El 20 de noviembre de 2007, José Eladio Santacara encendió el motor de Ibiletxe -una furgoneta Volkswagen Transporter con 450.000 kilómetros de rodaje- y desde su Carcastillo natal puso rumbo a África. 14 meses después, el 31 de enero de 2009, tras vivir innumerables aventuras en solitario, recorrer 33 países y 60.000 kilómetros por dunas, selva y sabana; José apagó el motor de Ibiletxe durante unos meses antes de emprender su segunda vuelta al mundo en 2010. Ahora, este ingeniero en telecomunicaciones y exprofesor de secundaria que lleva 17 años viajando con su furgoneta, ha aprovechado el parón de la pandemia, "me han cortado las alas", para rememorar su experiencia y escribir África, la madre olvidada y maltratada. "A ninguno se le obliga a ser un viajero, pero sí que tenemos la obligación moral de contar nuestros viajes", afirma José.

Con este ejemplar, reivindica África, a la que considera "nuestra madre" que desgraciadamente fue "saqueada por sus antiguos hijos europeos" siglos atrás. En las 378 páginas, denuncia "el comercio triangular infernal e inhumano", el desplazamiento forzado de centenares de miles de africanos a América como esclavos o el colonialismo que se impuso a finales del siglo XIX. Además, relata problemas actuales como la crisis de refugiados que huyen "de las guerras provocados por intereses bastardos" o la severa hambruna. "Siempre he dicho que el mayor hándicap de África es que no es dueña de su destino. Poseen materias primas, son muy ricos en recursos naturales, pero no los controlan, están en manos del hombre blanco. El ejemplo más claro es el del Congo con el coltán, que lo dominan cuatro multinacionales", lamenta.

José Eladio con tres niños africanos en su furgoneta.

En el libro, también destaca la naturaleza, la luz "especial" de África y sobre todo la humanidad que "irradia". "Tienen cinco minutos para ti aunque vayan a un funeral", afirma. No es una frase hecha, ya que cuando se encontraba en Zimbabwe recogió a una mujer que estaba haciendo dedo y que de repente se puso a llorar. "Le pregunté qué pasaba y me dijo que acababa de fallecer su hermana de 23 años", recuerda. Llegaron a Harare, la capital del país, donde José había quedado con una amiga que le iba a explicar cómo se cambiaban los euros a la moneda local y donde también se iba a oficiar el funeral: "Aparqué, pero no se bajó. Me comentó que no se iba hasta que no llegara mi contacto, cuando tenía que ir al funeral. Te llega al corazón", confiesa.

Los niños de la guerra

El trotamundos navarro reconoce que a África le llevó "la inconsciencia" porque Ibiletxe no estaba "preparada" al no ser un vehículo 4x4 ni disponer de tomas elevadas de aire. A pesar de ello, siguió adelante y solucionó los problemas técnicos que surgían de la manera más original: las cadenas de nieve para atravesar el barro, tiró de pala para quitar la arena que se acumulaba, botellas de dos litros de refresco para guardar el gasóleo... Ah, y sin GPS."Me echaba a dormir y no sabía qué iba a suceder el día siguiente. Pero mi espíritu era el de siempre para adelante, como aquel que quemó los barcos para que no hubiera vuelta atrás", expone.

Además de los reveses técnicos, José se enfrentó a momentos peligrosos, la mayoría de ellos derivados de la inestabilidad que padece el continente. Recuerda, por ejemplo, cuando se encontró en el Congo con los denominados niños de la guerra que las guerrillas utilizan en primera línea de combate. "Conducía por la selva y de repente vi a unos niños de unos diez años con unas metralletas que abultaban más que ellos. Me obligaron a bajar de la furgoneta y lo hice sonriente porque muchas veces la distancia entre la vida y la muerte es una sonrisa. Me llevaron con su jefe, un señor de la guerra, al que tuve que hacer un pago de unos diez euros en la moneda local para que no me matara. Salvar mi vida por diez euros no es mucho", bromea.

En Sudáfrica, estaba con su amiga Krude cuando sufrió un ataque en un gueto: "Mi instinto viajero me dijo que no tenía que ir ahí, pero caí en la tentación", rememora. Iban a entrar a un bar en el que había mucha gente bailando, pero se separaron porque José fue a la furgoneta a por la cámara de vídeo. "No podía perder la oportunidad de grabar a esas personas bailando. Es increíble el ritmo que tienen", señala. Sin embargo, cuando sacó la cámara recibió una descarga eléctrica en el cuello y perdió el conocimiento. "Me levanté sangrando y agarrado de la furgoneta. Me llevaron a un hospital y estuve dos semanas hasta que me recuperé por completo", explica.

Durante este año, la pandemia le ha negado lo que más le gusta, viajar por el mundo, pero reconoce que también ha disfrutado de zonas de Navarra que no habituaba, como Roncal, Esteribar o Aezkoa. "Voy con mi hotel a cuestas y así no tengo problema de dónde dormir", comenta. Eso sí, en cuanto abran fronteras pondrá a Ibiletxe en marcha. "La ITV está recién pasada", avisa.