as niñas de la localidad baztandarra de Arraioz conmemoran el último domingo de mayo la tradicional fiesta de Erregina ta saratsak y cumplen así con el rito ancestral de salutación al renacer de la Naturaleza. El cortejo recorre las calles del pueblo y canta unas curiosas letrillas ante las casas para despertar la generosidad de los vecinos.

En el Valle de Baztan, este festejo antiquísimo, que desapareció durante años sólo se conserva ahora en Arraioz. Una década atrás se recuperó con algunas variantes en Arizkun, gracias a la labor de Javier Larralde, el patriarca del txistu recientemente fallecido, y de su hijo Patxi, padre e hijo, txistularis y folkloristas.

La memoria de las mujeres y la investigación que llevó a cabo Larratz Dantzari Taldea de Villava, y un dantzari local, Valentín Barragán (+) recuperaron el festejo que se vive con ilusión en Arraioz. Las reinas con sus coronas de claveles, y sus damas con bandas azules de seda cantan “Erregina ta saratsa, hela, hela, etxeko andrea...”, en este caso a la etxekoandre (la señora de la casa) y bailan al son de un conocido estribillo.

Les reciben en todas las casas con cariño y les obsequian con dulces y con algún dinero que antes se destinaba a comprar velas para el altar o la virgen de la parroquia. Con el resto, como ahora, se compran dulces que reparten entre los niños.

Hasta 1932, se festejaba la fiesta en todo Baztan y antes en muchos otros de Euskal Herria, de Castilla y otros países de Europa. Lo confirma un escrito de Serapio de Mújica (1854-1941) que títulado Las Mayas publicó en Euskalerriaren Alde en 1913 y recogió el Padre Donostia. En el texto indica que era una de “entre las muchas costumbres del País Vasco que han desaparecido sin dejar rastro alguno...”, lo que en Arraioz comprobó que seguía viva el padre José Antonio.

Ocurre que una de las estrofas recogidas por el insigne capuchino, la titulada Apez Jaunari (Al señor cura) dice “Ezkilak errepikatzen, jendiak zer den galdetzen; Amaiur’ko Erretor Jauna, aingeruekin mintzatzen, apostoluekin etzaten” (“Repicando las campanas, la gente pregunta qué se ha perdido (o qué ocurre); el señor párroco de Amaiur habla con los ángeles y los apóstoles descansando tumbados”, más o menos). “Donde dice Amaiur’ko se pone el nombre del pueblo de donde el sacerdote sea párroco”, se aconseja lo que confirma que se celebraba en distintas localidades. Las estrofas que recogió el Padre Donostia se las transmitió Plácida (Baxili) Saldias, de Arraioz, que tenía a la sazón 32 años.

En Arraioz, las niñas eran las que habían hecho la comunión solemne, iban de casa en casa (comenzando por la del cura), todas cantaban y recogían el dinero en una pandereta con la que acompañaban sus cantos con el que se compraba una vela para la Inmaculada Concepción y con el resto hacían una merienda.

Visten de blanco con cintas azules en forma de banda y bailan con sombreros de paja adornados con papel de seda de diversos colores, y antes lo hacían después de las vísperas. Las dos bailarinas debían ser una de cada barrio, Urrutia y Mardea. El Padre Donostia, uno más del inmenso trabajo que realizó en Baztan, publicó todas las estrofas en “Erregiñetan, o las fiestas de las mayas”, inicialmente en Euskalerriaren Alde y luego al menos en tres de sus Obras Completas, que elaboró a su fallecimiento su íntimo amigo el padre Jorge de Riezu. Y en Arraioz, a las niñas les cabe el mérito de conservar tradición tan ancestral (documentada en 1610) y tan bonita e interesante.