Cuando se inauguró el colegio Salesianos de Pamplona, en 1927, todavía no habían sido descubiertos algunos elementos de la tabla periódica. Ni siquiera lo habían sido más de treinta años después, en 1959, como muestra un ejemplar de aquel año que hoy cuelga de la sala de profesores. Este es solo uno de los tesoros que han aparecido al vaciar el viejo edificio que ahora dice adiós a los alumnos tras casi 100 años de actividad. Desde entonces, los 52 alumnos que iniciaron el curso de 1927 se han convertido en más de 900 (casi la mitad son de Formación Profesional), la iglesia ha cambiado dos veces de sitio y, por fin, se ha completado la tabla periódica. O al menos eso es lo que creemos. Lo que no ha cambiado en todo este tiempo son algunas baldosas blancas y negras que antiguamente fueron testigo de los sueños de los alumnos internos y hoy soportan el peso de las máquinas del departamento de Electricidad y Electrónica. También continúa inalterable la labor social e integradora del centro y, sobre todo, las ganas y la pasión de sus docentes por enseñar. Y es que una de las cosas de la que más se enorgullece Salesianos es su proyecto de Educación Integral. Es decir, una enseñanza que supera el paradigma de la ciencia mecánica -que es la que prima en mayoría de centros- y que busca una educación completa e integral del ser humano. Se trata de despertar una devoción intrínseca por la vida y una pasión por el aprendizaje.

En los porches de este edificio que ha visto, entre otras cosas, la declaración de la II República, una guerra civil, la posterior dictadura y la transición hacia la democracia, se amontonan ahora sillas y pupitres que bajaron los alumnos el último día de clase. “Las hemos dividido en diferentes grupos dependiendo de si las vamos a desechar o las vamos a llevar al nuevo centro”, explica Chemari Zuza, jefe de estudios de FP. Ahora que el curso escolar ha terminado, los profesores están trabajando a destajo para vaciar el edificio de la calle Aralar. “Tenemos muchas horas de trabajo por delante, y lo que nos va a salvar es que la salida no es inminente y durante septiembre podremos volver si echamos algo de menos”, confiesa Zuza. “Ahora estamos paletizando todo el material y etiquetándolo de tal manera que cuando lleguemos a Sarriguren sepamos dónde va cada caja. Después de San Fermines empezaremos con el traslado, que para bajar las máquinas y el material del segundo piso, tendremos que abrir un agujero en la pared”, continúa. Los docentes, por suerte, no están solos gracias a que algunos alumnos se han animado a ayudar, como Julián Recalde, Jon Goñi y Alberto Uriel, estudiantes de 1º de Grado Medio de Electricidad. Todos ellos tienen ganas de estrenar el nuevo centro de Sarriguren que estará mucho mejor dotado y que contará con un edificio para cada departamento, otro para el aulario de ESO y Bachiller, polideportivo, frontón, dos campos de fútbol y cuatro de baloncesto.

También están animados con el cambio los profesores más veteranos, aunque en ellos aparece también un halo de nostalgia. “Yo empecé a venir a Salesianos con 6 años al oratorio de verano, que era una especie de campamento para la gente que no tenía recursos. Con 8 empecé la EGB, luego estudié fuera, pero volví en el 83 como profesor. Y desde entonces no me he movido de aquí”, explica Juantxo Ros, profesor del departamento de Electricidad y Electrónica que está a punto de jubilarse. “Es normal que sientan pena ya que en estos edificios que se han adaptado a todo cada uno tiene su espacio, su rincón”, cuenta Chemari Zuza mientras camina por pasillos llenos de libros, equipos de música, mesas y ordenadores. Sus 53 años no han hecho que Chemari pierda la sonrisa sincera de un niño, quizá porque nunca se ha alejado del colegio. Él también entró a los 6 y ni siquiera faltó los años de universidad, cuando acudía al centro juvenil.

El nuevo centro A pesar de los recuerdos, todos parecen estar de acuerdo en que el nuevo complejo de Sarriguren suplirá algunas carencias de este edificio. Ya solo el tamaño lo dice todo. El actual edificio tiene unos 16.000 m2, mientras que el nuevo tendrá 45.000 m2. Además, explican los jefes y profesores de los diferentes departamentos, “muchas de las máquinas que tenemos aquí ya no cumplen la normativa europea, así que no las vamos a trasladar”. Otra de las cosas que van a mejorar son los accesos, ya que el edificio actual tiene algún escalón para acceder casi a cualquier aula. “Aun así, aparecerán carencias nuevas”, dice Iñigo Ilundáin, también antiguo alumno y hoy profesor. Una, por ejemplo, será el transporte hasta Sarriguren. “Yo ahora vivo a dos manzanas del colegio y los chavales llegan muy fácil porque todos los autobuses paran cerca. En Sarriguren va a ser mucho más difícil, sobre todo para los alumnos de la zona de Barañáin y Zizur. Yo iré en bicicleta y animaré a mis alumnos a que hagan lo mismo para contribuir con el medio ambiente, hacer ejercicio y para que lleguen algo más despiertos a clase”, sigue Ilundáin.

Debido a la distancia, la junta directiva ha decidido retrasar media hora el inicio de clases. “Hasta ahora entraban a las 8.00 de la mañana y a partir del curso que viene entrarán a las 8.30 horas”, concreta de nuevo el jefe de estudios. Con todo, el colegio seguirá apostando por su modelo de docencia porque como señala el director del centro, Jorge Lanchas, “hay que seguir creyendo en los jóvenes porque no son el futuro, sino el presente, y si no reciben oportunidades de desarrollo educativo, de Formación Profesional y de trabajo no serán un recurso humano, sino un problema social”. Muy lejos de esto, Salesianos continuará a su lado y gracias a su dedicación, quién sabe, alguno de ellos sea el que descubra el próximo elemento de la tabla periódica.