Quienes hoy son monitores siempre han conocido al Grupo Scout Gundemaro y no conciben Marcilla sin él. Y es que la entidad, que nació hace 40 años de la mano del agustino Blas Irañeta, sigue más viva que nunca y con la misma ilusión y objetivos que el primer día: formar en valores.
Esta efeméride, explicaban, no podía pasar desapercibida y, tras mucho esfuerzo y trabajo, lo celebraron por todo lo alto. De hecho, inauguraron una exposición sobre la historia del grupo con muchísimas fotografías, mostraron sus pañoletas, las tiendas de campaña, mochilas e insignias, entre otros elementos de gran valor sentimental; “todo el que vino se sentía identificado porque, de una manera u otra, todo el pueblo ha pasado por los scouts”. También organizaron una hoguera, juegos infantiles, ronda jotera, dantzaris, gaiteros, pasacalles con la comparsa y cena autogestionada, así como fuegos artificiales. El colofón, insistían, fue el lanzamiento del chupinazo en fiestas de agosto tras una votación popular.
Relevo generacional
Aunque ha habido altibajos y momentos de más esplendor y de menos, ahora el Grupo Scout Gundemaro goza de muy buena salud, con savia nueva entre los monitores y monitoras y con un centenar de ‘muetes’ en las ramas de Lobatos, Pre-Ranger, Ranger 1, Ranger 2, Pionero 1, Pionero 2, hasta Rutas 1 y Rutas 2.
Los nuevos monitores, de entre 18 y 20 años, afirman que, al haberse marchado muchos a estudiar fuera, “nos intentamos organizar, nos agrupamos de manera que en cada rama estemos uno o dos de los que vivimos en Pamplona y que podemos ir a Marcilla todos los fines de semana, con alguien que estudia relativamente cerca y viene de vez en cuando, y con quien a lo mejor solo viene a algún acto concreto”. Y aunque tienen que invertir mucho tiempo en preparar las actividades, así como las reuniones que celebran todos los viernes del año, no les supone mayor inconveniente; “nos merece la pena porque cuando el sábado ves que las cosas salen y que los chavales disfrutan, no piensas en si es o no un esfuerzo. Además, nos aporta mucha vida social; quedamos antes, echamos un café, y a veces también nos juntamos después de las actividades. Es muy satisfactorio y es algo que hemos vivido desde pequeños, desde que éramos Castores; sabemos qué se siente y queremos que los ‘muetes’ de ahora también tengan la oportunidad de sentirlo y vivirlo”.
Todo el curso escolar
Aunque los responsables tienen unas convivencias antes de empezar el curso para hablar y organizarse, la programación de actividades con los txikis y jóvenes empieza después de Ferias, a mediados de octubre, y se alarga hasta junio.
Todos los sábados el antiguo ayuntamiento acoge las diversas iniciativas que se prepararan en función de las edades, pero todas ellas con un trasfondo de aprendizaje. “Mediante juegos y dinámicas les enseñamos valores; el cuidado de la naturaleza o el respeto entre nosotros… Con los Lobatos se hacen juegos sencillos y con los Rutas son actividades mucho más reflexivas”. Además, en muchas ocasiones son los propios jóvenes los que proponen sus ideas. “Siempre se puede innovar; está claro que hay cosas que se repiten, pero tratamos de variar la forma de hacerlas para no caer en la monotonía”.
Sin embargo, y si hay un evento estrella, esas son las acampadas, tres al año; en Navidad, Semana Santa y verano. “Lo más satisfactorio es ver lo bien que se lo pasan ellos y ellas y, por supuesto, nosotros. Hemos hecho mucha piña y, si no estuviéramos aquí, no nos juntaríamos. Ahora somos como otra cuadrilla. Además, con algunos de los chavales apenas hay diferencia de edad y también hemos creado muy buenas relaciones”. Este año la escapada estival fue entre el 10 y 18 de agosto (salvo los Lobatos que fueron cinco días menos) e invitaron a las familias y a los antiguos monitores a sumarse. Después, y quitando las convivencias, descansaron hasta octubre. “En estas salidas se aprende mucho porque te vas sin tus padres y, aunque siempre están ahí los monitores, no es lo mismo; aprendes a hacer las cosas por ti mismo. Además, en un pueblo es diferente porque a las actividades y, sobre todo, a las acampadas, vas con toda tu cuadrilla; te vas 10 días por ahí a dormir fuera con tus amigos y amigas, y eso es maravilloso a esa edad”.
“No concebimos Marcilla sin scouts; la piña, la amistad y la relación que se hace aquí no se consigue en ningún otro sitio, eso lo tenemos clarísimo. Incluso cuando ha habido momentos más bajos, nunca se ha planteado la posibilidad de abandonar. Ojalá el grupo, que siempre colabora y ayuda a otras entidades locales en todo lo que puede, perdure, por lo menos, otros 40 años. Ahora, que parece que hay muchas ganas y gente nueva, hay que aprovecharlo; estamos en un muy buen momento”.