Utilizar la música como vehículo y herramienta de sanación. Esa es la filosofía de la biodanza, un sistema de integración y reeducación afectiva desarrollado por el antropólogo y psicólogo chileno Rolando Toro del que, desde hace seis meses, se benefician los niños y adolescentes que acuden al Centro de Día de Fundación Xilema. “Esta colaboración surgió por iniciativa del responsable del Centro de Día de Fundación Xilema, Patxi Bueno. Tanto él como la psicóloga del Centro Verónica Fernández llevaban tiempo pensando en que una intervención relacionada con la corporeidad podría tener beneficios vivenciales para los chavales. Querían integrar la afectividad y la corporalidad en una misma intervención, por lo que se pusieron en contacto con nosotros”, recuerda Víctor Núñez, de Biodanza Orain.

Y es que la biodanza, un modelo teórico con más de 50 años de experiencia basado en las ciencias humanas, trabaja a partir de las vivencias y sensaciones internas que esa misma vivencia genere en el individuo. Todo con el objetivo de que se produzca una reordenación afectiva, restaurando el vínculo del ser humano a través de esas vivencias, que son las que logran que se produzca el cambio. “Durante las sesiones de biodanza el grupo es esencial. Actúa como biogenerador y tiene una función continente”, explica Núñez, para quien el encuentro con otras personas y sus vivencias fomenta la aparición de las propias. Por lo tanto, “cuanto mayor es el grupo, mayor es la diversidad de vivencias que se experimentan”.

La colaboración con Xilema comenzó hace seis meses con una reunión en la que los educadores pudieron conocer más de cerca esta disciplina y sus características. “Realizamos varias sesiones de biodanza para que los educadores pudiesen conocer y experimentar el proceso por el que iban a pasar los txikis y, de esta forma, entender mejor sus reacciones y emociones”, apunta Núñez, muy satisfecho con las reacciones del equipo educativo del centro. “La biodanza puede utilizarse como herramienta interna para armonizar al equipo de trabajadores y, de esta forma, disminuir el estrés y favorecer las relaciones”, abunda Víctor, el facilitador de las sesiones de biodanza.

Sin embargo, Núñez no trabaja solo, sino que colabora con un equipo multidisciplinar formado por Itziar Espinal, una profesora de secundaria con más de diez años aplicando la biodanza en las aulas, la psicóloga Verónica Fernández y Patxi Bueno, responsable del centro de día. “Estamos todos muy satisfechos con la evolución que están experimentando los chavales, que trabajan en un grupo de entre siete u ocho miembros con edades comprendidas entre los cinco y los nueve años”, señala Núñez, especialmente contento con “el proceso de adaptación de los txikis”. “Está siendo mucho más rápido de lo que pensábamos”, apostilla.

No obstante, y a pesar de los beneficios de esta disciplina, Víctor Núñez no duda en advertir que, aunque “induce cambios y transformaciones importantes en el individuo”, la práctica de esta actividad “no hace milagros”. “La biodanza es muy efectiva, pero es necesaria una práctica regular”, explica Núñez.