Vivir a orillas del Arga
La riada histórica de 2021 afectó gravemente a Mourad el Abdallaoui, Juanmi Maza, Ramón Zoraquian, Natxo Arrieta y Txeli Espila; vecinos de Burlada que residen cerca del río. Confían que el proyecto Nogalera, que desplazará la mota, minimice las consecuencias de las futuras inundaciones
10 de diciembre de 2021, una fecha grabada para siempre en la memoria de los burladeses. El Arga se desbordó de madrugada, el municipio sufrió la peor inundación de su historia y el río alcanzó lugares a los que no había llegado en los últimos 100 años. Calles anegadas, garajes inundados, negocios echados a perder. Una estampa desoladora.
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Las consecuencias fueron incalculables, pero el agua se cebó sobre todo con los vecinos que residen cerca de las orillas del río: Txeli Esparza perdió 209.000 euros en su centro de estética, Natxo Arrieta se quedó sin la furgoneta en la que llevaba a su hija con problemas de movilidad, Mourad el Abdallaoui estuvo a punto de cerrar su frutería, Juanmi Maza tardó cinco meses en regresar a su vivienda y Ramón Zoraquian salvó su coche de milagro, despertó a su padre de 90 años y lo sacó subido a sus espaldas y ayudó al Conservatorio y la sociedad Zubialde.
Para que estas escenas no se repitan de nuevo, el Ayuntamiento de Burlada ha puesto en marcha el proyecto Nogalera 2025, que desplazará la mota con el objetivo de mitigar los efectos de las inundaciones.
Estos cinco vecinos confían en esta actuación, pero avisan de que a veces, como se ha visto en Valencia, la fuerza de la naturaleza es incontrolable y los espacios destinados a contener la crecida de los ríos se quedan pequeños.
Por eso, con el objetivo de minimizar aún más las consecuencias de una futura riada, instan al Consistorio a que continúe trabajando en la prevención ysistemas de alerta eficaces y desarrolle un “plan de contingencia” que incluya viviendas provisionales en las que realojar a los ciudadanos más afectados.
Furgoneta inundada
“Miro el caudal en internet y saco el coche del garaje”
A las seis de la mañana, un ruido despertó a Natxo Arrieta. Era un vecino. Había golpeado su coche contra la puerta del garaje mientras intentaba ponerlo a salvo de la riada.
El Arga se había desbordado de madrugada, el parque Uranga estaba inundado y el agua avanzaba hacia su portal: calle Ezpondoa, 14. Brincó de la cama, salió escopeteado y fue al sótano donde guardaban la furgoneta adaptada que habían comprado para llevar a su hija con problemas de movilidad.
El agua descendía por la rampa, el peligro “aún era muy bajo” –Natxo fue bombero durante 38 años y sabe actuar en situaciones de riesgo– y bajó al piso -1. Allí estaba la camioneta, la arrancó y probó a subir.
“Hice dos intentonas, pero era imposible. La furgoneta me patinaba y el agua saltaba por encima del morro. Ahí se quedó”, recuerda.
La planta subterránea se anegó por completo, los vehículos quedaron sumergidos debajo de “millones” de litros de agua que bomberos, DYA y personal de protección civil sacaron durante días y Natxo perdió la furgoneta.
“Estaba inservible”, asegura. El vehículo apenas había circulado 50.000 kilómetros, les había costado 35.000 euros y les dieron 3.800. “Una faena”, indica.
Abandonó el sótano, fue al garaje de su casa y se encontró el Corsa seco. La rampa que comunica la planta baja con la primera había protegido el coche.
El Arga, sin embargo, había alcanzado a los que estaban aparcados a ras de suelo, y, cuando descendió el nivel del agua, ayudó a sus vecinos con una motobomba. “Los bomberos estaban desbordados y estuvimos sacando agua todo el día”, relata. Además, perdió un frigorífico, un sofá, mesas y sillas que guardaba en el trastero.
Desde ese día, Natxo vive pendiente del río, las jornadas de temporal consulta la página web de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) y evalúa la situación. “Los datos se actualizan cada 15 minutos, calculo la tendencia y si veo que el caudal puede subir a los 500-600 m³/s –gran riesgo de inundación– llevo el coche y la furgoneta a un lugar seguro”, explica.
Natxo considera “positivo” el proyecto Nogalera, confiesa que le aporta “tranquilidad” y confía en que el desplazamiento de la mota mitigue “parte” de los efectos de las futuras riadas.
“Minimizará las consecuencias, pero no las eliminará. Si viene una como la de 2021, el agua llegará a nuestras casas porque tremendo caudal por alguna parte debe salir”, opina.
