Hola, personas, ¿qué tal van las recién empezadas? No sé muy bien si hoy, día 7 del 7, el día más grande de Pamplona, me leeréis o no; entendería que no perdiéseis ni un segundo de fiesta en leer las cosas de este canso. De todos modos yo aquí estoy para quien quiera echar una legañada a mi manera de ver los Sanfermines o, mejor dicho, a mis maneras de verlos ya que son muchos los vividos y cada edad tiene los suyos.

Es gran responsabilidad, de todos modos, intentar narrar algo tan grande como son los Sanfermines y cumplir con todos los que merecen mención porque aportan, colaboran, contribuyen al éxito de las fiestas y son imprescindibles, sin ellos no existirían. Lo intentaré.

¿Por dónde empezar?, ¿por quién empezar? Pues sin ningún pudor empezaré por nosotros, por los pamploneses, una gente firme, recia, divertida y acogedora. Es innegable que a los Sanfermines, como a cualquier lugar del mundo, es mejor venir con todos los recados hechos y con una cama garantizada, pero aquí es muy fácil que esa cama no sea de pago: quien tiene un amigo en Pamplona tiene un rincón en su casa donde dormir la juerga, una ducha restauradora y unas magras con tomate en la sartén. Incluso puede que a ese amigo lo acabes de conocer en el Otano, si te ve colgao y en su mano está proporcionarte un techo, lo hará. Yo, sin ir más lejos, he llevado a casa a algún desconocido, si bien he llevado a más desconocidas. San Fermín son fechas de oro para profundizar en nuevos conocimientos. Desde tiempos inmemoriales las fiestas populares son terreno abonado para perder vergüenzas y abrir los brazos a nuevas amistades, y las nuestras no son excepción. Sé que ahora hablar de ciertos temas se mira con lupa de muchos aumentos pero si dejamos que cuatro hijos de puta con sus comportamientos deleznables nos hagan cambiar nuestras costumbres, o nuestra manera de ver las cosas, habrán ganado la partida.

Desde la adolescencia el ligoteo sanferminero se sirve en bandeja. ¿Quién no conoció un seis de julio a una prima monísima de una vecina que venía de no sé dónde a vivir nuestro desmadre? Y era tu madre la que te decía, ¿por qué no te vas con la chica de no sé dónde y le enseñas un poco Pamplona? Encantado. Y le enseñabas Pamplona, ya lo creo que se la enseñabas, y la visita se acompañaba de unos kalimotxos y con un poco de suerte le enseñabas las murallas, o no, pero pasabas momentos cumbre paseando con tu forastera. Lo que durante el año era difícil en fiestas era la norma.

Luego se crece e indefectiblemente llega esa bestia parda que es la juventud, con ella llegó la psicodelia, las luces de colorines, Sanfermín con Rock&Roll. El barrio de San Juan revolucionó la noche sanferminera, sacó a la gente de las verbenas piscineras, Tenis, Natación, Amaya y Larraina. ¡Ojo!, verbenas que en su día fueron maravillosas, los recuerdos me vienen a puñaos, momentos divertidos sin fin. No se podía ser más sin fundamento. También solía haber chicas de no sé dónde.

La noche acababa pero antes había que pasar por las barracas, cuando estaban en el centro, y bailar con las dianas, luego al encierro, desayuno y lo que el cuerpo aguantase antes de caer semidifunto en tu cama o en donde fuese.

Pero se sigue creciendo en calendarios y entonces empieza uno a valorar los Sanfermines diurnos, y lo cierto es que los buenos son esos y ahí están todos esos fenómenos que con su esfuerzo nos los ponen en bandeja: los munipas, acertados a veces equivocados otras, pero siempre esforzados y presentes; los músicos, desde la centenaria Pamplonesa o la castiza Cofradía de San Saturnino hasta el más humilde de los músicos callejeros, pasando por gaiteros, chistularis y charangas de peñas que ponen en el ambiente la gasolina que nos hace mover los pies; los portadores del Santo, imprescindibles para que el Moreno se pasee una mañana por su pueblo saludando a propios y extraños. Ser portador ahora pasa de padres a hijos, por ejemplo ahí está la familia Zoroquiáin, con el patriarca Basi al frente que, si no me equivoco, lleva al santo en sus hombros desde hace cuatro generaciones; o los Martínez, los churreros de la Mañueta, haciéndonos disfrutar del mejor desayuno del mundo gracias a su madrugón desinteresado. No viven de eso, la pequeña de los Elizalde, Ana, es gran seguidora de mi Rincón y desde aquí le envío un beso; los servicios de limpieza, que parece que tienen a Embrujada en sus filas y que con un pequeño baile de nariz dejan el recorrido del encierro como una patena en un decir Jesús; la comparsa de Gigantes y Cabezudos sin cuyos litros de sudor que hacen correr y bailar a sus prolongaciones corpóreas la calle no sería la misma, los ojos infantiles no aprenderían a mirar hacia arriba, también en ella existen las sagas como los descendientes de Benito Iribertegui a quien ya conocimos en un ERP, o mi amigo Josu que baila más agarrao con Braulia que con su Nerea. Todos los empleados de bares, hoteles y restaurantes que se privan de la diversión para que se diviertan los demás, mala suerte en el reparto de papeles. Los pastores del encierro, imprescindibles para pastorear a los bureles y a los corredores; los dobladores -¡por favor, dejen trabajar a los dobladores!-; los toreros que se juegan el pescuezo mientras que a una buena parte de la plaza se la suda lo que ahí abajo suceda; los ediles, que han de estar 7/7 guapos y sonrientes porque por eso son regidores de la ciudad que celebra y eso es como ser el padre de la novia; los guiris que sin saberlo también son una de las partes del todo; los empleados de la plaza de toros, mozo de banderillas, torilero, alguacilillos, mulilleros, timbaleros, conserje, sanitarios, forales, porteros, vendedores de almohadillas y los de? “¡¡¡Hay cerveza, cocacola, oiga!!!”; los barraqueros, nómadas no siempre bien tratados; los vendedores ambulantes que te sacan de un apuro cuando has perdido el pañuelo; las madres abnegadas y siempre en la sombra que no paran de lavar y cocinar para toda esa caterva de zangolotinos okupas de su casa; los sanitarios 24 horas de guardia para revivir borrachos, suturar huellas botelleras o arrancarle de las manos a la parca la vida de un mozo corneado en Estafeta... Y muchos que olvido pero que siempre están presentes porque todos son necesarios.

Los Sanfermines tienen fama de fiesta desmadrada, ácrata y sin control pero nada más lejos de la realidad. San Fermín es la fiesta de la libertad, cada cual puede hacer de su capa un sayo, pero todo está controlado. Cuando alguien ha pensado lo contrario enseguidita se le ha hecho ver la realidad.

Hay muchísima gente que vino una vez hace muchos años, los entendió, se integró, aprendió a amarlos y ya no ha dejado de venir en décadas. No puedo dejar pasar este asunto sin mencionar a mi querido amigo Carlo Crosta, milanés que vino en 1968 por primera vez y que ya no dejó de hacerlo hasta el 2011, y ya no pudo venir más porque desde el más allá hay muy mala combinación con Pamplona, pero hoy estará llorando.

En fin queridos míos y queridas mías, han sido cuatro pinceladas en las que poco he podido contar de algo tan grande. Arazuri necesitó dos volúmenes para hacerlo.

Como acaban de empezar acabaré con un símil taurino: ¡Que Dios reparta suerte!

Besos pa’ tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com