Sarriguren cumple la mayoría de edad en un momento en el que se está construyendo el último solar que quedaba para finalizar la segunda fase. 18 años después de que se instalaran los primeros vecinos, se ha terminado el desarrollo urbanístico del municipio, que ha pasado de los 5 a los 16.000 habitantes. El experimento de la ecociudad ha dejado aciertos y errores en un pueblo que sigue reclamando más dotaciones. 

En muchas ocasiones, el crecimiento urbanístico de Sarriguren no ha ido acompañado al mismo ritmo de servicios e infraestructuras. La sensación de las y los vecinos reunidos para este reportaje es que se trata de un gran lugar para vivir, pero que ha ido a remolque a la hora de dar respuesta a las necesidades. Entre las demandas que siguen vigentes, destacan una Casa de Cultura, un polideportivo, mejorar la situación de los más jóvenes y los centros educativos, una solución a los atascos de tráfico o más recursos para el CAF. 

Sarriguren, fundado en 1656 (aunque hay documentos que indican que en el siglo XIII ya era una aldea), tenía cinco habitantes en 2005, cuando solo había tres casas y una iglesia. Hoy, roza los 16.000 (15.935), más de una cuarta parte de los empadronados en el Valle de Egüés, 21.795.

El origen de Sarriguren, cuyo nombre procede del euskera sarri (espesura) y guren (hermoso), se remonta al año 1998, cuando el Gobierno de Navarra impulsó la creación del proyecto Ciudad del Medio Ambiente. Con esta iniciativa, se buscaba desarrollar un modelo urbanístico que promoviera la sostenibilidad, el ahorro energético y la conservación del medio ambiente: la llamada ecociudad.

Antes de ponerse una sola piedra, el Centro para los Asentamientos Humanos de las Naciones Unidas lo distinguió como Buena práctica en Desarrollo Sostenible. Y, años más tarde, obtuvo el Premio Europeo de Urbanismo en la categoría Medio Ambiente.

El Gobierno de Navarra dividió en 20 parcelas 150 hectáreas de suelo público y las fue vendiendo a los promotores privados para la construcción bajo los criterios de lo que se denominó matriz bioclimática. Entre ellos, figuraban cuestiones relativas al aislamiento térmico, la doble orientación de todas las viviendas, calefacción central de gas natural, placas para calentar agua corriente, lamas orientables en las fachadas, placas solares en los tejados, y, por supuesto, muchas zonas ajardinadas que ayudaran a absorber el CO2.

Sin embargo, Peio Mendia, Presidente del Colegio de Administradores de Fincas de Navarra, considera que, en la actualidad, “Sarriguren está muy lejos de poder llamarse una ciudad bioclimática”, ya que muchos pisos tienen solo certitificados ecológicos E o F. “Sin ser técnico, entiendo que Sarriguren se podía haber hecho mucho mejor. Muchas de esas viviendas se hicieron en el boom de la construcción, antes de la crisis, y no se construía muy bien en esa época. Las salas de calderas son muy mejorables y no muy eficientes, lo que ha llevado a muchas comunidades a reformarlas. Además, al no haber locales comerciales en muchas de las viviendas, los pisos bajos son heladores. No tienen nada que ver con las construcciones actuales, que sí tienen una eficiencia energética buena”.

Las obras de la primera fase del proyecto comenzaron en 2002 y los primeros vecinos se instalaron en 2005. Finalmente, la urbanización se completó en dos fases con 5.577 viviendas (2.879 VPO y 2.578 VPT). Los pisos de la primera fase se entregaron principalmente a parejas jóvenes, que ahora tienen unos cincuenta años. Estos habitantes, que pertenecen al baby boom demográfico (la generación nacida en los 60-70), llegaron a aportar en muchos casos hasta dos niños por pareja. Los inquilinos de la segunda fase, a partir de la Avenida Unión Europea, son más jóvenes, de unos 35-40 años.

Necesidad de más servicios

Los hijos e hijas de la primera generación que llegó a Sarriguren ya han crecido y reclaman más servicios. Para Joseba Orduña, concejal de Geroa Bai durante las últimas legislaturas, el mayor reto en la actualidad es el de dotar de recursos a toda esa población que ya ha entrado en la etapa adolescente. “Hay que trabajar en materia de prevención y ofrecer alternativas de ocio y formativas. Ellos y ellas son el futuro y hay que cuidarlo”, explica. 

El tráfico y los atascos en la entrada principal a la urbanización ha sido otro de los principales problemas. “Ahora con la salida por Olaz parece que se ha solucionado un poco, pero es evidente que la planificación no fue buena”, opina Orduña. “Se van poniendo parches conforme aparecen las necesidades, pero suelen llegar tarde. El instituto se ampliará en enero, el Centro de Atención Familiar está saturado y faltan espacios para la juventud”. 

Unas peticiones con las que coincide plenamente Iosune Lozano, que se instaló en Sarriguren en 2008 con un hijo de cuatro años. “En el CAF me han ayudado mucho, el trabajo ha sido sensacional. Pero sí que echamos de menos más espacios para los jóvenes”.

“Ya hay vida en Sarriguren”

Entre los aspectos más positivos, la gran cantidad de zonas verdes, la proximidad a Pamplona con una línea 18 que va aumentando en frecuencia y que cada vez hay más vida en el municipio. Como resume Orduña, “es un gran lugar para vivir y se han hecho muchas y muy buenas relaciones entre los vecinos”.

Fiesta de la cerveza en el Sarritxoko, celebrada este sábado. cedida

Rubén Iribarren llegó a Sarriguren hace doce años y es el presidente de Malkaitz Kultur eta Kirol Elkartea, que tomó el relevo de Sarrikultur Elkartea como impulsor de la vida cultural del pueblo. “Ha costado mucho esfuerzo, pero creo que ya hace tiempo que Sarriguren ha dejado de ser una ciudad dormitorio. Ya hay un gran tejido social y cultural y se hacen muchas actividades como el Olentzero, los carnavales o el Sarriguren Eguna”. 

Otro ejemplo de la vitalidad del municipio es su comercio, que ha aumentado mucho en los últimos años. En la pescadería Aitona de la calle Bardenas Reales trabajan Raquel Sampedro y su hija Edurne Bakero. “Llegamos a Sarriguren en 2014 y empezamos a trabajar aquí en 2022. Antes, esto era un desierto. Tenías que coger el coche para ir a por el pan y era una tristeza, pero se ha hecho rápido. Se vive bien, con tranquilidad y con zonas para dar largos paseos, así que estamos muy contentas”.

En la acera de enfrente se encuentra la panadería Panakery, en la que trabajan doce personas. Darlenis Abreu llegó al municipio hace 15 años, en pleno desarrollo de la segunda fase, y abrieron el local en 2019. “Hemos notado que estos últimos años ya hay mucho más movimiento de familias y clientes, sobre todo en esta calle, y nos hemos animado a ampliar el local y todo. Todavía hace falta más comercio para que la gente no se vaya a los centros comerciales, pero ya hay de todo y estamos genial. Ya hay mucha vida en Sarriguren”, concluye.