Por eso, pide al Ayuntamiento que continúe trabajando en la prevención, protocolos y sistemas de alerta. “Es fundamental actuar e informar con antelación. Si la ciudadanía es consciente del peligro con margen, puede protegerse en sitios seguros, sacar los vehículos de los garajes y aparcarlos en zonas altas”, incide.
209.000 euros de pérdidas
“Fue horroroso, un desastre, quería morirme”
Camillas destrozadas, estanterías por el suelo, puertas bloqueadas por muebles que impedían entrar a las habitaciones, aparatos tecnológicos inservibles, sábanas, mantas, edredones y 200 toallas empapadas de barro...
Txeli Espila regenta desde hace 25 años su centro de estética en la calle San Francisco, el 10 de diciembre de 2021 el agua llegó al metro de altura –en el exterior el Arga había tapado los coches y solo se intuían los techos– y arrasó con lo que pilló a su paso.
“Parecía el Titanic, estaba todo inundado y tirado por el suelo. Fue horroroso, un desastre, dantesco. Nos quedamos sin nada. No teníamos ni papel higiénico para el baño. La sensación era de querer morirse”, confiesa.
Txeli, su marido Pablo, su hija Saioa, amigos y vecinos se pasaron más de una semana recogiendo, limpiando, quitando la humedad –alquilaron una máquina que absorbía la humedad y cada día sacaban “una garrafa llena de agua”– y aplicaron un tratamiento contra el moho en sucesivas ocasiones.
“Cuando parecía que estaba perfecto, volvía a salir y se caían trozos de las paredes. Fue muy complicado”, relata.
La familia guardó todas las pertenencias en decenas de cajas, el perito fijó las pérdidas en 209.000 euros y el seguro solo les cubrió los objetos comprados en los últimos nueve años.
“Nos dieron 40.000 euros, pero en la declaración de la renta tuve que devolver 12.000 por ingresos extraordinarios. Nos quedamos con nada”, lamenta.
Txeli estuvo a punto de cerrar su negocio, se rehizo del “duro golpe” gracias a la ayuda de estecicistas –le donaron material para que pudiera trabajar– y la fidelidad de la “maravillosa” clientela.
La riada también les dejó secuelas psicológicas. Por ejemplo, antes de la inundación Txeli caminaba con su perro por el Arga y nunca miraba el río. Ahora, sea verano o invierno, llueva o haga sol, se fija en el caudal. “Vivo con el temor de que pase otra vez. El shock fue tan brutal que el miedo no se me quita de la cabeza”, reconoce.
Cuando llueve con intensidad se pone “nerviosa”, se lleva a casa los aparatos más valiosos y para acabar con “esta absoluta histeria” está “deseando” que se desplace la mota para minimizar los efectos de las riadas.
“Prefiero que empiecen mañana a pasado porque tengo la necesidad de sentirme en un entorno seguro. Me parece maravilloso que se actúe en el río porque no puedo sufrir otra inundación, tendría que cerrar”, confiesa Txeli.
Cinco meses sin volver a casa
“Si llueve con fuerza tienes el corazón en un puño”
Desde agosto de 2010 Juanmi Maza vive en el bajo de la calle El Soto 6, uno de los edificios más cercanos al río. “Se construyó en una zona inundable y nadie se hace responsable”, denuncia Juanmi.
Este vecinoha visto anegarse el parking del Soto cinco veces, en 2011 los patos “nadaron debajo de mi ventana” y en 2021 el Arga alcanzó los “dos metros y medio” de altura en el exterior de la vivienda y el metro en el interior.
“Fue catastrófico, sucedió lo inimaginable. Nunca piensas que el agua puede entrar a tu casa, como mucho al trastero o al garaje”, señala.
La riada arrasó el bajo de Juanmi: cocina nueva destrozada, muebles podridos, horno y lavavajillas estropeados, suelo levantado, paredes enmohecidas, sofá y cama cubiertos de lodo, ropa y zapatillas embarradas, el piano deteriorado... “Soy músico aficionado y fue lo que más me dolió en el alma”, confiesa.
El coche, aparcado en una bajera, acabó en el desguace y solo sobrevivieron el frigorífico y la lavadora. “Está tocada, desde la inundación hace un ruido infernal”, comenta.
El piso quedó “inhabitable”, el Ayuntamiento –por entonces gobernaba UPN– le ofreció “una vivienda vacía y sin muebles” por 800 euros al mes y Juanmi vivió cinco meses en casa de sus padres. “No me quedó otra porque la propuesta era una broma”, critica.
