Situada a 41 kms. de Valladolid capital, Medina de Rioseco es uno de esos lugares de Castilla donde parece que el calendario se detuvo hace tiempo para goce del presente. No hace falta más que recorrer su calle mayor para ver la vida a través de soportales que, a derecha e izquierda, parecen resguardar todo lo bueno de la localidad. La mayor parte de las columnas que aguantan los centenarios edificios aún mantienen las argollas donde los nobles de antaño ataban sus cabalgaduras.

Las losas del suelo, arqueadas en algunos tramos hacia el centro para que aguas de todo tipo circularan en rápido descenso, acusan el desgaste de los años. En un punto incluso he localizado una tumba que hoy se pisa sin apreciar ingenuamente que hay mucha historia en el entorno y no me refiero únicamente a la época en la que los mozárabes, aquellos cristianos que vivían entre los moros, bautizaron el enclave como Medina (ciudad, en árabe), sino a la nobleza que aquí residió, no en vano se le conoce como Ciudad de los Almirantes.

Paso de La Crucifixión por la calle Mayor.

En realidad, los riosecanos apostaron en un momento crítico por el emperador Carlos I y acertaron, porque a continuación la ciudad fue beneficiada en todos los sentidos. A pocos kilómetros de la capital del reino, pasó a ser residencia de nobles que invirtieron la plata que traían del Nuevo Mundo en la construcción de grandes templos pretendiendo así ganar el cielo. Las ferias y mercados animaron todo este engranaje que consolidó a Rioseco como importante enclave en lugar idóneo.

En la calle Mayor están esos pequeños comercios de siempre: la tienda de flores, los estancos que lucen el letrero de Tabacos, las tiendas de comestibles, los bares… El trato en ellos es casi familiar. “¿Qué tal la familia? ¿Ha mejorado la abuela Tomasa? ¿Qué es del nieto que marchó a estudiar a la capital?”. Son algunas frases que escuchas sin pretenderlo cuando precisas de alguno de los servicios y que se alejan del lenguaje impersonal que con frecuencia encuentras en las grandes superficies de las urbes.

El famoso cocodrilo adosado a una fachada.

El famoso cocodrilo adosado a una fachada.

Cocodrilo amenazante

Mis ojos no dan crédito a lo que ven cuando llego a la altura del número 14 de la calle Mayor. Colgado de la fachada encuentro un cocodrilo de tamaño natural. Vertical y con las fauces abiertas hacia la acera, es lo que menos te puedes esperar de cualquier adorno, si es que así se le puede llamar a semejante representación.

“Es una leyenda local que está refrendada por documentos que existen entre los legajos de nuestro archivo histórico”, me dicen en la cercana cervecería El rincón de Unamuno. “Es difícil de creer que, durante la construcción de la iglesia de Santa María, surgiera un cocodrilo de las aguas del próximo río Sequillo que, como su nombre indica, no es pródigo en un caudal notable, y cada noche destruyera todo lo que se había edificado durante el día”.

Al parecer, se vigiló la zona sin resultado positivo. Un preso que trabajaba en la obra aceptó acabar con el problema. Los soldados le dieron una lanza y le dejaron a su suerte. Dice la leyenda que el valiente consiguió engañar al animal con un espejo y en el momento del mosqueo le clavó el arma hasta matarlo. Como premio a su acción, el almirante de Castilla, señor de Rioseco, le concedió la libertad. La obra pudo acabarse y la población lo celebró por todo lo alto: “…Hubo un grande regocijo, engalanándose rúas y soportales, e llenóse el corro de algazaras e fanfarrias, e hiciéronse dulces de caramelo de todos los sabores e colores con la mesma forma de aquel animal para regalo e disfrute de todas las gentes desta muy noble y leal ciudad…”.

“Es la mejor campaña para el lanzamiento de unos dulces que se ha hecho en la zona”, comenta no sin cierta maldad un lugareño desde la barra del bar. Lo que es indiscutible es la presencia de la réplica del reptil en la fachada de la casa. Créase o no la leyenda, a mí me daría yu-yu dormir en una habitación desde cuyo balcón pueda tocar a semejante bicho.

Calle Mayor desde los soportales.

“No deje de visitar la iglesia de Santa María”, me dice una vecina tratando de ayudarme. Sobra el consejo ante semejante construcción, porque si el acceso principal posee una belleza extraordinaria, el interior no le va a la zaga. Las cuatro exposiciones del Museo de Arte Sacro son tan apabullantes como el retablo, obra maestra de Juan de Juni; la Cruz Procesional de Pompeyo Leoni y la capilla de los Benavente, calificada por el escritor Eugenio d’Ors como “la capilla sixtina del arte castellano”. 

A pocos metros, en sentido descendente, está la iglesia de Santiago. Los peregrinos que hacen el camino desde Madrid se encuentran de llegada con un magnífico pórtico sur, obra de Miguel de Espinosa que data del siglo XVI. Para no perderse, el retablo del altar mayor que hizo posteriormente Joaquín de Churriguera.

