El envejecimiento es, ante todo y sobre todo, una historia del éxito de las políticas de salud pública, así como del desarrollo social y económico; uno de los grandes triunfos y, también, uno de los grandes desafíos, en palabras de Gro Harlem Brundtland, ex- directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es un fenómeno relativamente nuevo en la historia de la humanidad y, en la actualidad, común a todos los países del mundo, aunque a ritmo de intensidad diferente.

Navarra no es una excepción. Según los últimos datos del Padrón (INE, 2022), cuenta con un 20,5% de población mayor de 64 años y un índice de sobreenvejecimiento (mayores de 80 años) del 6,35%, siendo más elevados en las zonas rurales. Para el conjunto de España, se estima que se alcanzará un 29% de mayores de 64 años en 2050, siendo octogenaria una de cada tres personas. Estos datos no deben ocultar que se trata de un fenómeno positivo, aunque no exento de retos (demográfico, sanitario, económico, social, ético, intercultural, de cuidados, etc.), que son globales, nacionales y locales, y requieren de acciones transversales, interdisciplinares y transculturales.

Abordar los desafíos y oportunidades que genera el envejecimiento es una responsabilidad individual y colectiva. Entre estos retos se señalan sus implicaciones para el crecimiento económico, la sostenibilidad presupuestaria (incremento en la presión sobre los sistemas de protección social) y la cohesión social a través de la solidaridad y justicia intergeneracionales.

También, se sabe de su impacto en el aumento de la demanda de servicios sociales, sanitarios y de cuidados de larga duración, en la necesidad creciente de formación del personal sanitario en geriatría y gerontología y de actuaciones que eviten distintas formas de discriminación, como el edadismo, que niegan a los mayores derechos y oportunidades colocándolas en situaciones de riesgo de soledad y aislamiento social. La atención a una población envejecida por los sistemas de salud y de servicios sociales debe tener en cuenta dos paradigmas: la transición clínica y el paradigma del cuidado en todo el “continuum funcional” del ser humano.

La llamada transición clínica del siglo XXI precisa de unos cuidados sanitarios y sociales diferentes y específicos respecto al paciente del siglo pasado, que oriente la atención en torno a la capacidad funcional como eje de la atención sanitaria; y se comprometa a ampliar la capacitación para todas las profesiones vinculadas a la salud no solo en materia de atención geriátrica y formación bioética (toma de decisiones, trabajo en equipo, ética de la virtud y del cuidado, liderazgo ético, etc), sino también para superar estereotipos discriminatorios, todavía presentes en nuestra sociedad.

En segundo lugar, el paradigma del cuidado y los Fines de la Medicina del prestigioso Instituto de Bioética Hastings Center de Nueva York, que deben ser algo más que la curación de la enfermedad, su prevención y la promoción de la salud: han de situar al mismo nivel el curar y el cuidar, aliviar el dolor y el sufrimiento evitable, el cuidado de las personas enfermas incurables y la búsqueda de una muerte tranquila.

Cuando el “continuum funcional” de la persona alcanza un grado irreversible y grave de limitación física y/o cognitiva, se ha de acompañar humanamente con hospitalidad, presencia y compasión, potenciando sus capacidades y fortalezas, facilitando cuidados de cómo a esa persona le gustaría ser cuidada, reconociéndole como un ser valioso en sí mismo y, por tanto, respetando su libre, auténtica e inalienable autonomía decisoria o forma de estar y de ser en el mundo y de afrontar sus desafíos.

Impacto y reflexiones basadas en hechos y en valores

Si algo ha mostrado la crisis de la covid-19 con toda su crudeza ha sido el menoscabo grave del valor esencial del cuidado, que ha afectado de forma desproporcionada a las personas mayores, con enfermedades crónicas, fragilidad social y/o de salud, algunas en situación de pobreza, con necesidades de atención variables y en cualesquiera de los ámbitos de residencia. También ha evidenciado la fragilidad de los sistemas de salud y servicios sociales, en sus dos niveles asistenciales, para apoyar a las personas mayores y para considerar sus necesidades únicas, singulares.

Esta crisis sanitaria puede, debe, ofrecer oportunidades de mejora en los sistemas de vigilancia de la salud, en la coordinación sociosanitaria, en el modelo de atención de las residencias y en la preparación para hacer frente a futuras emergencias de salud pública, asegurando la equidad en la atención a la ciudadanía para mantener una vida razonablemente en buena salud. Cabe destacar, no obstante, la responsabilidad, solidaridad y compromiso de colectivos profesionales y del sector servicios, aunque a un coste elevadísimo en salud física, psíquica y emocional.

