Su belleza encandila al visitante. Es una de las obras de arte creadas por la naturaleza en el corazón de las montañas navarras. Ubicada entre los valles de Aezkoa y Garazi, se podría decir que la cueva de Arpea es uno de los mejores testigos de la evolución de la vida en el Pirineo. Sus paredes laminadas simulan hojas de libros que narran la historia de la zona. Desde su creación -allende los tiempos- y hasta hace relativamente poco, ha servido de cobijo de diferentes seres animados. Dada a su curiosa forma, muchos son los que dan rienda suelta a su imaginación para ver en ella una gran puerta esculpida en la montaña que sirve de entrada a un mundo de misterios aún por descubrir.

A pesar de que hoy en día cueste creer, hubo una época -hace 40 millones de años- en la que la Tierra estaba cubierta por agua. Las rocas que forman la cueva se crearon en el limo oceánico a unos 2.000 metros en el fondo del mar como consecuencia de avalanchas de lodo submarinas y cuando África empezó a empujar desde el sur, se formaron los Pirineos, y junto a ellos Arpea. Si se accede a su interior, se puede apreciar parte de la corriente marina. Koldo Villalba, de Itarinatura, es guía de la naturaleza y conoce de cerca todo lo que envuelve a la cueva: “Cuando en la playa una corriente de agua desemboca en el mar, se pueden apreciar dibujos en la arena. Esas mismas formas son las que hay en el techo de Arpea”, explica.

La gruta es un anticlinal de formación natural, es decir, “un plegamiento de las capas del terreno en forma de A o de V invertida”, tal y como recoge la Real Academia de la Lengua. Las capas que envuelven a la cueva parecen un milhojas compuesto de una alternancia de rocas duras y blandas. Estas, a su vez, desvelan cómo ha sido el clima durante años: “Las capas compuestas por rocas duras cuentan que en aquel periodo predominó el mal tiempo; y las blandas, el buen tiempo”, informa. Cada una de las láminas rocosas cuenta con un grosor de entre 30 y 60 centímetros y corresponde a 20.000 años de clima en la Tierra (a esto se le llama ciclo de Milankovitch).

Arpea un buen cobijo

Arpea se sitúa en un rincón protegido de los vientos dominantes. Eso hace que la temperatura en su entorno sea relativamente agradable y que se convierta en un buen refugio para protegerse de las adversidades climatológicas. Según narra Koldo Villalba, ya en la prehistoria se utilizaba para guardar el ganado: “Acababan de salir de una Glaciación, y el clima era más duro que el actual. Ortzanzurieta tenía cuatro glaciares, y existían varios más pequeños en Arnoztegi o al este de Urkulu. Por ello, las actividades ganaderas se daban en verano: subían al final de la primavera y bajan al empezar el otoño”. La huella de la población prehistórica sigue latente hoy en día, ya que a escasos kilómetros de la cueva se pueden apreciar, por ejemplo, los cromlechs y dólmenes de Azpegi, Organbide, Soraluze y Okabe.

La cultura pastoril ha estado arraigada a la zona prácticamente desde el origen de los tiempos: “Los habitantes pastoreaban con grandes perros parecidos a los mastines, y seguramente Arpea sería un buen lugar para proteger a sus rebaños del lobo y del oso, metiendo las ovejas al interior de la cueva y poniendo los perros delante”. Según se puede apreciar entre los diferentes testimonios, hay constancia de que el oso estuvo presente en el Valle de Aezkoa hasta el siglo XIX y el lobo hasta el siglo XX. Topónimos de la zona hacen referencia a su presencia, como, por ejemplo, la zona Artxilondo, que significa madriguera del oso en euskara (artz zilo ondo). Prueba de ello es el cráneo de oso cavernario que el grupo espeleológico Satorrak encontró en una de las cuevas del monte Urkulu.

La gruta es una perla geológica situada en medio de un entorno medioambiental de inmenso valor. Además de los hermosos bosques que rodean la zona, destacan diferentes elementos naturales como, por ejemplo, las piedras viajeras o bloques erráticos de Azpegi: “Fueron transportadas por el hielo. En cierto lugar podemos ver una piedra que se colocó encima de otra al fundirse el hielo que la transportaba.” Otra de las peculiares del enclave son las flores Aconitum napellus que nacen en verano. Está planta, protegida, es mortal debido a su alto nivel de toxicidad. “Esta planta mató a muchos legionarios romanos cuando abandonaron la península itálica en su camino a los Alpes. Al parecer, tenían la costumbre de hacer brochetas de carne con los tallos de las plantas y al usar los de ésta, morían lentamente”. “Resultaba curioso, los encontraban muertos, alrededor del fuego, y sonriendo, ya que el veneno de la planta les contraían todos los músculos y rompían cada uno de los huesos”.

A pesar de ser un libro natural que narra la historia del Pirineo, “no hay constancia de trabajos arqueológicos en su interior, aunque posiblemente algo se haya hecho”. De todas formas, con un poco de imaginación, cualquier persona que se acerque a su alrededor y se deje seducir por el encanto natural, podrá sumergirse en la historia de la vida del Pirineo, cuyo corazón sigue latiendo con fuerza.