Artica - Ni en el ángulo oscuro del salón, ni silenciosa y cubierta de polvo ni de su dueña tal vez olvidada. En Artica, mal que le pese a Bécquer, veíase en plenitud el arpa. Así lo ha querido Alicia Griffiths, que se lo ha peleado de lo lindo para “quitarle el polvo y esa imagen. Es un instrumento vivo, para gente joven y cercano”, asegura esta pamplonesa de 32 años, arpista en la Orquesta Sinfónica de Navarra y profesora en la escuela municipal Orreaga de Artica, la única que oferta el instrumento en toda Navarra.

El arpa se imparte en los estudios de grado profesional del Conservatorio, “pero el grado elemental lo quitaron de la enseñanza esperando que las escuelas de música tomaran el relevo”. Sin embargo, Griffiths se encontró a su regreso del Reino Unido, donde estuvo 8 años estudiando, con que “nadie había retomado ese trabajo de base, de crear escuela desde abajo. Con mucho entusiasmo he ido llamando a todas las puertas. Y agradezco muchísimo la confianza que ha puesto Artica en mí”, explica.

Cuenta que, durante esa labor de insistir para que el arpa esté viva y ahí, le decían que era un instrumento minoritario y se asustaban. “Piensan que tienen que comprar un arpa desde el primer día, y que para dos alumnos que va a haber... Y yo quiero quitarles ese miedo. Me gustaría que el arpa no fuera minoritaria por desconocimiento, simplemente porque está estigmatizada como una cosa elitista para unos pocos”.

Un arpa de cartón Para ahuyentar fantasmas sobre su precio (un arpa de concierto puede costar desde 15.000 euros en adelante), este año la escuela de Artica se va a aprovechar del curioso invento de una asociación francesa. “Van a comprar un arpa de cartón que voy a fabricar en un curso. Es algo novedoso para abaratar costes y acercar a la gente un instrumento que de otra manera igual no podrían permitirse”, dice. “La caja de resonancia es de cartón, viene con la forma de la caja y la tienes que ir plegando y decorando. Y a eso se le añade la estructura, un marco donde tendremos que aprender a poner todas las cuerdas... Va a ser muy asequible para alguien que quiera empezar”, considera.

Virtudes del instrumento “No recuerdo dónde la escuché o la vi por primera vez. Pero mi madre me dice que desde muy pequeña yo insistía en que quería arpa”, reconoce Alicia. Tuvo que esperar hasta los 13 años para dar rienda suelta a esos anhelos en el Conservatorio, donde empezó a enredar con sus 47 cuerdas (desde 20 en las celtas) y 7 pedales. “Cuando la profesora nos desenfundó el arpa, aquello fue un flechazo. Ver esa forma tan grande, esa cosa triangular con cuerdas atravesadas colgando... me impresionó mucho, y tengo todavía ese recuerdo muy vívido. Me dije, ‘sí, esto era”.

¿Y por qué esa fijación? “Creo que es el contacto tan directo de las yemas de los dedos con las cuerdas. Tú eres el que creas ese sonido. Y tiene unas resonancias maravillosas. Es un sonido que siempre se relaciona con algo celestial. Tiene esa connotación de sueños, onírica... además de otras muchas cualidades. Y se pueden interpretar distintas músicas, no solo clásica. Hay muchísimas culturas populares por el mundo con el arpa como instrumento tradicional. Y en el jazz se están haciendo cosas alucinantes”, dice esta arpista, que puede presumir de ser nieta del Maestro Turrillas.

Alicia defiende su instrumento con el mismo entusiasmo con el que enseña. “No doy clases para rellenar horas de mi tiempo”, asegura al respecto. A su pequeña alumna Ane Garaialde, de 10 años, el arpa le llamó la atención en una película. “Me gustó su sonido y me pareció curioso. Oír tocar muchas notas a la vez y tan tranquilas me resultó bonito”. Dice que el arpa le relaja, que las clases con Alicia se le pasan volando y que le da un poco igual dedicarse profesionalmente a esto o no. Se lo pasa bien tocando, y ya está.

Por su parte, Ana Olaso se enfrentó al arpa con un bagaje musical importante a sus espaldas (las carreras de piano y canto), y dice que es un instrumento “especial, diferente. Me ha gustado siempre, pero antes sólo se daba en el conservatorio, una enseñanza más seria, y no me apetecía meterme en esos jaleos. Ahora no lo descarto...”. Explica que es un instrumento cautivador y agradecido porque suena bien desde el principio, y dice que las clases con Alicia “son una gozada. Hablamos mucho, nos reímos mucho y hacemos mucha música”.

Por último, Alicia Griffiths recuerda que, aunque el plazo de matrícula finalizó en junio y el curso arranca el día 11, acogerá gustosa a quien quiera apuntarse, “y hay una enseñanza muy completa alrededor con un equipo de profesionales muy bueno”. El objetivo es que “esto se vaya asentando, que poco a poco aumenten los alumnos que y tengan la opción de ir al conservatorio. Que esto no decaiga, porque si no el arpa se va a extinguir en Navarra”.