adelante.