Los precios de los supermercados hablan de muchas cosas. De inflación, de márgenes empresariales, de falta de competencia y de mercados especulativos. Pero también de condiciones climatológica y de las decisiones que cientos de agricultores toman en entornos cercanos. En Navarra, por ejemplo, años de incrementos en el precio del aceite están impulsando el cultivo del olivar, que sustituye poco a poco a la vid en muchos municipios y cambia el paisaje agrario de la comunidad. 

Esta es una historia que tiene ya más de dos décadas, pero que cobra si cabe más sentido ahora, con el precio del aceite de oliva rondando los 10 euros el litro. Y cuenta cómo los olivos vuelven a colonizar el terreno que perdieron hasta mediados de los años 90 del pasado siglo. Desde entonces, el incremento del consumo a nivel global, el propio crecimiento del mercado español y la consolidación del virgen extra como una producto apreciado y más saludable que otras alternativas han llevado la superficie cultivada hasta las 7.819 hectáreas de 2022. Es el triple que en el año 2000 y un 20% que solo cuatro años antes, un avance que confirmar que las nuevas plantaciones de olivo se están acelerando. La producción de olivas se ha multiplicado por diez en los últimos 20 años. 

Navarra no es una excepción. En todas las comunidades autónomas, excepto Cantabria y Asturias, la superficie de olivar crece. Y en el caso de la Comunidad Foral aprovecha asimismo la puesta en marcha de los nuevos regadíos, así como los ya existentes. Un suministro regular de humedad garantiza una mayor estabilidad en las cosechas. Desde 2017, la superficie de olivar en regadío ha crecido más de un 43% y pasa de unas 3.200 a casi 4.700 hectáreas. Y episodios como el actual, cuando una sequía prolongada ha mermado cosechas y ha elevado precios, solo pueden acelerar la tendencia. 

“El olivo está presente en Navarra desde hace 2.000 años, pero lo cierto es que su extensión ha tenido altibajos”, explican desde la Denominación de Origen Protegida Aceite de Navarra, que engloba a media docena de marcas. “En las primeras décadas del siglo XX se vivió una época de esplendor”, recuerda en la DOP. 

Las décadas siguientes no fueron sin embargo sencillas para este cultivo. El empobrecimiento general y la combinación de años de sequía y grandes heladas en los años 40 y 50 hicieron retroceder a los olivares. Un descenso en la que terminó por hacer desaparecer buena parte de las almazaras y que solo comenzó a revertirse a mediados de los años 90, cuando en el extremo sur de la comunidad algunos emprendedores volvieron a creer en el olivo.

Las familias Artajo y Urzaiz, propietarias de Aceites Artajo, dieron el paso ya en 1998, cuando pusieron los primeros olivos en Fontellas. Su ejemplo –la primera cosecha se recogió en 2003 y el producto adquirió pronto prestigio– fue animando a otros agricultores de la zona, algunos de ellos decepcionados con el precio de la uva, uno de los cultivos tradicionales de Navarra. 

En Murchante, del vino al aceite: "He acertado"

Javier Casajús, de Murchante, tiene 44 años. Y es uno de los que no se arrepiente de haber ido abandonando la vid, que a comienzos de siglo ocupaba en Navarra más de 24.000 hectáreas (hoy no llegan a 17.000), y sustituyéndola por olivos. Lleva en el campo desde los 15 años, primero con su padre y ahora en solitario, y hace 15 tomó la decisión de apostar por el olivar. “Desde 2001-2002 veíamos que la uva no daba lo suficiente. Primero piensas que es un año malo, que ya cambiará y subirán los precios, pero llega un momento en que tienes que tomar una decisión”, cuenta Casajus, que en 2008 comenzó a sustituir las viejas vides. “Fui poco a poco, un poco por probar, quitando primero aquellas que estaban peor y daban menos”. Así, arrancó con un millar de plantas de olivos, que al cuarto año le dieron su primera cosecha. Y, visto el rendimiento, decidió seguir sustituyendo viñedos por olivares, dos explotaciones que comparten clima y suelo. 

“Me decanté por una variedad arbequina, en un marco de plantación de cuatro por dos, con riego directo desde la acequia”, explica Casajus, quien hace siete años, una vez que comprobó que el cultivo respondía y que los precios acompañaba, plantó ya cinco hectáreas de golpe. En estos momentos explota ya más de 14 hectáreas de olivar y mantiene algo menos de cuatro hectáreas de vino. “Me da pena, pero estoy pensando en quitarlas, porque no le veo mucho futuro”, explica en relación a los bajos precios que se pagan por la uva (unos 18 céntimos en la actualidad) y al propio excedente de vino que acusa el mercado y que está golpeando la salud económica de muchas bodegas.  

Situación excepcional

Dos años de sequía han dejado exhaustas la plantaciones de secano del sur de España y los precios que perciben los agricultores también se han disparado. En estos momentos, el kilo de aceitunas en origen paga a casi un euro. “Lo que estamos viviendo ahora mismo es irreal –dice Casajús–, el año pasado el precio estaba en unos 85 céntimos, pero lo normal es que el precio ronde los 40, 50 o 60 céntimos”, Es decir, el doble, el triple o hasta cuatro veces más que la uva, que requiere asimismo de m´s trabajo y más gastos que el olivo. 

Casajus, que además de olivos tiene tomates –la campaña para industria comenzó hace ya unas semanas– vende su producto al tejido industrial que se ha ido consolidando en el sur de Navarra de la mano de las nuevas plantaciones, como la Casa del Aceite en Cascante, la Almazara del Ebro y Urzante. Esta última firma, que funcionó durante años como embotelladora y que abrió nuevos caminos a la exportación, con China entre sus clientes, invirtió entre 2005 y 2006 más de 27 millones de euros para levantar el noveno trujal de la Ribera, en la Ciudad Agroalimentaria de Tudela. 

Aquella decisión fue el impulso que necesitaban muchos productores navarros, que se fueron animando y que lo han seguido haciendo en los últimos ejercicios. “Se están poniendo plantaciones en esta zona –dice Casajús– y plantaciones grandes”. Estos días, los productores navarros miran al cielo. Después de un verano sin excesivas tormentas desde junio, las precipitaciones de ayer deben ayudar a que los frutos engorden. “Ahora mismo –dice Casajús– el agua que cae es oro”