Javier Sanz Lacambra lleva más de siete décadas detrás del mostrador de su ferretería de la calle Mayor de Pamplona y, a un mes de cumplir 86 años, avanza que seguirá atendiendo a la clientela mientras la salud, por ahora excelente, se lo permita.

"Nunca he tenido nada y solo me han metido mano en el taller para una operación de cataratas. La vida es un metro y ya llevo 86 centímetros", bromea Javier, propietario de la Ferretería Sanz, que, como su dueño, se encuentra en plena forma y acaba de entrar en la prodigiosa lista de los comercios centenarios de Iruña.

El origen de este negocio familiar se remonta a 1922. Ese año, Enrique Sanz Cuellar, padre de Javier, compró el bajo de la calle Mayor 35, donde se situó la ferretería y la cerrajería, y el primer piso, que se convirtió en el hogar de la familia.

Allí nació Javier en 1936, que vivió una infancia entre las ondas: "Mi padre alquiló parte del piso a Radio Navarra -la primera emisora que hubo en la Comunidad Foral- y como era el chiquitín -el pequeño de cinco hermanos- me pasaba todo el día con ellos", recuerda. En 1942, Radio Navarra se trasladó a la avenida Baja Navarra y Enrique vendió esa parte del piso al Anaitasuna.

Javier, reconoce, era muy mal alumno y sus padres le advirtieron de que empezaría a trabajar en la ferretería y cerrajería si no aprobaba los estudios. El pequeño de los Sanz vio la oportunidad y no la desaprovechó: "Para ellos era un castigo, pero a mí me gustaba mucho la tienda, ya tenía el gusanillo. Así que prácticamente no abrí ni un libro", reconoce.

A los catorce años, comenzó a forjarse en el oficio y aprendió "el secreto de la cerrajería y el duplicado de las llaves". Durante seis años, padre e hijo trabajaron codo con codo, pero la vida golpeó a Javier demasiado pronto y con 20 años, en 1956, se quedó huérfano. "Cuando falleció mi madre -él tenía 12 años-, mi padre se hundió y el negocio estaba muy acabadico. Pero me empeñé en que la tienda siguiera adelante y los seis años de experiencia me sirvieron para que sobreviviera", apunta.

La cerrajería, explica, junto con la breve experiencia y el constante trabajo, le permitieron sacar a flote el pequeño comercio familiar. "Las llaves las hacíamos con una entenaya antes de que existieran las primeras máquinas en la ciudad. Cogías la muestra, la colocabas delante, la llave que ibas a copiar la ponías en la parte de atrás y con una lima se iba haciendo a mano. Así hice cientos de llaves", explica.

Además, gracias a su inquietud y desparpajo, trajo la primera maquina manual de copiar llaves a Pamplona, una Lince de La Industrial Ferretera de Elorrio, a la que incorporó un motor de lavadora y una correa de transmisión. "Era mucho más cómodo que estar dándole vueltas a la manivela. Aceleramos todo el proceso y había días que duplicaba 500 llaves ", indica.

A partir de ese momento, en la fachada de la cerrajería de la calle Mayor empezó a lucir el eslogan Duplicamos su llave en menos de un minuto. Al poco tiempo, sin embargo, le copiaron el motor porque no lo había patentado. "Si no, me hubiera hecho rico", asegura.El cambio 'doméstico'

El comercio centenario se ha adaptado a las distintas épocas y ha resistido los embates de la modernidad y las grandes superficies. En los 40 y 50, trabajaban sobre todo la ferretería industrial y predominaban las herramientas agrícolas como guadañas.

Con el devenir del tiempo, en Pamplona se fueron instalando establecimientos especializados en este tipo de productos y Sanz se orientó hacia la ferretería doméstica: "Me incliné por este tipo de ferretería y en este cambio reside parte del éxito porque la gente respondió muy bien. No nos han parado de comprar cacharros, tijeras, pucheros, navajas... Son artículos que la gente siempre necesita y los que hemos subsistido -cuando empezó había siete ferreterías en el Casco Viejo- nos hemos afianzado y es un negocio que funciona", asegura.

En la diminuta tienda, no tiene más de tres metros de ancho, se puede encontrar cualquier accesorio de cocina: cazuelas, ollas, cubertería, navajas, menaje, sartenes, termos, aceiteras, cafeteras, espátulas, escurridores...

Desde 2015, Javier cuenta con la ayuda de sus dos hijos, Kike y Ernesto, que trabajan en el comercio familiar a tiempo parcial. "Mantener la saga es muy importante. Ya que han estado los abuelos y los padres, intentas seguir la tradición. Y a ver si luego sigue alguien", comenta Kike Sanz. Por ahora, ninguno es optimista. "De momento difícil porque ahora los jóvenes no quieren una tienda como negocio", lamenta.