castillo, fuerte, ermita o insigne monumento religioso, el cerro de Santa Bárbara ha albergado distintas edificaciones a lo largo de su historia que han definido siempre el perfil de la ciudad. Tras la destrucción del castillo de Sancho el Fuerte, a comienzos del siglo XVI, Carlos I autorizó a los vecinos a emplear el material en construcciones, de ahí que mucha de la sillería que sustentaba una de las fortalezas más inexpugnables de Navarra pasó a engrosar bodegas de vecinos o la base de la plaza de Los Fueros, pulmón del crecimiento de Tudela. Tras la francesada y las guerras carlistas, en que se empleó como pequeño fuerte, se convirtió en ermita y tras la Guerra Civil se recuperaron los escasos restos del torreón para construir una efigie en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Nada más acorde con la época de obligada exaltación religiosa en que se vivía. Los municipios debían mostrar su adhesión al régimen y a la única religión posible y el cerro de Santa Bárbara era el mejor emplazamiento posible, sobre el Ebro y la huerta, dominando la ciudad con un brazo extendido bendiciendo la capital ribera como si se tratara de Río de Janeiro.

La idea de construir esta efigie surgió en 1940, cuando tras unos ejercicios espirituales el jesuita Abaitua, en mitad de un sermón, propuso construir la imagen, una idea que pronto fue aclamada por los vecinos y la prensa local. El periódico Requeté se convirtió pronto en abanderado de la causa, al tiempo que el Ayuntamiento, presidido por Ernesto Sagaseta, nombró una comisión para que de acuerdo con la Asociación del Apostolado de la Oración llevasen a buen puerto la obra. Pese a pensamiento único hubo un periódico, el Ribereño Navarro que, al menos, le pareció inadecuado el emplazamiento. El 24 de marzo de 1940 señalaba que "con ocasión de la guerra se hicieron obras en dicho castillo de importancia para resguardo y vigilancia de los guardias, poniéndolo en condiciones de hermoseamiento, confort y saneamiento. En cuanto han desparecido testigos, allí no ha quedado nada, llevándose ventanas, puertas, vidrieras, ladrillos, postes de luz, bombillas, cables y cuanto utilizable había". Por eso añadía que "¿no estaría mejor en una plaza, calle o paseo céntrico?¿O es que el Divino corazón no oiría nuestras plegarias por estar en llano y no en altura?"

Pocos meses después se abrió una suscripción popular para el pago de las obras y enormes listados de nombres aparecían diariamente en ocasiones con el ánimo de "aunque no sea más que una pesetas que se gasta en el cine o en unas copitas, no cabe alegar la innoble excusa de no tengo". La comisión pro-monumento pidió finalmente un presupuesto y adjudicó la desorbitada obra al italiano Buzzi, que vivía en Zaragoza, por 42.940 pesetas, añadiendo los gastos de albañilería de Teófilo Serrano (12.745), los de arquitectura a Víctor Eusa (7.642) y el andamio de madera (725 pesetas). En total el monumento costó a los tudelanos 64.052 pesetas de 1940.

La colocación de la primera piedra fue todo un acontecimiento. Así lo relataba Requeté, "descienden la piedra. Unas paletadas de cemento en manos del deán y del alcalde. Suena la Marcha Real. Escalofríos de emoción. Los alumnos del colegio San Francisco Javier en recia protesta de fe. El padre Abeitua enfervoriza una vez más al auditorio. Vivas a Cristo Rey, a Navarra y a Tudela. Ha caído la tarde. Función final en nuestra catedral. Gentío inmenso".

Las obras, con bastante dificultades, se prolongaron durante más de dos años hasta que el 25 de octubre de 1942 se pudo proceder a la inauguración, todo un acontecimiento con multitud de autoridades militares, civiles, religiosas y donde no faltó un tudelano en la cima o en las faldas de un cero que aparecía sin vegetación y no con los árboles de repoblación que se pusieron más tarde. A los más pequeños, como recompensa, se les entregó un bollo y una naranja, mientras se lanzaban cohetes. Cinco años más tarde el Ayuntamiento lo vendió al Apostolado de la Oración por 3.000 pesetas. Aunque muchos lo desconocen, bajo el corazón esculpido en el pecho de la efigie se guarda un tubo en el que figuran los nombres de todos aquellos tudelanos que donaron dinero para su construcción. En 1949 se decidió plantas algunos árboles para que el lugar ganara en calidez.

En sus primeros 30 años de existencia el monumento no sufrió ningún accidente pero desde la década de los 70 comenzaron a ser continuos. En la madrugada del 9 de septiembre de 1971 un rayo seccionó la mano derecha, siendo asignada su restauración a Antonio Loperena. Casi 15 años después, el 19 de junio de 1986, Tudela se conmocionó cuando otra tormenta decapitó la figura y se debatió si se hacía una cabeza nueva o se restauraba la existente. Finalmente se arregló y se pagó por ello a la empresa Coteisa 1,6 millones de pesetas que, además, colocó un pararrayos por lo que las obras definitivas costaron un millón más. El coste se asumió entre el Ayuntamiento y una nueva suscripción entre los vecinos que pudieron asistir a su reinauguración el 26 de junio de 1987. El último suceso data del 13 de septiembre de 199 cuando un rayo seccionó su mano derecha con la que bendice Tudela. El escultor Pedro Jordán fue el encargado de crear una nueva mano para la efigie que costó 1,2 millones de pesetas.