El campeón más joven
Mañana se cumplen 25 años del triunfo de Gari Kasparov ante Anatoli Karpov, que coronó al ajedrecista de Bakú, de 22 años, como el campeón mundial más joven de la historia del deporte-arte.
Un total de 414 días -de ellos, 227 de competición-, y 1.866 movimientos fueron necesarios para tener nuevo campeón del mundo.
Todo ese tiempo se empleó por culpa del fallido Mundial de 1984. La Federación Internacional no tuvo mejor idea que montar un match entre Karpov y Kasparov en el que el ganador sería el jugador que llegara a seis victorias.
En nueve partidas, el campeón Karpov ganaba 4-0; y en la 27ª consiguió el 5-0. Pero a partir de ahí Kasparov tomó la iniciativa: en la partida 48, cuando el aspirante logró dos victorias consecutivas (5-3), la Federación decidió suspender el match, alegando riesgo de salud para los contendientes, algo que desde luego era cierto en el caso del campeón.
El nuevo match se fijó para 1985, y esta vez con fecha de caducidad: 24 partidas (en Moscú) y, en caso de empate final, título retenido por Karpov.
Kasparov ganó la primera (1-0); Karpov la cuarta y la quinta (2-3); Kasparov se apuntó tres consecutivas (10,5-8,5); Karpov reaccionó en la 22ª (11,5-10,5); y en la última, en la que a Kasparov le bastaban las tablas, Karpov se vio obligado a jugársela, y perdió. En suma, 13-11 para Kasparov, que a sus 22 años se convertía en el campeón más joven.
El triunfo del jugador de Bakú fue, además, un golpe en toda regla para los organismos que, sin mucho disimulo, apoyaban a Karpov: la Federación Soviética de Ajedrez, la Federación Internacional y el Partido Comunista de la URSS.
Frente a un jugador con tantos apoyos, Kasparov representaba todo lo contrario, comenzando por el hecho de no ser ruso, sino azerbaiyano hijo de padre judío y madre armenia.
A sus 22 años destacaba por el carácter explosivo de sus declaraciones, algo inaudito en la férrea dictadura del proletariado. Por ejemplo, no se recataba en comentar en público su admiración por el estadounidense Bobby Fisher o su respeto por el disidente Victor Korchnoi.
En cuanto a su juego, maravillaba por su osadía -eso sí, respaldada por una capacidad de cálculo de auténtico superdotado- y su agresividad.
Por supuesto, todos los organismos citados no le dejaron disfrutar de su título, y le fijaron nuevos mundiales -siempre ante Karpov, que era entonces su indiscutible mejor rival- en 1986, 1987 y 1990, y salió airoso de todos ellos aunque, justo es decirlo, con marcadores muy ajustados.
En su cabeza germinaba ya la idea de irse de la Federación Internacional, molesto con el hecho de que se quedara con una gran parte de los beneficios que generaban los match por el título. Dice ahora que su decisión fue errónea, porque creó un cisma en el ajedrez mundial, pero sirvió para que los grandes jugadores comenzaran a ganar el dinero que se merecían.