Para que esta situación no se repita, pide al actual Consistorio que desarrolle un “plan de contingencia” que contemple dónde realojar a los vecinos que se queden sin casa. “No puede ser que cada uno se busque la vida. No todo el mundo puede recurrir a familiares”, insiste.
Desde la riada, los días de fuertes precipitaciones tiene “el corazón en un puño” y le cuesta conciliar el sueño. “Un ojo lo cierras y el otro lo tienes medio abierto por si salta la alarma del teléfono”, admite.
Por eso, considera “positivo” que el Ayuntamiento actúe en el río, aunque es escéptico con el desplazamiento de la mota. “El problema no es que llegue una ola, sino que por vasos comunicantes el agua empieza a salir de las alcantarillas y comienza a inundarse como una piscina”, expresa.
Dos fruterías anegadas
“Cerré en Rochapea y en Burlada estuve a punto”
Mourad el Abdallaoui (Taurirt, Marruecos) llegó a Navarra en 2003, vivió en Falces y Peralta y en 2020 se mudó a Burlada.
A finales de año abrió una frutería en la calle Ezpondoa, en octubre de 2021 levantó la persiana en la Rochapea y ambos negocios quedaron totalmente anegados. “Fue un inicio muy bueno”, se ríe Mourad.
La mayoría del género se pudrió, las cámaras frigoríficas se estropearon y muebles, baldas y estanterías terminaron en la basura. “Solo se salvaron las latas de refrescos”, relata.
Ninguna de las dos fruterías estaba asegurada, Mourad traspasó la de la Rochapea y también estuvo a punto de cerrar en Burlada. “Sufrí muchas pérdidas económicas y también me quedé sin coche”, apunta.
En los primeros meses, Mourad pagó a los proveedores a plazos y se recuperó poco a poco gracias a la fidelidad y solidaridad de los vecinos, que hasta le compraron frutas y verduras mojadasy con barro. “Estoy muy agradecido. Me ayudaron y apoyaron mucho”, agradece.
Cuatro años después Mourad sonríe, ha inaugurado una segunda frutería en la calle Merindad de Sangüesa y ambas están aseguradas. “Estoy más tranquilo porque ya no nos va a pillar por sorpresa”, adelanta.
Mourad apoya que el Ayuntamiento amplíe el espacio inundable del río, pero como el resto de sus compañeros, sostiene que la fuerza de la naturaleza a veces es incontrolable: “El agua, si quiere venir, viene. Nada la puede parar”.
Ayudando de un sitio a otro
“Había 50 cm de agua y cogí a mi padre a burriquito”
A Ramón Zoraquiain le despertaron de madrugada los vecinos de la plaza del Arga. El agua había entrado al garaje y su coche era el único que aún no se había retirado. “No me enteré por ningún aviso oficial. El sistema de alertas funcionó tarde”, critica Ramón.
Bajó al sótano a todo correr, se montó en el vehículo y fue capaz de subir por la rampa. “Lo saqué de churro. El agua nos cubría las ruedas”, recuerda.
Con el coche a salvo,comenzó un tour por distintos puntos del pueblo. En primer lugar, fue a despertar a su padre –Javier Zoraquian, 90 años por entonces– que vivía cerca de la escuela de música Hilarión Eslava, en las inmediaciones del Arga.
El río había alcanzado la planta baja, pero, por suerte, Javier dormía en el primer piso. “Le dije que había que salir de casa deprisa porque el agua estaba entrando. No se lo crería porque nunca había ocurrido”, señala.
Cuando descendieron de nuevo, el agua les llegaba a la cintura, Ramón cogió a su padre a burriquito, lo sacó a la calle y volvió al interior para rescatar a las gallinas y el perro.
La planta baja, de 700 m2, se “destrozó” por completo, los suministros –luz, agua, calefacción...– quedaron “totalmente inutilizables”, la huerta se anegó y un Mercedes 190 pasó a mejor vida. “Mi padre era taxista y ese día dejó de conducir. Le dio mucha pena”, declara. Javier vivió un mes con su hija y las obras en la bajera se prolongaron otros tres meses.
De ahí, fue con su mujer –profesora de música– al conservatorio, sacaron del sótano decenas y decenas de instrumentos de percusión e intentaron subir el piano: “Fue imposible”, lamenta.
Además, ayudó en la sociedad Zubialde, donde el nivel del agua alcanzó los 70 centímetros. “Pusimos en un lugar seguro todos los muebles que pudimos”, recuerda. Zubialde quedó seriamente dañada –cocina industrial, baños, puertas, mesas y sillas– y estuvo cuatro meses cerrada.