Este bello paraje estellés con nombre de hechizo fue una villa de ascendencia romana y en la Edad Media, villa de la antigua jurisdicción de las tierras de Deyo. Albergó con seguridad un monasterio fundado por un monje de nombre Amusco y, para algunos autores, también un hospital de peregrinos. El Monasterio y Priorato de Zarapuz llevó a tener importancia y prosperidad en el siglo XI y XII. En cualquier caso, Zarapuz fue un enclave de peso en el Camino de Santiago, entre Villatuerta e Iratxe, cuando todavía Estella-Lizarra no tenía el suficiente poder para desviar la ruta jacobea. Los documentos y litigios más antiguos sobre Zarapuz dan a saber de su categoría. Consta que hacia el año 990 el rey navarro Sancho Garcés se la vendió a su vasallo Ozabo y éste la donó al monasterio aragonés de San Juan de la Peña. Y 70 años más tarde, en 1060, Sancho Garcés IV el de Peñalén tuvo que mediar porque el Monasterio de Leyre quería ejecer el dominio sobre el Monasterio de Zarapuz. El lugar y San Juan de la Peña tuvieron que aceptar con resignación el que Zarapuz quedara relegada 30 años después, en 1090, cuando Sancho Ramírez fundó una nueva población en el término de Lizarra. La ruta jacobea fue cambiando hacia la actual Estella y en el siglo XIII volvió a ser reclamadas su villa y su iglesia, cuyo titular fue San Benito, por distintos obispos pamploneses y por la cercana Abadía de Iratxe. En el siglo siguiente, el XIV, Zarapuz ya solo cuenta con unos 30 vecinos, que fueron descendiendo hasta que en el siglo XV ya se le conoce como despoblado y, finalmente, dependiente de la parroquia estellesa de San Pedro de la Rúa.

Desde el año 1490 hasta principios del siglo XX los propietarios de Zarapuz, y también de Noveleta, fueron los descencientes del prior Pedro de Amburz (los Amburces y los Navarros).

En los últimos siglos sus vestigios han servido de corrales de animales y otros humildes servicios para ganaderos y agricultores de la zona. Hoy, gracias a la compra y actuación del lugar por parte del rejoneador estellés Pablo Hermoso de Mendoza, el despoblado, como su vecino término de Noveleta, se ha saneado, recuperado y puesta en valor su memoria y su atractivo patrimonial y natural.

AL NORDESTE DE MONTEJURRA Zarapuz se sitúa en las faldas sinuosas de esta mítica montaña navarra. Suaves promontorios en los que conviven cereal, viñedo y olivares. Hoy, el ocre huero de frutos del otoño pelea con las humedades de los ríos Ega e Irantzu y el regadío de la nueva explotación de ganado bravo y caballar.

Las ruinas y restos de la antigua villa amurallada se enclavan en este rincón y cerro sureño de Estella, que ejerce de terraza y mirador de tierras multicoloreadas por las estaciones y las labores agrícolas.

Estos restos están ribetados con pinos y frutales jóvenes de reciente plantación y salpicados con las estampas mulatas de toros que parecen jugar al escondite y a hacer el Tancredo cual toro de Osborne entre los muros de los decrépitos sillares de la única fábrica que queda en pie. Este edificio de bloque rectangular, ya sin techumbre, consta de dos cuerpos; el primero abierto con dos puertas adinteladas y pequeños vanos rectos. Este edificio estuvo rodeado de una muralla también de sillarejo; todavía puede apreciarse su trazado a través de sus restos. También, muy cerca, otros vestigios hacen intuir la ubicación de la primitiva iglesia de San Benito.

Como hace y cuenta el estellés Juan Andrés Platero Alda, Zarapuz es un lugar perfecto para disfrutar de la imaginación y retrotraerse a su época florida y como atalaya desde donde se pudo inspirar y ver el mismísimo parto de la vieja Lizarra. Ensoñaciones medievales que pueden maridar con otras más actuales; como que Cagancho y Chicuelo y un tropel de potros galopan sobre un haz de luz resplandeciente que une las aguas del meandro bajo del Ega con los bravíos pináculos que remantan Montejurra.

Restos, asimismo bravos, estos de Zarapuz, que, rejuvenecidos, parece que ralentizan y templan el paso del tiempo. La actuación de Pablo Hermoso de Mendoza y sus gentes les ha ayudado a reivindicarse con su recia y honda historia y su gallardía natural.

Conocer este lugar de la mano de Miguel Lacunza también tiene un aquél de esencias, sentimientos y amores. Lacunza ha tenido el don y habilidad que sacar el mejor jugo de estos rincones estelleses. Primero cortejando, casando y enviudando un preciado corazón de Noveleta y, ahora, dando el resto con generosidad y docto ojo fotográfico a la materia humana, animal y artista de los nuevos moradores de este lugar incomparable y peculiar que es la vieja, hoy resembrada de vida, villa de Zarapuz.