El Bolant Eguna brilla en Luzaide/Valcarlos a pesar de la lluvia
De nuevo, la fiesta se traslada al frontón, donde cerca de 150 bolantes mantienen viva una de las tradiciones más ancestrales y coloridas de Navarra
Ni la lluvia ni el cielo grisáceo sobre Luzaide/Valcarlos pudieron deslucir este Domingo de Resurrección el espíritu del Bolant Eguna, una de las fiestas más coloridas y ancestrales de Navarra. Por segundo año consecutivo, la meteorología conspiró en contra de los luzaidarras y la actuación tuvo que trasladarse al frontón Arretxe, donde la fiesta se vivió, aunque con mucha pena, sí con la misma intensidad de siempre.
Declarada Bien de Interés Cultural Inmaterial por el Gobierno de Navarra en el año 2012, esta tradicional celebración volvió a reunir este domingo al mediodía a casi 150 dantzaris o “bolantes” que con sus cascabeles tintineando y sus coloridas cintas de seda hicieron resonar y pintaron de color un amenazante cielo. Con algo de retraso y al son de la Martxa, la comitiva capitaneada por los zapurrak, los zaldiak, las zigantiak y los gorris, sorteó la lluvia con una apresurada kalejira desde el cruce de Ardandegia hasta llegar a un frontón abarrotado de gente.
Allí, Arantza Arrosagaray y Mikel Iribarne presentaron el acto destacando que “es una jornada importante y emocionante para todos los vecinos, preparada con esfuerzo, trabajo e ilusión” y la música continuó dando paso al repertorio de dantzas, bailadas tanto por hombres como por mujeres, como Bolant-Iantza, Erdizka Lauetan, Egi, otros jauziak y las kontradantzak. También seis makilaris vestidos de rojo demostraron su destreza al lanzar las makilak (los bastones) al aire para recogerla al vuelo entre los aplausos del público. Tras una parada para comer, por la tarde la actuación continuó aún con más dantzas, destacando el esperado espectáculo de juego-dantza de los atxotxatupinak, donde dos personajes vestidos con harapos y piel de oveja, tratan de defenderse, escoltados por los gorris, de todo aquel que intente quitar su disfraz.
PRIMEROS PASOS
Más allá del espectáculo, el Bolant Eguna es una jornada de reencuentros, de almuerzos en familia y cuadrillas, y de una danza tradicional que se transmite con cariño de generación en generación. De hecho, ayer se podían ver varias familias con bebés y niños de corta edad engalanados con trajes de bolantes zurcidos para la ocasión. Y es que año tras año, nuevas generaciones se suman a las dantzas haciendo que el número de Bolantes se mantenga e incluso aumente. “Los que somos mayores seguimos bailando y también hay muchas incorporaciones nuevas de niños y niñas que empiezan a bailar”, declaraba Ion Arricaberri, uno de los miembros de la Junta de Bolantes.
Él, junto a Arantza Arrosagaray, guían a los más txikis en los ensayos que hacen dos meses antes del gran día. “No somos profesores y cuesta enseñar sobre todo cuando ya tienen los pasos interiorizados desde casa, pero sí les decimos cómo hay que bailar e intentamos que mejoren los pasos”, asegura Ion. Asimismo, una vez terminado el día, algunos también aprenden entre primavera y verano de la mano de Mikel Caminondo. “Nos juntaremos unos veinte críos los miércoles por la tarde. Ya llevo unos 15 años enseñando”, expresa el luzaidarra.
Cuando ya han alcanzado cierta destreza, normalmente alrededor de los 5 años, llega ese momento tan especial: su primera vez ante el público. “Les invitamos a que bailen en la última marcha de salida de la tarde e intentamos que sea como un premio-homenaje por haber venido a ensayar”, reconoce el juntero.
Ese relevo natural, casi inevitable, es reflejo de la identidad y sentimiento del pueblo por esta fiesta. Porque, pese a no haberse celebrado en la plaza como se hubiera deseado, la esencia del Bolant Eguna se mantuvo intacta, recordando que esta fiesta tradicional no vive sólo en sus calles, sino también en el corazón de sus vecinos. “Es un día muy emocionante y lógicamente queremos que venga gente de fuera, pero al final quienes disfrutamos somos nosotros. Es un día de puertas adentro y el espíritu más original es que las casas se llenan de todas las personas de las familias”, concluye Arricaberri.