El pasado miércoles tuvo lugar el segundo debate en el que participaron siete de los candidatos presidenciales republicanos a las primarias en la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan de Simi Valley, California. Los participantes eran el actual gobernador de Florida, Ron DeSantis, el empresario Vivek Ramaswamy, la exembajadora ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, el exvicepresidente Mike Pence, el exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, el senador Tim Scott de Carolina del Sur y el gobernador de Dakota del Norte, Doug Burgum.

Los candidatos abordaron un gran número de temas, incluida la huelga de United Auto Workers, el inminente cierre del gobierno, el gasto público, la política de inmigración, la violencia armada, la seguridad policial y la educación. Hicieron referencia a estos temas en términos de los más “graves desafíos actuales”, mientras que el cambio climático, la sequía, los incendios y los ciclones apenas recibieron atención. Cuesta creer que estando presente el gobernador de Florida, azotado por los temporales, se hiciera referencia a este tema como una “cuestión carente de trascendencia”.

Ron DeSantis, que se perfila como el principal rival de Trump, adoptó una postura más crítica con respecto a aquél al comentar que Trump debía haber compartido el escenario con el resto de los candidatos. Cuestionó la responsabilidad fiscal de Trump, ya que a menudo ha hablado sobre el techo de gasto y la necesidad de una administración fiscal más sobria pero su administración aumentó en 7 billones de dólares la deuda nacional. En relación con las críticas de Trump sobre la política del aborto en Florida, DeSantis repitió lo mismo, que Trump debería haber estado presente para defender su posición y enfrentarse a sus oponentes.

El exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, también atacó a Trump, subrayando que había fracasado en su política de inmigración al no completar el muro fronterizo. Y dirigiéndose a Trump directamente a través de la cámara, le dijo: “Donald, sé que estás viendo esto. Está en tu naturaleza… Tu ausencia en esta noche refleja tu reticencia a defender tus ideas en el estrado. Si persistes en esto, no te llamaremos Donald Trump nunca más; te llamaremos Pato Donald”.

Pero pato o no, Donald estaba muy lejos, dando un mitin en Clinton Township, Michigan. Justo antes de que concluyera el debate, Chris LaCivita, asesor principal de la campaña de Trump, emitió un comunicado etiquetando el debate como “aburrido e intrascendente”. Y pidió al Comité Nacional del Partido Republicano que no organizase otro debate y permitiese a los republicanos dirigir su atención hacia Biden, “para evitar gastar tiempo y recursos en contiendas innecesarias”. Lo dijo porque es lo que le conviene.

Las encuestas no sugieren que Trump haya perdido electores por saltarse los dos debates anteriores. El de agosto no logró alterar significativamente la dinámica de la carrera, y el del miércoles demostró que ningún candidato está posicionado para desafiar sustancialmente el liderazgo de Trump.

Amplia ventaja

Desde el primer debate el 23 de agosto, el apoyo a la candidatura de Trump dentro del Partido Republicano ha subido del 52% al 54%, según los sondeos de FiveThirtyEight. Además, su ventaja sobre Ron DeSantis se ha ampliado de 37 a 40 puntos. Y, si bien DeSantis se mantiene justamente a flote, ningún otro candidato ha logrado superar el umbral de los dos dígitos. Según los resultados de los últimos sondeos, a 27 de septiembre, el apoyo promedio a los candidatos es el siguiente: Trump, el gran elefante rojo, lidera las primarias con un 54% del voto republicano, le sigue DeSantis con un 13,8%, muy de lejos se sitúan Haley y Ramaswamy, con un 6,3%, Pence va quinto con un 4,6%, Christie tiene un 2,9%, Scott 2,7%, Burgum 0,9%, Hutchinson 0,6% y Hurd tiene el apoyo del 0,4%.

Los moderadores no hicieron un trabajo exquisito. Las preguntas eran demasiado largas y confusas como para que los candidatos las respondieran en el tiempo asignado. Por ejemplo, Fox Business abrió el debate con una pregunta que incluía la enumeración de una plétora de encuestas sobre temas de preocupación general.

El senador Tim Scott tomó la palabra, pero a los pocos segundos le cortaron, porque había agotado su tiempo sin haber podido responder ni la mitad de la pregunta. Las respuestas de Scott estuvieron bien, por encima del promedio, al igual que su ejercicio. Pero lo cortaron repetidamente y, al fin, como la del resto, su participación resultó vaga y hasta cierto punto superflua, generando palabras que todos olvidaremos pronto. Como ha afirmado The Hill, todo lo que se dijo en ese debate ha sido gris y trivial, excepto los moderadores, que resultaron catastróficos.

El debate resultó, además, extremadamente difícil de seguir debido a las múltiples interrupciones. Los moderadores lucharon por mantener el orden, pero los constantes cortes y las subsiguientes intermitencias lo hicieron imposible. Burgum se ha ganado el sobrenombre de “interruptor en serie”. Uno de los moderadores incluso amenazó con cortarle el micrófono. Recordaron repetidamente a los candidatos que las interrupciones sólo les costarían tiempo de debate, y que respetaran sus turnos. No hicieron ningún caso. Este tipo de discusión “de barricada” en los debates políticos es algo que Trump logró imponer hace años.

Un desastre de debate

Considerándolo todo, el debate fue un desastre. Carente de profundidad, no reveló nuevas ideas o estrategias políticas o electorales. En su conjunto el mensaje se resumió en un trivial “todo está mal y es culpa de Biden…” Por ejemplo, Christie afirmó que Biden “no está haciendo nada” para hacer cumplir las leyes de inmigración, y todos secundaron su opinión, pero nadie propuso una estrategia alternativa: ni una palabra sobre cómo solucionar este problema más allá de la consabida erección de una gran muralla.

Después de una hora de escuchar lo ineficaz que es la administración Biden, la audiencia se aburrió. Un portavoz de la Fox aseguró que el programa tuvo 12,8 millones de espectadores, incluyendo las transmisiones en Fox Business Network y otras plataformas de transmisión de la compañía. Probablemente la cifra esté inflada, pero en cualquier caso es muy inferior al promedio de los debates republicanos en 2015 y 2016, que atrajeron a 24 y 15,4 millones de espectadores, respectivamente.

Todos esperábamos algo más, especialmente por parte de los candidatos que se encuentran en los últimos lugares de la carrera. Probablemente alguno de los asesores del exvicepresidente Mike Pence le recomendó que tenía que esforzarse por demostrar que estaba vivo y que tenía sentimientos y emociones como el resto de los seres humanos, y procuró soltar un par de bromas. Pero cuando forzó una mueca afirmando que Biden estaba en la cola del paro, nadie lo entendió, nadie se rió y resultó bastante patético.

Sobre todo ello, los candidatos demostraron estar de acuerdo en casi todo, lo que hizo que el tono general del debate fuera monótono, homogéneo y uniforme, como tantas otras cosas en ese partido. Un debate aburrido y sin trascendencia: “Un tiempo para elegir” resultó ser todo lo contrario. ¿Para qué sirvió el debate cuando el candidato que lidera las encuestas se encontraba a más de 3.000 kilómetros? Para nada. ¿Quién salió ganando? Trump; con el aditivo de que todos perdieron este segundo debate, sobre todo el público.