La Semana Santa riosecana

Hago un alto en el camino y me tomo uno con leche en El Soportal, un bar de toda la vida que comanda Teodosio. “… Pero todos me llaman Teo”, me dice mientras me sirve. No hay mucha clientela y el hombre aprovecha para darme conversación. “Estos días hay calma en el pueblo, pero tiene que venir usted en Semana Santa. Eso sí que es tela. No damos abasto entonces”. Ciertamente la religiosidad de Medina de Rioseco se pone de pleno manifiesto en esos días santos, porque casi todos los vecinos pertenecen a alguna de las cofradías penitenciales. 

Teo me recomienda la visita a la iglesia de Santa Cruz, en plena rúa Mayor. Algunas lenguas viperinas se aventuran a decir que sobre este templo existe alguna maldición porque su existencia se ha visto alterada por numerosos sucesos que a punto han estado de destruir el edificio: Desde el terremoto de Lisboa, cuyo temblor le llegó en 1755, a las tropas napoleónicas, que en 1808 la convirtieron en burdel. Posteriormente se produjeron hundimientos de bóvedas y un incendio que hundió todo un retablo.

Un arquitecto donostiarra, José Ignacio Linazasoro Rodríguez, premiado repetidamente en Francia e Italia, emprendió la última reforma de este magnífico ejemplar de estilo herreriano encuadrado en la escuela clasicista vallisoletana de finales del siglo XVI. Gracias a ella hoy podemos ver en el interior un retablo del siglo XVII de Juan de Medina Argüelles con pinturas de Diego Díez Ferreras que es una maravilla. Díez Ferreras, sevillano afincado en Valladolid, fue un interesante pintor barroco que dejó numerosa obra en esta zona de Castilla, destacando los trabajos para la catedral de Palencia.

Iglesia de Santiago en el Camino.

Iglesia de Santiago en el Camino.

La mayor actividad de la iglesia de la Santa Cruz se centra en la época de cuaresma, cuando los riosecanos sacan a la luz toda la fe religiosa que poseen a través de su Semana Santa. En este templo se guardan los pasos procesionales de los siglos XV al XX, obras de insignes imagineros de la escuela castellana, que los penitentes harán desfilar esos días por sus tortuosas calles. El resto del año forman parte de una exposición organizada en varias áreas con textos, fotografías y vídeos.

Los pasos más pesados de la Semana Santa riosecana son La Crucifixión y El Descendimiento, ambos del siglo XVII. Sus volúmenes son tales que exigen una técnica especial para su salida y entrada de la capilla donde se guardan, así como habilidad extrema para sortear la estrechez de algunas rúas. El recorrido de las procesiones por la calle Mayor, por ejemplo, impresiona sobre todo en tres momentos: Cuando los pasos bailan cerca de la iglesia-museo de la Santa Cruz, en La rodillada haciendo una genuflexión ante la Virgen de la Cruz en la capilla del Arco Ajújar, y al final, cuando se canta la Salve. 

Solidaridad

A estas fiestas de especial significación religiosa se unen las que siempre han distinguido a Rioseco en asuntos sociales, aspecto éste que queda reflejado en el monumento que se encuentra en la Plaza de la Solidaridad: dos robustas manos se entrelazan como símbolo de cordialidad y amor fraterno. Ciertamente, Medina de Rioseco cautiva al visitante.

De padres a hijos

La pertenencia a las hermandades procesionales es algo que en Rioseco se hereda. Quiero decir con esto que el enraizamiento de la práctica se pierde en el tiempo y sólo varias muestras del mismo se pueden ver en puntos tan concretos como en el Corro de Santa María, frente al soberbio portalón de este templo, donde encuentro varias placas alusivas. Leo en una: “In memoriam. A todos aquellos que desde la Penitencial de la Santa Angustia alumbraron nuestros caminos”.

A pocos pasos, otras dos placas que dan fe de la actividad de las hermandades de la Crucifixión y del Descendimiento. Entre ambas existe el portón ante el que el Viernes Santo se sitúa la imagen de Cristo en la cruz en medio de una expectación y un clímax que han llevado estos actos al reconocimiento internacional.

Pero, como me dice Teo, Rioseco no sólo es Semana Santa, ya que mantiene también el título de Ciudad Europea de la Navidad por especial designio de la Fundación Iberoamericana Europa. Pregunto sobre el significado de este título y su motivación. “Si la Semana Santa es un acontecimiento en nuestro pueblo otros muy singulares son los que se preparan para la Navidad y la festividad de los Reyes Magos. Posiblemente en pocos lugares del mundo la llegada de los Magos sea tan espectacular como aquí”, me dice.

Confieso desconocer esas fiestas, pero algo de extraordinario deben tener cuando me muestran fotografías de ediciones anteriores llenas de encanto. Utilizan para ello el bello escenario del Canal de Castilla, uno de cuyos ramales termina aquí. La dársena es el lugar ideal para seguir el encanto de una cabalgata por agua. 

En la oscuridad de la noche de cada 5 de enero y aprovechando la belleza natural del lugar, los Magos llegan a Medina de Rioseco a bordo de un iluminado Antonio de Ulloa, el barquito que habitualmente se utiliza en el canal para recorridos turísticos. Las luces navideñas completan el entorno, sobre todo la vieja Fábrica de Harinas que por un día al menos recobra el protagonismo de cuando estuvo en activo.