La idea era mantener este pequeño café tal cual. Lehio, en la Bajada Javier, está como estaba y así seguirá. Cambia la mujer que atiende al personal tras una trinchera de bizcochos. Amalia Pascual coge el relevo de María Oroz, que abrió el establecimiento en 1985 –transformando una tienda de edredones de pluma– y que el pasado mes de mayo echó el cierre por jubilación.

El Casco Viejo acaba de recuperar este coqueto y agradable local con suelos de mármol, muros de piedra y ladrillo de los que cuelgan exposiciones temporales, barra de cerezo y un enorme ventanal abierto de par en par los meses de calor. Basa su oferta en buenos cafés y todo tipo de infusiones y tés en los que mojar repostería casera como para parar un tren, fundamentalmente bizcochos; de limón y amapolas, de fresas con arándanos, de ciruelas pasas, chocolate, nueces y pasas, chocolate con canela, almendras, avellanas... El pastel vasco, la tarta de queso y la de cuajada completan la dulce propuesta.

Amalia Pascual acumula una larga trayectoria en hostelería, hasta ahora siempre en cocina: “Me enteré por una amiga de que se jubilaba María y que estaba buscando a alguien. Quedé con ella, hablamos y me pareció que era una oportunidad que no podía rechazar. Es un sitio peculiar, con repostería casera, exposiciones... y no quería cambiar nada porque es un negocio que funcionaba y tenía mucha clientela. Me lié la manta a la cabeza, y aquí estoy”, reconoce. No le costó mucho tomar la decisión: “Quedé con María un lunes para ver el local, el miércoles fui al banco, me dijeron que no había problema y ese mismo día le dije que adelante. Fue muy inmediato porque siempre había querido algo que pudiera llevar yo sola, con mis decisiones. Si me equivoco me equivoco yo, y si acierto también soy yo”. 

La nueva responsable del Café Lehio está más que satisfecha con la acogida que le ha brindado el barrio. “Ha sido una gozada. Ha pasado un montón de gente. La clientela anterior está volviendo”. Y dice que el perfil es variado: “Hay un poco de todo, pero muchísima gente de la calle Javier, de San Agustín y Calderería. Esta zona es un barrio aparte dentro de un barrio. También viene gente de la Escuela de Idiomas, del Centro de Salud y de oficinas que hay por aquí cerca. Hay movimiento. Hay momentos en los que no doy abasto, y otros en los que estás más tranquila. La primera semana fue un poco locura cuando me pedían los cafés todos a la vez. Ahora ya voy cogiendo más agilidad”, reconoce.

Amalia recibió las recetas de los 27 bizcochos y tartas que hacía María, siempre dispuesta a echarle un cable en este arranque. “Son las recetas de María, pero yo les doy mi toque. Llevo tantos años trabajando en cocina que tengo mis manías y maneras de funcionar”. E invita a todo el que se quiera pasar por un local “elegante, con buena música, un ambiente agradable, repostería casera y café muy rico”. 

Cuatro décadas de María 

Desde muy joven María trabajaba en Boutique Hierba, tienda situada en Navarrería. Los dueños decidieron trasladarse a la Plaza del Castillo, “y en ese cambio me despidieron”. Como compensación, le ofrecieron el local de la Bajada Javier y le hablaron de los cafés degustación, entonces de moda en Francia. “No me queda más remedio. Tengo un local, pues palante”, pensó. Pero no se imaginaba “que iba a funcionar así y que estaría tantos años. Porque además yo de hostelería no sabía nada. Iba aprendiendo sobre la marcha”, recuerda María. 

Al principio ella no elaboraba la repostería, “pero cuando no se vendían, los bizcochos iban a la basura. Y dije, ‘esto no puede ser, tengo que aprender a hacer yo y vender lo mío’”. Comenzó con las recetas que los lectores publicaban en el Navarra Hoy –“el bizcocho de manzana y el pastel vasco seguían siendo de esas recetas”– y después con libros de cocina que fue comprando o le regalaban. Así hasta cumplir casi cuatro décadas en el local, “con años más difíciles”, como cuando arrancó o entró la entibadora para reurbanizar el Casco Viejo, “y otros muy buenos. El ambiente me gustaba. Gente que igual no sabes ni cómo se llama ni de qué vive. Pero el qué tal, que si llueve, que hace frío o sol... el típico comentario. Es bonito. Empiezas a conocer a la gente, y sabes cómo les gustan la cosas; y si llega y le plantas el cafecito como a él le gusta, ni te cuento. Yo lo he aprendido haciendo, y al final se crea esa fidelidad”, asegura.

Aunque su idea inicial era vender el local, María ha optado por el traspaso y alquiler. “Amalia fue la primera que vino con esta oferta. ‘Venga, vamos a hablar’. Yo encantada de que esté abierto y siga como estaba. Y ojalá que le vaya muy bien y esté contenta, como lo he estado yo”.