pamplona - Estar en Pamplona por San Blas es algo más que tradición para la familia de Ibai Flamarique Catalá. La quinta generación que elabora y vende los dulces artesanos de Garrarte instaló ayer sus puestos en la plaza de San Nicolás, después de salir de Tafalla a las cinco de la mañana. "Desde la bisabuela, el oficio ha ido pasado de generación en generación, hasta la quinta", expresaba Ibai Flamarique ayer a mediodía ante un puesto abarrotado.

Todo comenzó en 1888 en Tafalla, y más de 130 años después, los dulces que siguen elaborando en la cabeza de la Zona Media tienen plaza fija en la calle Estafeta y en el Casco Viejo de Donostia. El obrador, donde ayuda mayoritariamente, además de en ferias y grandes eventos, sigue estando en el origen de todo. En Tafalla elaboran artesanalmente los productos más demandados. "Lo que más sale es lo tradicional: el txantxigorri, las rosquillas, el rosco de San Blas y luego el caramelo de toda la vida, los martillos y chupetes", precisa Flamarique.

Esta quinta generación conserva aún los moldes de los caramelos con los que comenzó la primera de la saga. Unos dulces que, apunta Flamarique, "tienen la fama de que si comprabas un caramelo bendecido de San Blas te curaba todos los catarros".

En Garrarte existe la apuesta por crear sinergias con otras confiterías para la elaboración de productos de calidad y adaptarlos para la venta. "Las rosquillas normales las hacemos nosotros en la sartén, pero las blancas, las típicas de San Blas, nos las hacen y en el txantxigorri trabajamos con Vidaurre de Olite", afirmó.

otras sagas Esa colaboración entre productores y vendedores se mantiene también con Aroa Gorriti, heredera de su tío Felipe Gorriti, en su quinto año de visita en Iruña. "Yo realmente vendo miel, compré este negocio a mi tío que venía aquí hace veinte años y ahora vendo productos de Peralta y Arróniz", comentó Aroa.

También en Tafalla, los dulces artesanos Virgen de Ujué van por la cuarta generación. Ayer, bajo los porches de la iglesia, María Jesús Cacho, tercera generación, atendía su puesto junto a su hija, María Del Rincón. Cacho, con 42 años a sus espaldas en San Blas, puso en valor la continuidad del oficio en la familia, "es duro porque hemos salido a las cinco de la mañana y sobre las diez no volveremos".

Como forma de aprovechamiento de los productos que se les quedan sin vender, comentó Cacho, "las llevamos a residencias de ancianos para que no se pierdan". Aunque las previsiones de ayer, con un día primaveral, hacían pensar que poco se iba a quedarse en los mostradores. Nada que ver con la nieve de hace justo un año. "Hacía once años que no teníamos un día bueno", sentenció Cacho.