En 1963 Iruñea se encontraba en plena transformación. La ciudad había iniciado una incipiente industrialización, y por primera vez en su historia pasaba de ser emisora de emigración a ser receptora de inmigrantes. Había comenzado la década con poco más de 90.000 habitantes, y la terminaría con cerca de 150.000 almas. Ello exigía la construcción rápida, urgente, de nuevos barrios y calles, que en muchos casos se construían sin una debida planificación ni la calidad exigible.

La imagen muestra las obras que se hicieron en la calle Sangüesa aquel año. Había recibido su nombre por un acuerdo del pleno municipal en 1930, pero este tramo carecía aún de lo más elemental. Podemos ver a tres operarios que extienden la grava a golpe de rastrillo, mientras algunos transeúntes circulan por aceras y calzada. Uno de los obreros ha detenido su labor, y herramienta en mano mira curioso hacia el fotógrafo.

Hoy en día la calle Sangüesa, de largo y muy variado recorrido, es una de esas vías que desde el punto de vista urbano se muestran definitivas, terminadas y consolidadas. Ello no quiere decir, ni muchísimo menos, que algunas de aquellas carencias que a mediados de siglo se toleraron no se perciban aún. Así, por ejemplo, podemos citar la deficiente calidad de muchos de los edificios más antiguos, que hoy se muestran prematuramente envejecidos, o lo intrincado del plano, o la accidentada topografía, llena de empinadas cuestas en un barrio con muchísima gente mayor.

Tampoco ayuda mucho el excesivo tráfico de la zona, con calzadas repletas de vehículos y aceras estrechísimas y angostas, cercadas y medio ocultas por los coches aparcados, en primera y en segunda fila. Mucho trabajo por hacer, para conseguir un barrio más sostenible y accesible. Seguro que nuestro alcalde ya está en ello. Seguro...