Quienes lo sufran en sus propias carnes o convivan con alguien que lo sufre sabrán de qué hablamos: el pasado 26 de noviembre acabaron a la vez el Mundial de Fórmula 1 y el de motociclismo, y los amantes de uno o los dos iniciaron la interminable travesía del árido desierto invernal: ¡13 fines de semana consecutivos sin F1 y 14 sin motos! Es decir, diciembre, enero y febrero enteritos sin un chute de adrenalina con los entrenamientos del viernes, las sesiones de calificación, las carreras esprints, las carreras largas, las ceremonias del podio, las declaraciones y lo que les echen, que todo lo disfrutan. Y, así, acabas viendo las mismas caras mustias y desganadas que ponen los futboleros de club cuando hay parón de selecciones. Un auténtico síndrome de abstinencia contra el que hay pocos remedios, porque rememorar los mejores momentos de la temporada ya acabada solo da más ganas de que vuelvan a rugir los motores.