l Pirineo navarro va recuperando poco a poco el interés que nunca ha perdido para los ojos del turista. También para los de casa. El turismo de naturaleza gana cada vez más adeptos.

La crisis del covid ha cambiado los planes de vacaciones y las escapadas de fin de semana. Por estas fechas era habitual atender a grupos llegados de diferentes puntos del país y del extranjero, dispuestos a conocer la selva del Irati, los bosques del Quinto Real, Bertiz o Zugarramurdi. Ahora, son más los que llegan de la propia comunidad o de otras provincias cercanas.

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Visita guiada a la fábrica de armas de Orbaitzeta

Desde la asociación turística Irati Orreaga, Alicia Mendive asegura que, al menos desde junio, el comercio y hostelería en toda la zona de Aezkoa, Erro, Arce y Valcarlos está trabajando "a saco". En el caso de los alojamientos y casas rurales la situación es desigual; muchos de los que trabajaban más orientados al Camino de Santiago están cerrados, y los más orientados al público familiar "nos ha costado arrancar pero ahora, por ejemplo nosotros, tenemos todo el verano reservado, con clientes de Madrid, Valencia, Zaragoza, algún francés y de Luxemburgo...", destaca Mendive, que regenta Agroturismo Mari Cruz en Artze.

Desde el sector han recibido formación específica para garantizar la máxima seguridad en los establecimientos turísticos. "La gente viene con mucho respeto, muy agradecida de lo que encuentran y, sobre todo, con muchas ganas de respirar aire puro", remarca. Lo sabe también Koldo Villalba, guía turístico de Itarinatura, que insiste en que "no hay motivos para no viajar a nuestra montaña con las precauciones a las que ya deberíamos estar habituados". "Los profesionales del turismo somos los más interesados en hacer las cosas bien. Yo, por ejemplo, en todas las visitas llevo gel hidroalcohólico a disposición del cliente aunque realmente no hay contacto, y mascarilla por si alguien viene sin ella", subraya.

Este fin de semana un grupo de Burlada visitó la fábrica de armas de Orbaitzeta y, de la mano de Koldo, conocieron los entresijos de su apasionante historia de la que fue la mayor fábrica de munición del país.

primera etapa

Antiguas ferrerías

En este mismo lugar se encontraban las antiguas ferrerías de Larraun, cuyo permiso fue concedido por la reina Blanca de Navarra en 1432 a Juan de Ezpeleta e Iñigo Sanchez de Gurpide. En 1517 la autorización recayó en Sancho de Yesa de Pamplona, familiar del mariscal Pedro de Navarra. Con la conquista castellana, a Sancho de Yesa le quitaron las ferrerías por no someterse a los españoles y estar implicado en el intento de reconquista. Los castellanos recompensaron a un navarro traidor llamado Charles de Gongora con su ferrería. Como no la podía vender, la alquiló, pero a los diez meses alguien le prendió fuego. En los años sucesivos hubo más gente que las arrendaron.

La revolución francesa

La actual fábrica de munición de Orbaizeta se empezó a construir en 1784 cuando la que estaba en Eugi dejó de funcionar al agotarse los bosques que la rodeaban, y no haber sitio para futuras ampliaciones. La corona española necesitaba mucha munición para las colonias de Sudamérica. Cinco años más tarde en 1789 la revolución francesa haría que la alianza que tenía la corona española con la francesa desapareciera, al ejecutar los franceses en la guillotina a Luis XVI y tener una fábrica de armas a pocos kilómetros de la frontera se convirtió en una fuente de problemas. En 1793-94 España declaró la guerra a la República francesa y se inició la guerra de la convención. Los franceses con 5.000 hombres intentaron tomar la fábrica defendida por 179 aezkoanos. El mismo año volvieron con 13.000 soldados y la destruyeron por completo, asegura Koldo. Posteriormente fue reconstruida por la corona española en este emplazamiento que era estratégico para su función. Y es que necesitaban mucha madera para convertirla en carbón vegetal que sería utilizado para fundir el hierro necesario para las granadas, metralla, bombas y balas para los cañones. En 1784 el Valle de Aezkoa firmó una escritura de cesión de sus montes comunales con sus recursos a la corona española, por medio de chantajes y amenazas, en unas condiciones completamente desfavorables para los vecinos de Aezkoa. A los vecinos solo se les dejaba pastar el ganado y que pudieran beber. Está construida en tres niveles que representan la "estructura social de la época": poder político, iglesia y cuarteles de defensa militar; algunas de las casas de los trabajadores, depósito de menas y las carboneras, y abajo el resto de las instalaciones. "Era autosuficiente. Se intentaba que los obreros rindieran al máximo, y por eso estaba pensada para que el esfuerzo humano fuera el menor posible", señaló.

Depósitos de menas

Aquí se encontraban los depósitos de menas, el mineral de hierro que después de sacarlo de la mina, lo calcinaban para transportarlo más puro. Los trasladaban en carretillas a los hornos. El carbón vegetal lo vertían también con carretillas desde las carboneras que están al otro lado del río. En la oficina de moldería preparaban los moldes en madera o hierro. La colada era sacada y vertida en cazos de madera recubiertos de arcilla que iban al taller de moldería. Después recibían los proyectiles en el taller de limpia y reconocimiento de municione. Y se adecuaban las bombas huecas al agujero que tenían que tener. Más adentro estaban los talleres de cerrajería y carpintería. También un edificio de martinetes o mazos.

La madre de Sarasate

Junto a las edificaciones se encuentra la huerta del director de la fábrica y la pequeña escuela donde se enseñaban las letras y los números a los hijos de los trabajadores. En la iglesia nació la madre de Pablo Sarasate y hoy en día está desacralizada. También se puede observar el antiguo establo para los bueyes y mulas, y las casas de los trabajadores.

Ramas para carbón

Villalba mostró también un haya de carboneo de la que cada diez años se aprovechaban las ramas para leña o carbón en vez de cortar el árbol. Con la leña se hacían las carboneras para obtener carbón vegetal necesario para fundir el mineral. Venían en mulas o bueyes. En ellas cabían 18.000 cargas de carbón siendo cada carga cuatro sacos de unos 50 kilos. Con 1.800.000 cargas se conseguía fuego para que no se apagase durante tres años seguidos.

Almacén de munición

La fábrica tenía su propio cementerio y las lápidas eran todas de metal. En la plaza de entrada estaba la puerta de Aezkoa. Aquí almacenaban la munición antes de llevársela a Pamplona o a Donibane que en aquella época era un puerto navarro. Quedan también los 21 arcos que separaban las carboneras de los hornos.

"Hostelería y comercio están a tope y alojamientos no orientados al Camino van muy bien"

Asociación Irati Orreaga