Un apartado especial son las consecuencias negativas sobre las personas afectadas de demencia y sus cuidadores durante el confinamiento. Si bien los medios de comunicación se encargaron de alertar de la grave situación en residencias y hospitales, las personas con demencia que vivían en sus domicilios y sus cuidadores sufrieron, en silencio, las consecuencias del confinamiento domiciliario.

Como se refleja en el estudio del Grupo de Demencias de la SNGG, en colaboración con el Hospital Universitario de Navarra y la Asociación de Familiares de Personas con Alzheimer y otras Demencias de Navarra (AFAN), sobre las necesidades de los cuidadores familiares de personas con demencia durante la crisis de la covid-19 en España (Journal of Alzheimer’s Disease, 2022), ellos reportaron el efecto negativo de las restricciones en sus familiares y la sensación de no contar con el apoyo de las instituciones públicas; tuvieron que aumentar el tiempo de atención debido al cierre de centros de día y lucharon contra el miedo a no contagiarse para salvaguardar la salud de sus familiares. Además, las propias personas con demencia experimentaron deterioro funcional y/o cognitivo, junto a mayores niveles de irritabilidad.

Al mismo tiempo, sus cuidadores desarrollaron trastornos del estado de ánimo, el sueño y/o de la alimentación, echando de menos la ayuda profesional, especialmente de equipos médicos especializados. Por tanto, el confinamiento no ha sido inofensivo, sino que potenció riesgos como la pérdida de identidad, de amistades y de sentido vital, de recursos económicos y el deterioro de las relaciones intergeneracionales, además del deterioro funcional por una menor actividad física, lo que pudo contribuir a acelerar el riesgo de fragilidad y el desarrollo de discapacidad, como los profesionales sanitarios han podido constatar “a pie de cama”.

El principal desafío, por tanto, después de la necesidad de cuidado o cuidados, es combatir esa pérdida de contacto con el mundo y con los demás experimentada por las personas mayores en situación de vulnerabilidad. De hecho, a nivel de centros residenciales, la restricción de visitas fue inflexible desde marzo de 2020 hasta febrero de 2021 y, en algunas residencias, continuó todavía después de la administración de la pauta completa de vacunación. Estos centros han de prepararse para futuras emergencias infecciosas y disponer de medios de prevención de propagación (vigilancia, pruebas, capacidad de aislamiento, rastreo y equipos de protección individual), y estar dotados de suficientes recursos humanos con formación específica y condiciones laborales decentes.

Retos y oportunidades

Por todo lo expuesto, se deduce que el envejecimiento y el impacto de la crisis de la covid-19 han evidenciado muchas limitaciones en los diferentes sistemas de protección social, pero también oportunidades de mejora y un buen número de pensamientos y llamadas a la acción que apuntamos a modo de conclusiones:

-Poner el cuidado en el centro de la vida y de las diferentes políticas públicas. Es en el reconocimiento de la dignidad ontológica que toda persona tiene por el mero hecho de ser y existir, donde se fundamenta el principio ético que obliga al buen trato a las personas mayores.

-Desarrollar un modelo de cuidados en el que las personas mayores se conviertan en el eje central de la organización del centro o servicio y de las actuaciones profesionales, potenciando su autonomía decisoria sin por ello abandonar la praxis profesional basada en la mejor evidencia científica.

-Adecuar la organización de los sistemas sanitarios y sociosanitarios a la realidad demográfica y social para alcanzar la excelencia en los cuidados, sobre todo de larga duración.

-Fomentar la formación de todos los profesionales sanitarios desde una perspectiva amplia que tenga en cuenta variables no solo científicas o biológicas, sino también sociales, culturales, económicas, políticas, comunicacionales y éticas. Para ello, la enseñanza de Humanidades, y dentro de estas, una bioética de calidad, es una tarea irrenunciable que debería ser llevada a cabo por docentes con un buen conocimiento del mundo sanitario, formación humanista y entrenamiento en deliberación moral. A todos los retos anteriores, la Sociedad Navarra de Geriatría y Gerontología suma tres retos específicos para 2023: colaborar con la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología en la organización del congreso anual previsto para junio de 2023 en Pamplona; seguir divulgando y promocionando la imagen positiva de la persona mayor a través de conferencias, talleres, el Premio Tomás Belzunegui y la revista Cuadernos Gerontológicos; y fomentar el conocimiento interdisciplinar del envejecimiento.